Zadie Smith: «NW London»
por Mercedes Martín
Salamandra, 2013. 384 págs.
En música, cuando una nota da la réplica a otra se llama contrapunto. Cuando una idea musical se retoma añadiendo un pequeño cambio cada vez en sucesión geométrica se llama fuga. Cuando se introduce alguna irregularidad en el ritmo se llama síncopa. ¿Y a qué viene la teoría de la música ahora?, se preguntará el lector. La teoría de la música puede describir muchas veces el estilo de un escritor, si es que no lo explica. Así como el estilo escultórico barroco pudo influir e impregnar la escritura de su época y viceversa, estos viejos trucos de la teoría musical llamaron la atención de los escritores posmodernos. ¿Por qué? Porque la escritura posterior a Joyce ya aborrecía del mensaje: los escritores creían que tratar de comprender y explicar el mundo era una falacia. Así, preferían llamar a sus relatos “escritura” (como si de una partitura se tratase) y no relato o novela, y en esta escritura reflejaban los dialectalismos, los acentos, lo contradictorio, la exclamación, la onomatopeya, el ritmo, los silencios… Porque el lenguaje, según ellos, habla por sí mismo, como la imagen o la música, sin necesidad de que el escritor le dé forma de historia.
He leído en alguna reseña que el estilo de Smith es musical en este sentido y me parece acertado. En efecto, NW London puede describirse echando mano de la teoría de la música porque en la novela (por llamarla de una manera convencional) precisamente se trata de recrear una polifonía de voces sin orden ni concierto, el ruido que haría la multitud si oyéramos sus pensamientos, si captáramos momentáneamente los fragmentos de sus conversaciones al pasar, el efecto que tendrían estos fragmentos en nosotros si nos detuviéramos en ellos, repitiéndolos mentalmente, dándoles vueltas. Smith quiere pintar un mural callejero de Londres, concretamente del Londres multicultural del North West, de clase media-baja. No trata de caracterizar a un grupo racial, sino que trata de caracterizar a nuestra sociedad globalizada apiñada en las ciudades, viviendo en este ritmo sincopado y en esta fuga permanente, en este mundo polifónico y rápido de internet, de la realidad de las prisas y las retenciones del tráfico. Y, como en la vida real, sus personajes están conectados-desconectados, es decir que sus monólogos se cruzan y a veces consiguen articular un diálogo, una melodía reconocible, una chispa de sentido, pero pronto se disuelven en otras voces, interiores y exteriores, poniendo de relieve nuestra soledad en medio de la multitud y nuestra impotencia para comprender el mundo.
Por supuesto, se podrían destacar otras cosas, pero creo que esta es su virtud más notable, el reflejo de la soledad en la ciudad plagada de voces.