Michel Houellebecq: «Sumisión»
por Mercedes Martín
Editorial Anagrama, 2015
Cuando Houellebecq era joven, su compatriota Foucault predicaba en la universidad y en la televisión el fraude europeo: los falsos valores sobre los que se fundaba Europa y Occidente al completo. Esos valores de justicia y trabajo, paz y cooperación, progreso y bienestar… estaban supeditados en realidad al mantenimiento de unos privilegios por parte de la clase dominante. Foucault soñaba con el advenimiento de una nueva civilización, por eso, cuando el Imán Jomeini unió a la población iraní contra el imperialismo estadounidense, se fue allí a vivir los hechos de primera mano. Pensó que estaba viviendo un cambio radical, pero descubrió una dictadura como otra cualquiera.
Ignoro si los sueños foucaultianos alimentaron la imaginación de Houellebecq que ahora se burla de él. En la novela, el protagonista es un hombre de mediana edad, solitario y hedonista, parecido a Des Esseintes, de la novela A contrapelo, de Huysmans. Como Des Esseintes, no muestra ninguna simpatía ni interés por el prójimo y ve en los valores modernos solamente una máscara que encubre la explotación del otro. La única compañía que está dispuesto a soportar es la de una mujer que aporte una nota exótica a su vida, pero por ahora no la encuentra.
A los cuarenta años y pico, ya se siente acabado, justificado ante sí mismo y ante la sociedad: ha publicado algunos trabajos, gana un buen sueldo, goza de cierto reconocimiento, ¿qué más le queda por hacer en esta vida? Para aliviar esa falta de ilusión, recurre a prostitutas y alumnas incautas a las que dobla la edad.
Pero, poco a poco, se está produciendo una revolución en Francia y, por extensión en Europa. Se trata de un cambio de paradigma y se ha ido gestando en la sombra sin que nadie lo viera venir: la mayoría musulmana del país acaba de conseguir en las elecciones que el líder del partido musulmán se haga con el poder. A partir de ese momento, el país irá cambiando su cara: las prioridades del Islam van imponiéndose en forma de presupuestos, normas y leyes. La tesis del libro (y la del protagonista) es que Europa no es una civilización, pues no tiene valores, solo está unida por la economía, y ese es un pegamento débil. No ha sido lo suficientemente xenófoba como para evitar que otras culturas se asienten allí y ahora reivindiquen democráticamente su superioridad numérica. En definitiva, ahora se aproxima una nueva civilización, el Imperio Musulmán.
A Houellebecq se le ha tachado de misógino, racista, homófobo e incluso pederasta. Las declaraciones del autor al respecto se limitan a lamentar que uno no pueda expresarse libremente debido a la censura de lo políticamente correcto. Precisamente, cuando se publicó Sumisión y el autor se disponía a hacer la promoción de su libro, tuvieron lugar los atentados en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo y Francia salió a la calle a invocar el derecho a insultar y despreciar si hace falta, con tal de decir lo que uno piensa, y que no le maten por ello. La gente, quizá por primera vez en su generación, se sintió unida junto al enemigo común que venía a deshacer su modo de vida.
Houellebecq, como el personaje de su libro en la ficción, huyó un tiempo para que los problemas no lo alcanzaran. En aquellas horas debió de sentirse comprendido por sus compatriotas por primera y única vez en su vida. Qué casualidad, el siguiente número de la revista atacada por los terroristas tenía previsto sacar en portada el retrato de Houellebecq y una entrevista sobre su último libro, Sumisión.