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Discos

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El bando bueno, por Antonio Luque

por Xavier Valiño

El bando bueno es el nuevo disco de Sr Chinarro, uno de los pilares de la escena independiente desde los primeros 90, siendo Antonio Luque el autor más prolífico de su generación y uno de los mejores letristas en castellano. Un proyecto único y necesario. Fiel a su cita con sus fieles, regresa tras dos años con este álbum, un trabajo que describe a su manera el momento actual. Él mismo nos lo presenta.

“Aunque pueda escribir textos con una soltura aceptable, yo elegí, hace muchos años ya, cuando estaba en el instituto, que iba a acercarme a los demás mediante esas obras maestras de poco más de tres minutos que encontraba como tesoros ocultos en algunos programas de radio y televisión. Primero fueron copias en cinta de las canciones ajenas, al poco llegaron las propias. Recopilando material ajeno para replicarnos nosotros. Somos copias modificadas de nuestros padres. La cultura es el virus bueno. El ADN elegido. Este es mi bando: el que hace saber. Y quien no sepa que vaya leyendo algo, que ahora tiene tiempo.

Cada año o cada dos ponemos en esa red social especializada llamada Spotify el conjunto de las mejores canciones que he sido capaz de hacer en ese lapso. Eso es el álbum, el disco, que para mí es un álbum vital, no solo porque sea mi medio de vida, sino porque cuando vuelvo a escuchar mis discos antiguos casi consigo entenderme a mí mismo en cada etapa de mi vida, y hasta de la sociedad en la que viví, y eso está bien.

No voy a hacer el carajote con mis discos. Si se publican es porque son buenos. Para pifiarla ya nos vale con el Twitter. Así que El bando bueno es bueno. Lo tengo claro.

Por lo demás, creo que es tontería dar muchas más explicaciones sobre el presente, y confieso que durante un buen tiempo, más de una década quizá, no volveré a escuchar este disco nuevo. Me ha pasado lo mismo con todos los discos que he grabado. Grabar es un proceso duro, extenuante, y, francamente, no veo el momento en que uno pueda publicar sin más las maquetas el mismo día que las monta. Hace ya más de veinte años que fantaseo con la posibilidad de lograr en casa y a solas el, digamos, producto terminado, o casi, y lo cierto es que siempre viene bien el concurso de algunos más para que su calidad sonora aumente. ‘Solo no puedes, con amigos sí’, decían en La bola de cristal. Y si no son amigos, pues profesionales. El caso es que sean una de las dos cosas al menos. Aunque El bando bueno se ha grabado a la antigua usanza, ya muestra las veredas de un futuro que no puedo ni quiero evitar por más tiempo. Total, que, como todos los discos de Chinarro, es un disco de transición entre el anterior y el que vendrá. Y así se escribe la historia, no hay más misterio.

En Producciones peligrosas, (Peligros, Granada), trabajamos durante un mes sobre mis bocetos, usándolos como si fueran esas fachadas protegidas que hay que respetar en las nuevas construcciones, a las que entorpecen y embellecen a partes iguales, lo que generó no pocas tensiones.

Desde El fuego amigo, con la producción de J (con el que mantengo una divertida discusión a dos voces simultáneas en la segunda canción de El bando bueno), y con las producciones de Jordi Gil después, fui delegando cada vez más en asuntos de arreglos, estructuras y demás, pero ahora vivo a 900 Km de distancia de los músicos que me acompañan en las grabaciones y en los directos: eso me ha ido aislando más si cabe, y he vuelto a concebir mis canciones como hacía tiempo atrás: como un puzle cuyas instrucciones de montaje no pienso explicar a nadie ni a cambio de promoción o de un incierto ahorro de horas de estudio.

Justo después de Asunción me compré un bajo eléctrico y le dediqué un rato a ver cómo funcionaba la parte de los bateristas del Garage band, a los que se les puede dar cualquier instrucción sin que se extrañen lo más mínimo. Ser capaz de montar en una hora algo que suena a canción a partir de una serie de acordes hilvanados con una melodía incipiente me hace sentir conectado con lo que me ha gustado más siempre de estar vivo: escuchar música. Mucho mejor que jugar al futbolín o beber tintos de verano, sin duda. El Garage band me hace sentir, pues, vivo. Así que El bando bueno es mi vida de los dos últimos años, ni más ni menos. Espero que se venda lo justo para poder seguir escuchando y haciendo música sin que otros asuntos me entretengan, excepto los de la lectura y los seres queridos. ¿Quién podría ser más ambicioso?

José Sánchez, a los mandos en el estudio, me ha dado varias buenas ideas para mejorar algunas de las canciones. Jaime Beltrán también, y las ha adornado con sus siempre elegantes arreglos de guitarra. Carlos J. Marqués al bajo y Mario Fernández se las apañaron para respetar mis esquemas de bajo y batería. Y finalmente canté lo mejor que puedo esas letras que fui juntando, en las que empiezo a ver, como me ha pasado otras veces, profecías de estar por casa, augurios de medio pelo, presentimientos del pasado y confesiones al aire libre.

De hecho, ahora me parece que más de la mitad de las canciones anticipaban el asunto este del virus. Se queda uno frío, como diría Iker Jiménez. En fin, no hace falta ser vidente para comprender que un planeta superpoblado y globalizado por el capitalismo salvaje se irá al carajo en breve. Es más, basta con no ser imbécil para verlo claro. Cuando toquemos estas canciones en directo, si tal cosa llega a ocurrir, crecerán hasta ser lo que realmente son. Es una pena que haya que grabar los discos antes de darles vida en directo, y no al revés. Máxime teniendo en cuenta que hoy en día son los conciertos el eje de nuestra actividad profesional, y los discos deberían ser simples recordatorios de lo que un día fue, un acto de comunicación, en vez de anticipos fantasiosos del porvenir plastificados en la República Checa.

Un porvenir que, de momento, se ha truncado por una pandemia. La no vida abriéndose camino: no puede ser de otro modo. La replicación más sencilla triunfando, la de la química casi inorgánica de un virus. Un poco de ARN y a volar, mensajero. El universo inorgánico nos espera con los brazos abiertos de sus millones de galaxias, asumámoslo (de esto iba Asunción también, es lo que hay)».