Discos

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Marianne Apostolides: «Nadar»

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Accademia del Piacere: «Gugurumbé. Las raíces negras»

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El realismo íntimo de Isabel Quintanilla

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Antoni Tapies, la práctica del arte

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Se ha presentado a los medios esta magna exposición con motivo del centenario del nacimiento de Antoni Tàpies (1923-1012). La Fundación Antoni Tàpies la organiza en colaboración con la Comunidad de Madrid. Más»

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Exposición: “AL BIES –Las artistas y el diseño en la vanguardia española”

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Es un título sugestivo basado en el corte de la tela en diagonal respecto al hilo para confeccionar una prenda al bies. La propuesta de la exposición es tejer un relato contra Más»

Lael Neale, polaridades y sanación

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Recientemente, Lael Neale editaba su nuevo álbum, Star Eaters Delight, que estará disponible en todo el mundo a través de Sub Pop. El álbum, que presenta temas destacados como “I Am the Más»

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Boygenius, giros en el tiempo

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Arte y Pandemia

por Carmen González García-Pando

Cuando creíamos que los males se reducían a los totalitarismos y sus funestas consecuencias humanas, aparece un virus amenazador, el COVID-19, que asola nuestra vida y revuelve nuestra relación con la naturaleza y el orden existente. Una nueva epidemia que nos aterroriza con la amenaza inminente de muerte.Sin embargo a lo largo de la historia, el hombre ha tenido que enfrentarse a plagas y pandemias a las que ha conseguido sobreponerse con mayor o menor suerte. Y es que es patente que, en medio del caos, en los momentos más extremos, cuando más vulnerables somos, surge la solidaridad, la empatía, el altruismo… cualidades que nos fortalecen y dignifican como seres humanos.

Tiempos pasados

Si volvemos la vista atrás comprobamos que las enfermedades forman parte de la historia del hombre y que según la época y cultura, han adquirido distintas connotaciones. Las primeras manifestaciones de arte prehistóricas relatan aspectos cotidianos y rituales sin embargo no se refieren a la enfermedad. Está comprobado que durante mucho tiempo hubo una lejanía del arte respecto a ésta. Sin embargo cuando las sociedades fueron avanzando, los hombres comenzaron a relacionarla con impurezas del alma como pensaban los asirios, un castigo divino según el pensamiento semita del Antiguo Testamento o la manifestación de un desequilibrio de la naturaleza para los griegos.

Remitiéndonos a tiempos pasados, y simplemente consultando algunas obras maestras de la antigüedad, nos damos cuenta que muchos artistas compartieron y se hicieron eco de los miedos a esas fuerzas del submundo que aterrorizaban la vida. De la imaginación poética de muchos de ellos fue surgiendo un sinfín de imágenes que resumían el mal y aleccionaban sobre las causas y el camino a seguir. Fueron testigos e incluso afectados de aquellas enfermedades. De hecho su testimonio pictórico es un duro alegato de la terrible realidad que les tocó vivir pero también una tabla de salvación para no caer en la desesperación. Hablamos por ejemplo de Rembrandt, Tiziano, Caravaggio, Klimt, Munch… y muchos otros más.

Medievo. La enfermedad “castigo divino”

Como decíamos, durante largo tiempo el arte estuvo alejado de la representación de las enfermedades pero la llegada de una bacteria (Yersinia pestis) marcó un hito que impactó en la evolución económica y cultural de toda la sociedad. Fue en la Baja Edad Media, con el resurgimiento de las ciudades, cuando una zoonosis transmitida por la pulga de la rata asoló Europa en el siglo XIV. Nos referimos a la peste negra o peste bubónica que en tan solo seis años causó la muerte a la mitad de la población europea y alcanzó incluso a los continentes asiático y africano.

Se cree que la primera incursión europea fue en tiempos de Justiniano entre los siglos VI y VIII pero no tuvo una gran mortandad debido a la dispersión de la población tras la caída del Imperio Romano.

