Ana Vega: «La edad de los lagartos»
por Alberto García-Teresa
Origami, 2011. 68 páginas
Con constancia, la escritora Ana Vega ha ido construyendo una obra coherente y poderosa, a través de libros como El cuaderno griego, Breve testimonio de una mirada o el más reciente Herrumbres. Este La edad de los lagartos consolida su línea al mismo tiempo que entreabre nuevas puertas por donde podría evolucionar.
Ana Vega ofrece una poesía intensa, de gran dureza, rasgada, como propiamente ocurre con su sintaxis y su distribución versal, que se dispone en versos breves. Su escritura, que consiste en una exposición lírica del “yo poético” (“hablo desde el hueso, / desde la carne abierta”), está marcada por el dolor y la desolación: “el dolor no te abandona. / Llega, se transforma, / cambia, pero no muere nunca”. Esto conlleva un encierro en sí misma, dominada por la soledad; “la soledad terrible / del que permanece en pie / todavía. Quien ha logrado sobrevivir / pese a todo, y se observa / en cada muerto”. Se trata de un dolor físico, también psicológico, y, además, un dolor debido a la comprensión de la naturaleza del ser humano: “Lo que un día fue hombre, mujer, / ingenuidad intacta, / materia blanca, / hoy carne seca, / hoy animal sitiado / que camina siempre bajo territorio comanche, / mirada furtiva, / desconfianza no sólo de la sombra, / de la luz, principalmente, y los que afirman ser sus súbditos”.
Sin embargo, en distintas ocasiones el “yo poético” busca a través del amor salir de ahí. En cualquier caso, en ese sentido, resulta muy interesante su posición como mujer frente a una sociedad patriarcal, donde se planta con firmeza y se reafirma desafiante, desobedeciendo los mandatos de sumisión machista: “Como la loba que soy, / como la perra que sigo siendo”. Así, canta a la “mujer que corre con los lobos, / guerrera, la no vencida, / la que no abandona el ring / hasta pisar la lona.”, y, en definitiva, lleva a cabo una logra exaltación feminista en el extenso poema “Women”.
Expresa un registro desesperanzado (“no recuerdo esa luz / en la que antes creía”), que manifiesta sus incertidumbres, que no comprende la desilusión y el desengaño: “Qué ha pasado para que yo ya no esté / aquí. Qué o quién soy ahora, / en qué me he convertido, / y cuándo, y cómo, / y por qué”. Pero precisamente en ese desgarro reside su fortaleza. Nuevamente, Vega afirma: “las personas heridas / son peligrosas, / saben que pueden sobrevivir”. Por tanto, su visión es inclemente, afilada: “La peste de este siglo / es la ceguera / que todos / nos imponemos / cada día / para salvarnos. // No hay dignidad / en eso. / No hay dignidad / en tragar saliva / y seguir caminando / como si nada”.
Es por ello que el tono de Ana Vega resulta beligerante, casi agresivo, pero no se queda en una estrategia defensiva sino que avanza desde esa posición, plena de consciencia, para encarar la vida y las dificultades con empuje y determinación: “El triunfo / está asegurado / desde el principio / para aquéllos / que se mantuvieron firmes, / los locos, los salvajes, / los que no se dejan domesticar”.