Luis Miguel Rivas: «Los amigos míos se viven muriendo»
por Mercedes Martín
(Seix Barral, 2024. 112 págs)
“Me tocaron los 80 y 90 y no tengo personalidad adecuada a ese modo de ser antioqueño. Había una sola manera de ser persona, con valores muy específicos: el tipo verraco que llega plantando, que centra sus objetivos de vida en la consecución de plata a como dé lugar y uno siente como que no pertenece del todo o que la esencia de uno se ve amenazada por esa escala de valores.” Dice el autor en una entrevista.
A Luis Miguel Rivas, un narrador de la calle, que consigna la belleza y la crueldad del barrio, de frase pulida generación tras generación, lo descubrí en la estantería virtual de la Biblioteca Pública de mi ciudad. Los amigos míos se viven muriendo está compuesto por nueve cuentos publicados por primera vez en Colombia en 2007. Los protagonistas son los tipos verracos, las monas pintadas, los paisas renegados, los que se comportan como un patrón pero en realidad son don nadies, los que merodean entre los coches de un aparcamiento esperando a que salgan los clientes del supermercado para pedir una monedita, los que fabrican castillos en el aire solo por el gusto de soñar, los que se resisten a correr junto a los demás en la rueda que no lleva a ninguna parte.
Una mujer joven destrozada por algún amor, camina hacia un grupo de jóvenes para que acaben con ella. Se bebe todo lo que le ofrecen para no sentir nada y en medio de la violación grupal, uno de los tipos se pone en su lugar y no puede aprovecharse de ella. Un hombre dedica su vida entera a hacer una película: Hacer el casting, buscar las localizaciones, rodar las escenas, conseguir financiación, conseguir los avales, superar los trámites burocráticos. ¿Cuál es el valor de esta empresa? Un tipo se fija en una chica en una biblioteca, ella también se fija en él. ¡Ojalá sus miradas no se hubieran cruzado! ¿Qué es lo que le espera? Otro tipo hace sus recados y, justo delante de él, va un tipo por el mismo camino. Así, aunque está delante, parece que lo sigue. ¿Quién será? Pero de todos modos, ¿acaso permite esta ciudad tener un amigo?
Leyendo los cuentos de Rivas una siente el gusanillo de escribir. Esas frases lapidarias que se sueltan en medio de los párrafos y activan todas las alarmas de nuestra percepción. Esos paisajes desoladores, que se despliegan ante nuestros ojos gracias a unas pocas frases bien hechas, esas vidas en ruinas, esas palabras dichas que solo existen en la calle y que por eso están más vivas que las otras…
Los amigos míos se viven muriendo se llama así porque en la Colombia de los noventa, etapa de la juventud del escritor, la mayoría de los muchachos buscaba un futuro en el narcotráfico. Los chicos tenían esa imagen del tipo exitoso y poderoso, elegante y rico, que era Pablo Escobar y todo el que conseguía algún estatus allí. Así que los amigos de Rivas se enrolaban en ese mundo como quien hace una carrera universitaria: mirando al futuro. Solo que allí no había futuro, sino presente. Rivas no encajaba allí. Él quería observar y escribir las historias que surgían en su cabeza de manera espontánea. En los cuentos se refleja esa mirada del hombre que no encaja, que se mantiene al margen de ese mundo criminal, que no puede violar, que no puede matar, que no puede “conseguir plata a como dé lugar”.