La visualización de la peste en aquellas primeras representaciones, se hizo mediante imágenes de esqueletos con guadañas en mano asolando campos y ciudades, y llevándose por delante las vidas de los pobres condenados. Una de las más famosas obras de este momento fue la que plasmó Pieter Bruegel el Viejo en el óleo sobre tabla, “El Triunfo de la Muerte” de 1562-1563. El cuadro simboliza la miseria de las grandezas humanas y los perecederos placeres mundanos donde tanto reyes como cardenales, labriegos y peregrinos, blancos o negros, los que se resignan o no… son castigados por haber abandonado el camino de la virtud y abrazado el pecado. La evocación al Bosco es latente por ejemplo en el numeroso ejército de esqueletos y sinfín de figuras grotescas que se mueven en un paraje apocalíptico donde lo único que triunfa es la muerte.

En esta magnífica obra el artista fustiga por igual a todas las clases sociales entregadas a la Codicia y Avaricia representadas por los barriles de oro del emperador o la bolsa del peregrino. La Lujuria y Pereza por los amantes y jugadores. Se trata del castigo, sin esperanza de salvación, por el olvido de Dios y la falta de virtud. Pocas veces un cuadro ha tenido un carácter más pesimista de la condición humana como el que nos legó el pintor holandés.

Con el mismo tema pero un siglo después, Nicolás Poussin pinta ¨La Peste de Asdod” en el que hace referencia a la misma pandemia. El artista francés se basa en un pasaje del Antiguo Testamento donde se cuenta el robo de los filisteos de la célebre Arca de la Alianza donde se custodiaban las tablas de los Diez Mandamientos. Por semejante afrenta Dios les envía la peste con lo que de nuevo se repite la idea del castigo divino. La ambientación que crea Poussin en su obra es ya propia del barroco en sus arquitecturas y personajes pero la temática sigue describiendo la dramática situación de la plaga de la antigüedad que comenzaba a expandirse por el norte de Italia debido, sobre todo, al desplazamiento de tropas soldadescas en la incesante Guerra de los Treinta Años.

Otra representación más alegórica es la del suizo simbolista Arnold Böcklin ¨La Plaga” donde la muerte cabalga sobre un monstruo alado por las calles de una ciudad medieval arrasando la vida de los habitantes. Sobre la transmisión de la enfermedad y la manera de atajarla, también existen ejemplos como los que aconsejaba la quema de vestimentas y el confinamiento para evitar la transmisión. También el uso de una máscara para protegerse el rostro según nos enseña la ilustración de Paulus Fürst de 1656. Se trata de un grabado sobre cobre que representa al “Doctor Schnabel” con uno de los ropajes diseñados durante la epidemia de Marsella y portando una máscara en forma de pico de ave que contenía en su interior perfumes para filtrar la fetidez que emanaba de los apestados. Aquellos médicos de la peste tenían la obligación de portar un bastón blanco para indicar que tenían contacto con los infectados.La peste negra desapareció pero aún con el paso de los siglos, continuó siendo un tema recurrente entre grandes pintores como Rubens o Goya que trataron los grandes males del mundo en algunas de sus obras.

Otra gran epidemia de la Edad Media fue el ergotismo o también llamado “mal de los ardientes” “fuego infernal” o “fuego de San Antón”. Este último nombre data del siglo XI cuando se fundaron los monasterios de San Antonio Ermitaño para atender a sus víctimas. La enfermedad producía dolorosas llagas en las extremidades y elevadas fiebres. Comenzaba con escalofríos en brazos y piernas y seguía con una angustiosa sensación de quemazón; un fuego interno que originaba la mutilación de los miembros. La muerte llegaba en medio de dolores inmensos y alucinaciones terroríficas. Hacia finales del XVI se comenzó a investigar el origen de esta enfermedad y se comprobó que la intoxicación se debía al hongo cornezuelo que aparecía en el pan de centeno corrompido. El hongo se desarrollaba fundamentalmente en los años más húmedos en las espigas de este cereal. Como quiera que según la tradición San Antonio –anacoreta del siglo IV- tenía poder para curar a los enfermos, se fundaron numerosos conventos por toda Europa para asistir a estos enfermos.

