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The New Raemon, el adiós a un amigo

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El realismo íntimo de Isabel Quintanilla

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Antoni Tapies, la práctica del arte

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Carmen Pinteño: “Misterios”

por Julia Sáez-Angulo

Centro Unicaja de Cultura. Almería. Del 7 de abril al 28 de mayo, 2011

Carmen Pinteño (Huércal-Overa, Almería) expone su serie pictórica “Misterios” en el Centro Unicaja de Cultura de Almería. Una relación de veinte grandes cuadros que narran la vida de Cristo en la tierra, siguiendo el ritmo de los misterios del Rosario, tal y como los reza la Iglesia. Después, la obra itinera al Auditorio de Roquetas de Mar y otras ciudades españolas. Pinteño es una pintora muy respetada en los ambientes artísticos, con una trayectoria cuajada de reconocimientos profesionales, que van desde la repetición del primer premio de Bellas Artes Jesús de Perceval o  el premio Bayyana, hasta los primeros galardones en el Homenaje a García Góngora o invitada de honor a diversos certámenes.

La pintora almeriense ya había realizado diversas series monográficas en su obra, siempre referidas de uno u otro modo a su tierra de Almería, como son las del poeta Federico García Lorca (1999); Idalecio, personaje almeriense o el Parque de Cabo de Gata (2008). Trabajadora incansable, esta mujer que supera los 60, fue elegida entre los 100 almerienses del siglo XX, después de ser considerada “almeriense del año” en 1979.

En su haber hay más de cien exposiciones individuales en las que ha podido contrastar su obra con la crítica y el público. Se sabe que ha vendido muchos cuadros, pero que guarda a su vez en su estudio casi un millar, con las series que no desea disgregar salvo para un espacio conjunto. Algunas pinturas sólo las vende por series completas, como sucede en el caso de los “Misterios” (piezas al óleo sobre acrílico de 163 x 163 cm.), cuadros dignos de figurar  conjuntamente en una colección particular o museo sacro.

La pintura figurativa de esta pintora, de cierto aire mural, se caracteriza por la figura de personajes cotidianos, sin caer en el costumbrismo, ya que utiliza tipos humanos comunes como personajes bíblicos, que bien pudieran proceder de un ámbito rural o humilde. Rostros de hombres y mujeres contemporáneos, en algún caso trascendidos por la magia e ilusión que confiere la congelación de la pintura. Esta figuración cotidiana, en principio muy sugerente, puede restar en algún momento sentimiento ascético o místico que se espera de una pintura dedicada a escenas sagradas, máxime cuando la autora, en la mayoría de los casos no ha querido colocar el halo de resplandor o santidad sobre los personajes clave de la historia de Cristo, por eso, algunas escenas se quedan ligeramente cotidianas sin perder el encanto, como sucede en la Visitación de la Virgen y santa Isabel, donde se produce el encuentro de dos jóvenes sin que se adivine sentimiento sagrado alguno.

Una Madre-Virgen galactosa

En otras escenas sin embargo hay una actitud más espiritual como sucede en “El nacimiento”, donde una Madre que amamanta –siguiendo la tradición de Vírgenes galactosas- lo hace en una actitud recogida, al igual que los otros personajes que rodean la escena, si bien cuesta un tanto ver en ese cuadro la Navidad, ya que los tipos masculinos son en exceso cotidianos. Algo similar cabe decir de “La boda de Caná”, con un novio encorbatado.

Sin duda la pintora ha querido trasponer las escenas bíblicas a un parangón de los hombres de hoy, como hicieran los autores clásicos en los cuadros de las escuelas española o italiana a la hora de representar  los personajes de la Sagrada Escritura, protagonistas de los denominados “Misterios” gozosos, luminosos –codificados estos últimos por Juan Pablo II-, dolorosos y gloriosos del rosario, sino escenas paralelas contemporáneas. No ocurre lo mismo con el “Bautismo de Cristo”, uno de los cuadros más logrados en cuanto a sacralidad, ya que el Espíritu Santo en forma de paloma y con rayos luminosos desde el cielo alumbra la escena de un casi nocturno, con dos hermosos personajes masculinos: Cristo y san Juan Bautista. La tonalidad de azules, verdes y negros le confiere un ambiente de recogimiento e intensidad espiritual sumamente interesante.

Bello también es el cuadro de “La Asunción”, con una composición magistral en triángulo de la Virgen y los ángeles que la elevan al cielo. El cuerpo de la Mujer tiene una clara solidez, casi escultórica, a la vista del espectador, si bien su rostro es macilento como la muerte, sin atenerse al tránsito o dormición que le atribuye la tradición cristiana.

En suma, los “Misterios” de Carmen Pinteño constituyen una serie audaz, interesante, bien dibujada y pintada, muy sugerente ante los espectadores que visitaban la muestra. Las objeciones que puedan oponerse a sus cuadros son meramente subjetivas, de tono menor y están en el ánimo de quien las mira, pero ciertamente no en la voluntad de su autora, una gran artista que sin duda logró lo que buscó: reservar los colores y las luces para los personajes sagrados.

Mención aparte merecen su “Pentecostés”, un soberbio estallido en rojos o su “Crucifixión”, compuesta en diagonal para una mayor ocupación del espacio pictórico. Al pie de la cruz están los pecados de los hombres con una sutil y singular presencia del collage.