DON GIOVANNI, confusión en la alcoba
por Jorge Barraca
Teatro Real. Madrid, abril de 2013
Cuestionadas por unas libertades en absoluto justificadas —si nos atenemos al libreto— las funciones del Don Giovanni que ha dirigido escénicamente Tcherniakov han resultado en conjunto un claro fracaso. Ni el equilibrio, que no entusiasmo, de Alejo Pérez desde el foso ni la solvencia de algunas voces han frenado un torrente de críticas que han considerado violentado el espíritu de la página mozartiana.
Y es que actualizar Don Giovanni o pretender volverlo próximo al espectador actual no es algo que se logre por llevar la acción al presente, cambiar libremente los parentescos de los personajes o situar la acción en un ambiente determinado (en este caso, permanentemente en la casa del Comendador); en realidad, son los sentimientos que mueven a los personajes o la universidad del mito lo que debe recrearse, pues eso sí que es compresible ahora y siempre. Desde la perspectiva actual, las burlas y el tipo de vida de Don Giovanni, el honor mancillado de Donna Elvira y Donna Anna, las venganza de Don Ottavio no pueden comprenderse, no se justifican ahora: cobran sentido en su contexto histórico; y, por eso, si se juega con ellas cabe el peligro de estrellarse en la incomprensión, como le ha sucedido a Tcherniakov, tan acertado, en cambio, en otros montajes del Real como el de Eugenio Oneguin.
No es que no puedan tolerarse juegos y reacciones algo tontos de los personajes, detalles ridículos (yo-yos) o los desnudos que ya a nadie molestan: estos son desajustes hasta cierto punto esperables dados los arreglos que el director de escena fuerza; sin embargo, hay escenas en las que el regista directamente parece no saber qué hacer; por ejemplo en el aria del catálogo ¿cómo se justificaría? ¿por qué no reacciona Donna Elvira de ninguna manera? O en la fiesta que cierra el primer acto ¿por qué unas veces están los personajes en escena y el coro acompañante de la persecución y en otros directamente se elimina? ¿Cómo puede suceder eso en la casa del Comendador y no en la villa de Don Giovanni? ¿Cómo puede Leporello ser un pariente del Comendador y estar al servicio del burlador? En fin excesivas incongruencias con el único fin de justificar la idea ponerlos a todos bajo el mismo techo y vincularlos en relaciones familiares.
La batuta del joven director argentino Alejo Pérez procuró mantenerse en un plano mucho más conservador y convencional, aunque, con todo, parece que no tuvo más remedio que plegar el estilo a los requerimientos escénicos, al menos en algunos momentos (serenata de Don Giovanni). En general su Mozart estuvo en el estilo, se acompañó bien a los cantantes y se echó de menos algo más de tensión dramática.
Algo justos, en las voces masculinas, el Don Giovanni de Russell Braun que, no obstante, sí tuvo una actitud bastante creíble al encarnar al personaje protagonista y que se esforzó por sacar adelante el planteamiento de la dirección escénica; sin embargo, su emisión se vio muy apurada en los momentos de agilidad (Finch’han dal vino…) o en los que exigen más contundencia dramática (final de la ópera). También justito el Leporello de Kyle Ketelsen poco proyectado en todos los sentidos. Igualmente, resultó opaco el Comendador de Anatoli Kotscherga. Mejor el Don Ottavio de Paul Groves, con una línea de canto muy bien llevada, lírica, bonita, equilibrada siempre en la emisión. Y por parte de las féminas contamos con tres excelentes voces y actuaciones por parte de Christine Schäfer como Donna Anna, Ainhoa Arteta como Donna Elvira y también una magnifica Mojca Erdmann en el papel de la joven Zerlina.