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Discos

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Antonio Orihuela: «Todo el mundo está en otro lugar»

por Alberto García-Teresa

Baile del Sol, 2011. 298 páginas

Antonio Orihuela entrega su poemario más extenso con este Todo el mundo está en otro lugar. Esta obra recoge todos los registros, formas e inquietudes que ha explorado el autor, con la salvedad de la poesía experimental de sus primeros trabajos y su incisiva poesía visual. En ese sentido, Todo el mundo está en otro lugar puede entenderse como el libro más completo del escritor. Así, se alternan poemas muy extensos (los más largos que ha publicado nunca, de hecho) con otros brevísimos, y hallamos textos con su registro más habitual, de denuncia y desmontaje de la ideología capitalista, y también composiciones que abordan su veta lírica, su reflexión sobre trascendencia o un registro narrativo-documental que abarca igualmente lo autobiográfico.

La obra se centra en la idea, desarrollada por Debord, de que el espectáculo suplanta a la realidad (de ahí el título del libro): «La vida vacía / perdida en lo virtual». Desde ese punto de partida, Orihuela abarca sus problemáticas habituales: la crítica socioeconómica y la denuncia del sistema, de la miseria, de la opresión, del control de pensamiento, de la exclusión social y de la falta de conciencia de clase. A través de versos con referentes directos, manifiesta las contradicciones y las paradojas y desnuda la falsedad y la injusticia del capitalismo. Especialmente, Orihuela se centra en la sumisión, en la permisividad que los ciudadanos tienen con el sistema una vez que han asimilado su doctrina: «Recuerde, nuestras órdenes son sus deseos». Despliega una fuerte ironía, más pronunciada y más inclemente que en otras ocasiones. Además, esgrime un duro tono de acusación no exento de autocrítica, que busca revelar los mecanismos de sometimiento y activar la desilusión y la resignación.

Pone el acento en los mecanismos de control de pensamiento: «Nos educan con anuncios, / nuestros sueños están hechos de publicidad». Del mismo modo, presta mucha atención a la desmemoria, al olvido, como herramienta de control social; paso previo a la reescritura de la Historia.

Orihuela habla desde un posicionamiento explícitamente anarquista: «Que nadie te represente / ni tú te dejes representar (…) / sé beligerante contra toda forma de poder»; «¡viva la Anarquía!». Incorpora poemas incendiarios, que alientan la rebelión. Exhorta a la desobediencia, y ahí utiliza los imperativos. Postula una transformación radical: «Quien quiera poner arte en su vida / deberá cambiar de vida // intentar un modo propio de vida / será realizar la gran obra de arte con la propia vida».

Formalmente, en este volumen usa abundantemente los paralelismos, quizá en exceso, cayendo a veces en lo reiterativo lo que implica que pierdan fuerza los textos. Incluye algunos juegos experimentales, como el brillante poema “Manual de autoayuda”, donde los versos se corresponden con el hipotético índice de un irónico manual de sumisión y amoldamiento a la sociedad de consumo.

Por su parte, dispone muchas preguntas retóricas, que obligan a que el lector se implique y se cuestione. Y es que esa desestabilización de certezas constituye el pilar de la poesía crítica de Antonio Orihuela.

Es frecuente que Orihuela deje en sus versos hablar a otras personas que relatan sus vivencias con la injusticia y la represión, o bien el «yo» las expresa en tercera persona, o reproduce sus opiniones. En ese sentido, muchos textos aportan datos e informaciones sobre la desigualdad social. Sirven de material que pueda prender la indignación al constatar la injusticia y la desvergüenza sin escrúpulos del capitalismo. Por eso aparecen muchos nombres propios en estos poemas, bien de compañeros trabajadores o bien de los poderosos y sus cómplices.

También, incide en la perversión y manipulación del lenguaje por parte del Poder. Al respecto, en cuanto a la reflexión metapoética contenida en el volumen, Orihuela expresa su concepción de la poesía como agitación y como manifestación de intensidad. «La poesía es un incendio, / por eso no da para vivir / da para arder». Así, manifiesta que escribe «poesía en libertad hecha con la vida, / contra las reglas, para la vida». Apuesta por una poesía que rechaze «lenguaje de ataúd», accesible a todos, que esté «a la altura de los que jamás oyeron poesía / y no de los que escriben poesía». De este modo, finalmente, se presenta contrario a la endogamia poética existente en la actualidad.

Hay que reseñar que el libro contiene una sección con extensos poemas narrativos de corte autobiográfico, que adolecen de distensión poética.

Por otro parte, merece la pena detenerse en “Que el fuego recuerde nuestros nombres”; una de sus mejores obras y que muestra, a su vez, nuevamente, otras facetas de Orihuela. Este extenso poema, compuesto por más de quinientos versos, supone un acercamiento a lo real alejado de su ironía e inmediatez habituales. Fue publicado de manera autónoma, primero, como plaquette (Aullido, 2007), a continuación fue recogido en una antología mejicana de la obra de Antonio Orihuela y, finalmente, se ha integrado en este volumen  Todo el mundo está en otro lugar.

