Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa)
por Jorge Barraca
El Teatro Real rescata para este Rosenkavalier una producción que Wernicke presentó en el Festival de Salzburgo hace ya quince años. El paso del tiempo la ha revalorizado y, mucho más que en su estreno, son ahora indiscutibles sus méritos y aportaciones. El director apostó en su día por un escenario siempre enmarcado por grandes espejos, que se recolocan en cada uno de los cuadros. El uso de los reflejos tiene varias lecturas: juegos de apariencia (como es la misma ópera), búsqueda de la imagen (juventud) perdida, nostalgia de tiempos pasados (la aristocracia ya desbancada por la burguesía)… en fin, un brillante calidoscopio que refleja adecuadamente el espíritu de esta singular obra del catálogo straussiano.
Junto a ello, un correcto adorno de elementos escenográficos y figurantes que facilitan la comprensión de la ópera y dan vivacidad y sentido a muchas de las situaciones. Así, el arlequín-criado acompaña con gracia y ayuda a dotar de un tono de comedia a toda la ópera (pese a lo aparentemente dramático de algunas situaciones), los acompañantes del Barón de Ochs y otros grupos tumultuosos son movidos con comicidad y precisión, y personajes como el médico, los sirvientes o los espías (Annina y Valzacchi) se desenvuelven en sus actuaciones con soltura y buenos detalles. En síntesis, Wernicke recrea el complejo mundo de Rosenkavalier con riqueza e imaginación, dando una visión propia y perfectamente convincente.
Pero la envoltura de esta suculenta cena es la música y la lectura que propuso el británico Jeffrey Tate defraudó por la ausencia de detalles melódicos, de refinamiento tímbrico, de atmósferas. Es cierto que dirigió con pulso, que armó el complejo edificio, pero fue la suya una lectura de trazo algo grueso, sin las delicadezas que esta música exige.
Del elenco hay que detenerse sobre las tres grandes protagonistas femeninas. La Mariscala fue muy bien servida por una Anne Schwanewilms equilibrada y musical, con una línea muy natural, sin énfasis ajenos a la naturaleza de su personaje. Joyce DiDonato supo plasmar el ardor juvenil de Octavian, aunque vocalmente se vio menos lucida. Algo similar podría decirse de una gran cantante como es Ofelia Sala, que hubiese ganada con una mayor penetración en la frágil y candorosa Sophie.
El Ochs de Franz Hawlata estuvo muy bien en la parte actoral y sacó adelante su comprometidísimo papel, sobre todo en la cavernosa parte grave, lo que no es poco. No obstante, se movió mejor en la zona media, donde se le oía bastante más timbrado y firme. El Faninal de Laurent Naouri igualmente exhibió dotes como actor, aunque tampoco estuvo nada mal su canto tenso y exaltado, que es el que pide su parte. José Manuel Zapata encarnó a la perfección al cantante italiano.