Brokeback Mountain
por Redacción
Teatro Real. Madrid. Del 28 de enero al 11 de febrero de 2014. Por Nuria Ruiz de Viñaspre
Dirección musical:Titus Engel
Dirección de escena:Ivo van Hove
Escenografía e iluminación:Jan Versweyveld
Figurines:Wojciech Dziedzic
Vídeo:Tal Yarden
Dramaturgia:Jan Vandenhouwe
Dirección del coro:Andrés Máspero
Fotos: Javier del Real
¿Se puede meter la inmensidad de una montaña, el universo entero del amor y del deseo junto a ese otro Universo cósmico, en el escenario de un teatro? ¿Se puede meter este infinito en una caja escénica de 18×14 metros de boca y 1.430 metros de escenario? Sí. Se puede. El escenógrafo Jan Versweyveld así lo hizo sobre las tablas del Teatro Real. Con la ópera Brokeback Mountain (libreto de Annie Proulx) metió el cielo y las montañas del sexo en estos márgenes. Y no he visto una ópera sobre un amor homosexual, vi una ópera sobre la necesidad de amor en el mundo.
La montaña ha sido ciertamente ocurrente en la historia de la música. Recordemos aquella Noche en el Monte Pelado de Mussoursky, o el maravilloso Peer Gynt de Grieg, o el mismo Wagner en su Anillo de los Nibelungos, incluso The Beatitudes de Arvo Pärt tomado del Sermón de la Montaña (Mateo 5, 3-12). Parece que la grandiosidad de la montaña es paisaje idóneo para describir los sentimientos en toda su extensión, incluso la religiosidad que pueda dentro de cada uno de ellos.
Bajo una música oscura acertadísima, casi dodecafónica, y que en momentos recordaba a ese Berg tan escuchado de Lulú o de Woyzzek, o un Wagner nibelunginiano ya citado, bajo un diálogo narrado diletante, el compositor Charles Wuorinen (1938) nos invitaba a subirnos a la montaña rusa del amor más físico para bajar más tarde y en picado al árido desierto de la soledad más absoluta. Pero no la soledad del individuo sino la soledad humana. La imagen de Ennis abrazado a la camisa ensangrentada de un Jack ausente parecía la descripción exacta de la soledad en su estado más puro. Detrás, el arrepentimiento.
Todo se gestó allí. En el interior de una tienda de campaña. Su mundo. En la sombra -nunca mejor dicho- de dos siluetas, dos cuerpos bajo el cielo de techumbre y faldas de montaña a los lados, eso sí, personajes calzados en una historia de amor sin faldas. Más arriba, en la soledad de la montaña, su amor es lento. El fuego del deseo va deshaciendo el frío de sus cuerpos casi idénticos. Después la prisa en el reencuentro. La ciencia de la prisa tras años sin verse. Y tras ella, la rabia. La rabia de reconocerse por miedo al pasado, la negación y así hasta llegar a la muerte, la otra muerte, la muerte del que vive sin su amado muerto. Muerte negra que avanzaba revestida de coro trágico cantando al luto del futuro de un amor partido (redonda dirección de Andrés Máspero).
El amor de más arriba es el amor absoluto. Y aquí se hacía patente ese sentimiento inexplicable en frases como la que dice Ennis cuando tiene a Jack entrebrazos ¿por qué siento esto por ti y no por Alma? Un amor no-desarrollado por temor a una sociedad que amputa que cercena toda libertad de amar.
Unos focos de grandes vatios iluminaron el teatro, focos que destapaban la homosexualidad de una tienda de campaña sin tejado. Que destapaba los sentimientos de cada uno de los que allí estábamos sentados. Como esas Iluminaciones rimbaunianas (¡Oh!, las piedras preciosas que se ocultaban).Todo un acampado amor acampando a sus anchas. Abajo, eso sí, en tierra y a sus anchas, una sociedad implacable. Wyoming (en Wyoming el 150% de la gente es republicana conservadora, Annie Proulx).
Veinte años de súbitas montañas y luego valles desolados de una soledad inenarrable. Llanuramor de dos hombres con dos nombres. Un abrazo. Dos cuerpos sin color de sexo. Dos cuerpos desnudos y anhelantes abocados al abrazo, el uno recostado en otro, como si fueran una Piedad para este mundo, un Stabat Mater en el que Ennis reza a Jack he cures my loneliness, he calms me… La realidad aplasta cuanta ilusión encierra a su paso. Las imágenes proyectadas durante la ópera pudieran incluso tener una doble significación. Las ovejas sueltas en los montes eran su libertad pero también eran esas otras ovejas que a veces pastan en la sociedad enfiladas y que arrastran a ese resto no enfilado. La realidad de esa sociedad retrógrada matando el amor único. Ovejas matando lobos y nunca viceversa. Efectivamente, la eterna similitud con Tristán e Isolde y tantas otras historias de amor, quise decir, de des-amor.
Un acierto musical. Un tema siempre en boca. Una ópera redonda como el universo creado por Jack y Ennis dentro del gran Universo, el perverso.
En definitiva, una ópera para reflexionar, no sobre la homosexualidad o la sociedad frente a ella, sino sobre los valores humanos, las necesidades humanas.
Link de video (Teatro Real)