Sin embargo, se debe señalar que la ubicación en este volumen no le favorece, pues su situación (coherentemente al final del libro), detrás del grupo de poemas autobiográficos, puede provocar que el lector acceda a él con cierta saturación, y que interprete este texto como una pieza más de esa serie. Sin embargo, “Que el fuego…” posee mucha mayor relevancia, y podría arriesgarme a aconsejar leer esta pieza antes que aquellas.

En el poema, el autor ubica al «yo poético» en una posición más distante en su punto de observación, con lo que adquiere una serenidad escalofriante. De esta manera, ejecuta una retrospectiva de los hechos que construyeron sus días, su forma de pensar y de sentir desde la desolación de la derrota ante la inminencia del desastre: «estoy agotado / y el mundo se ha vuelto viejo y polvoriento / (…) / así que adiós / (…) / os regalo este saco de huesos y estos ojos azules». A partir de ahí, presenta un largo recorrido de despedida.

A pesar de ello, lo que a priori podría constituir un texto autobiográfico, individualista, gracias a la amplitud de la mirada del poeta supera la perspectiva personal, la cercana, y se convierte en un condensado repaso a la historia y cultura de la segunda mitad del pasado siglo. De esta forma, mediante la continua anáfora «adiós», al mismo tiempo que consolida la peculiar cadencia y ritmo y la especial intensidad del poema, Orihuela rememora todo lo que ha constituido la vida del siglo XX, aludiendo a referencias concretas, despidiéndose de ellas. Así, la reconstruye para anunciar su irremediable destrucción, su relatividad ante la inminencia de la muerte. Por tanto, consigue trascender su resignación inicial y se convierte la pieza en una despedida metafísica, en un «todo caerá» (explícito en los últimos quince versos) que se enlaza con el tema clásico de la muerte, la cual arrasa con todo sin concesiones, con igualdad e idéntica frialdad.

Por otra parte, resulta muy significativo que apele a hechos colectivos, a acontecimientos históricos o a personajes de relevancia, fuera de su esfera exclusivamente particular. La vida que recorre Orihuela es la de los habitantes de la sociedad, con los que haya más semejanzas que diferencias. De este modo, nuevamente se difuminan las barreras entre la vida privada (inconexa, aislante, egotista) y la colectiva (abierta, enriquecedora, generosa), redimensionado al tratarse, precisamente, de una despedida individual del mundo. De esta forma, además, consigue implicar al lector en el texto, puesto que este puede hacer suyas las referencias, y que se coloca, entonces, junto al «yo poético» en su recorrido. Así, el poeta también aquí recoge sus habituales interpelaciones, las alusiones directas al lector. Sin embargo, no hay en esta ocasión preguntas retóricas que descuadren al público o ironía que precise de su colaboración, sino que se le invita directamente a enriquecer el texto compartiéndolo, exponiendo las piezas que lo sustentan con el fin de que el lector añada otras o las conceda la forma definitiva. Por tanto, en absoluto consiste ese discurso en un mero juego referencial. No busca el guiño cómplice del reconocimiento del lector. La severidad y la contundencia de la despedida constituye el ancla que permite no interpretar el texto como un banal ejercicio lúdico, y la desoladora conclusión que vertebra el poema es incapaz de dar lugar a ello.

De “Que el fuego recuerde nuestros nombres” destaca especialmente su intensidad y su ritmo, que se mantienen de manera continua. Una de sus puntales consiste en el aporte continuo de información, que, por un lado, alude doblemente al lector, y, del mismo modo, por otro, le resitúa en la plataforma emocional desde donde va descendiendo la voz del poema. Además, hay que tener en cuenta los citados paralelismos que estructuran el verso libre de la composición.

Es muy significativo, por otro lado, que, a pesar del tono y sentido del texto, incluso del distanciamiento inicial, los versos contienen la habitual crítica social con buenas dosis de síntesis inherentes a Orihuela. La alternancia de sencillas alusiones culturales (que son valoraciones más que descripciones) con contundentes conclusiones inconformistas sobre otras referencias potencia en gran medida la fuerza sus condensados análisis críticos, y conjugan un mosaico ante todo no complaciente con lo establecido.

Así, resulta especialmente remarcable que el poema ofrece múltiples lecturas: una filosófica, base de todo él; una cultural, como recorrido por toda una experiencia vital (que es personal-colectiva, como he indicado); una puramente lírica, de la impresión individual del autor sobre el mundo; otra crítica sobre la sociedad global (pues enjuicia de manera disidente el conglomerado que forma el statu quo). Así, avanza en la poética de Antonio Orihuela, y revela nuevas capacidades técnicas y expresivas del poeta, aunque coherentes en todo momento con sus propuestas.

De este modo, Todo el mundo está en otro lugar ofrece una visión bastante completa de la poesía de Antonio Orihuela. Contiene una pieza especialmente brillante y otras muy remarcables, pero también un conjunto de poemas prescindibles. Por todo ello, se constituye como un conjunto irregular, aunque sus aciertos lo convierten en un libro muy recomendable.