Olga Merino: «Cinco inviernos»
por Mercedes Martín
(Alfaguara, 2022. 272 págs)
Dos narradoras: la joven, testigo de un presente que se desvanece ante sus ojos, de un imperio que se deshace, y la mujer madura que ahora lee las notas que tomó aquella joven al correr de los días. La juventud, lo mismo que el imperio, ya ha pasado hace tiempo. Los cinco inviernos que Olga Merino pasó en Moscú como corresponsal de El periódico vuelven ahora en forma de crónica y diario, a partir de las notas que tomó aquella chica que tenía todo el tiempo del mundo, para soñar, para imaginar que se convertiría en escritora.La Olga Merino que repasa aquellas notas se encuentra con aquel Moscú de 1992. Boris Yeltsin y sus consejeros estaban en plena tarea de convertir los restos de la URSS en un estado capitalista, con el apoyo de sus socios occidentales. La inflación, la especulación, el pillaje y el caos campaban a sus anchas. El libre mercado era una cacería. El gobierno había repartido unos vales entre los ciudadanos para que fueran dueños de los bienes públicos, pero como se morían de hambre debido a la inflación, los malvendían. Los que podían comprar, los miembros del gobierno y sus allegados, acabaron convirtiéndose en los dueños de casi todo. El nacimiento de los oligarcas.
La autora estuvo allí. La crisis constitucional y el octubre negro, el asalto al parlamento y las aceras llovidas de casquillos de bala. Gentes revolviendo en la basura en busca de algo que comer, los alquileres por las nubes, el contrabando, los ancianos que se quedan sin ahorros de la noche a la mañana y venden lo poco que tienen en un rastrillo improvisado.
La guerra de Chechenia. Los soldados chechenos visten túnicas blancas para mimetizarse con el paisaje nevado. En un búnker, Olga cruza una mirada aterrada con un fotógrafo, pero él parece estar “un paso más allá del miedo, entre la cordura y la sinrazón, en un limbo de sarcasmo para protegerse, parece haberse convertido en un yonqui de la adrenalina.”Entrevista a soldados, alcaldes, artistas. Al inventor del Kaláshnikov, que sigue haciendo rifles para la gente rica. A un soldado convertido en cobaya del gobierno para un experimento nuclear. “Ya solo queda un millar de aquellas cobayas, les han dado migajas en compensación.”
Hace amigos. Por ejemplo Tata, una “niña de la guerra” española, refugiada en Moscú, “hija de una belleza, Miss Madrid 1936, y de un oficial republicano español que acabó convirtiéndose en uno de los guardaespaldas, o por lo menos en hombre de confianza, de Dolores Ibárruri en el exilio.”
Los días pasan. “Ayer a eso de las ocho de la tarde llegó Alexander Solzhenitsyn a Moscú, a la estación de Jaroslav, después de veinte años de exilio. Un gentío, entre admiradores, detractores, policías y periodistas lo estábamos esperando en la terminal del transiberiano a pesar de la lluvia.”
A solas en el cuarto la joven Olga lee literatura rusa. El relato está trufado de citas y reflexiones y, por encima de todo, el empeño de ser escritora. Escribir, escribir su primera novela. ¿Seré escritora, no seré escritora? ¿Qué será, será?
El tiempo pasó. Ya sabemos el final. Olga se hizo escritora y hay otra guerra. Otras guerras.