Juan Soros: «Luto (1995- )»
por Alberto García-Teresa
Amargord, 2014. 312 páginas
Juan Soros afirma siempre que su mejor obra es su catálogo; el catálogo que está confeccionando con mimo en la esencial colección de poesía Transatlántica (para poetas americanos, en la que se conviven Zurita, Santibáñez, Meyer, Milán o Fisher), así como en su melliza Portbou (para autores españoles) o en su propia editorial, Libros de la resistencia (con libros de ensayo, esencialmente sobre poesía).
Sin embargo, al mismo tiempo, este escritor chileno afincado en España ha ido construyendo una interesante obra de creación, rigurosa, personal, que se agrupa en su totalidad en este volumen (que recopila cuatro poemarios, incluyendo uno inédito). Esta se compone, por lo general, de piezas muy breves (sólo excepcionalmente llegan a los diez versos) que poseen una gran capacidad de síntesis y de resonancia. Existe, así, una perspectiva esencialista en la elaboración de sus textos. Además, en la poesía de Juan Soros el dolor constituye la vía de expresión. No en vano, sus poemas están repletos de léxico de los campos semánticos de la herida, pues el daño físico y la agresión al cuerpo se corresponden con la angustia existencial que atraviesa su escritura.
Tanatorio (2002) abre su trayectoria y también sienta las líneas maestras por las que discurrirán sus versos. Gira alrededor de la muerte de su joven hermano. La concisión y la parquedad en las palabras se pueden relacionar también con el mutismo por el dolor, con la obturación en la comunicación que el sentimiento produce. De este modo, la aflicción y los sentimientos de pérdida y de impotencia empujan una poesía escrita desde la desolación, de gran profundidad lírica, que provoca textos estremecedores. Destaca, asimismo, la abundancia de citas y referencias clásicas, que remiten a la mitología grecolatina y cristiana para abordar ese tema.
Su segundo poemario, Cineraria (2008), continúa las líneas y los tonos del anterior. Permanece la perspectiva de la muerte (“no ser hombre / sino morada / de otras muertes”) y, aunque pierde el enfoque concreto, se abre al problema de la comunicación de lo inefable, del silencio. Fundamentalmente, se trata de un poemario dominado por la desorientación, por la angustia ante el desconcierto. Al respecto, el anhelo de sentido palpita en sus versos. A su vez, existe una constatación continua de la presencia de la muerte, con la que llega a identificarse el “yo” poético. De hecho, la muerte se interpreta en ocasiones, además de en términos de vida arrebatada, como momento de sosiego, de término del dolor. A su vez, aumentan las referencias cristianas; el “yo” ubica su desasosiego (y el propio tormento) dentro de esos parámetros: “mi única esperanza es que Dios exista, aunque me condene”, concluye.
Por su parte, Reliquia (inédito) se trata de un poemario más rico. Filosófica y temáticamente sigue a los anteriores (la muerte como hecho condicionante de la vida, perspectiva pesimista y negativa de la vida, el pesar como eje expresivo, el cristianismo como referencia), pero avanza en los modos de enunciación y de búsqueda epistemológica. Superpone varios niveles de discurso y explora las posibilidades expresivas de la disposición de las palabras sobre la página. En esa línea, diversos poemas aparecen como fragmentos de un discurso más amplio (algo impulsado por la omisión ocasional de signos de puntuación o la supresión de mayúsculas), como si se tratase de extractos, de breves fogonazos de conciencia. Soros tensiona y agudiza en estas piezas la capacidad de resonancia del poema, optando por la sugerencia.
Finalmente, como cierre del volumen, se coloca un peculiar conjunto de páginas: Ara, máquina de memoria (2012). Esta obra constituye un ejercicio experimental de poesía visual, en la que juega con los elementos y con el recorte de piezas desplegadas, que apuntan a la necesidad de la interacción del público, de los individuos, para construir la realidad.