En uno de ellos, en Alsacia, se pidió al pintor alemán Matthias Grünewald un retablo para la capilla del hospital. El resultado es el fantástico “Retablo de Isenheim” (1512-1516) formado por nueve paneles en el que el autor representa a Cristo lacerado por los estragos de la enfermedad asumiendo así las mismas dolencias de los enfermos. El cuerpo inerme crucificado con los miembros distorsionados, transmiten un mensaje de empatía que aúna por igual los pesares humanos con los divinos. Un conjunto complejo, sobrio, realista y de un gran expresionismo. Sin duda es una de las joyas del museo de Colmar en Alsacia (Francia) por la brillantez del colorido y la intensidad dramática que transmite toda la composición.

Para conseguir la curación y redimirse del ergotismo -considerado como muchas enfermedades un castigo divino- los peregrinos iniciaban hacia España el camino de Santiago. En el trayecto mejoraban la salud al consumir pan de trigo exento de la toxina del centeno con lo que atribuían la mejora a la intercesión del Apóstol. De esta manera se contribuyó al desarrollo del camino francés y difusión del arte románico y gótico en nuestro país.

Nuevos tiempos, nuevas epidemias

Otro enemigo de la humanidad fue la tuberculosis, una enfermedad infectocontagiosa que supuso un serio problema para la salud. Se la conoce también como peste blanca o mal del rey. La bacteria ataca los pulmones pero también a otras partes del cuerpo y se disemina a través del aire al hablar o estornudar. De ahí que los tuberculosos fueran aislados y estigmatizados. El máximo apogeo se alcanzó en el siglo XVIII, concretamente en Europa Occidental, extendiéndose hasta finales del XIX. Su alta tasa de mortalidad fue consecuencia de las malas ventilaciones, la pobre nutrición y por la falta de saneamiento.

En estos años surgió el romanticismo como movimiento filosófico y cultural que se elevaba sobre la razón e idealizaba la enfermedad. La epidemia llegó a conocerse también como “la enfermedad de los artistas” pues muchos de ellos la padecieron. Delacroix o el músico Chopin son tan solo algunos nombres al que se suma el italiano Amedeo Modigliani cuyos retratos de rostros lánguidos y cuellos estilizados recuerdan los estragos de la infección de los contagiados.

A inicios del siglo XX, en 1918, el mundo se enfrentó a una nueva y devastadora pandemia: la Gripe Española considerada la más grave que se ha conocido y que supuso la muerte de cincuenta millones. El brote comenzó en el sudeste de Asia pero se extendió rápidamente a causa de las movilizaciones de la Primera Guerra Mundial. Los países inmersos en el conflicto: Italia, Francia, Rusia, Estados Unidos… silenciaron su situación referente a la enfermedad para no mostrarse vulnerables frente al enemigo. España, que no estaba involucrada en la guerra, fue el país que más información aportó sobre la enfermedad debido a esa falta de censura. De ahí que la pandemia recibiera el injusto apodo de “gripe española”.

En realidad la guerra no fue la causante de la enfermedad pero si la propagadora de ésta. Al contrario que en tiempos pasados ahora se daba una rápida movilización de las tropas y los soldados se trasladaban de un lugar a otro en vehículos cada vez más veloces, propagando la pandemia sin percatarse en muchos casos que eran portadores del virus.

Los pintores austriacos Gustav Klimt y Egon Schiele fallecieron a causa de esta gripe pero otros pudieron sobrevivir y plasmar su visión de la enfermedad como es el caso de Edvard Munch en cuyo “Autorretrato después de la gripe española” se pinta demacrado, sentado en un sillón de mimbre frente a la cama y arropado con una manta. La enfermedad física y mental le persiguió de por vida pero realizó creaciones tan importantes como el famoso “Grito” en el que simboliza al hombre en un momento de profunda angustia y desesperación existencial.En los años finales del pasado siglo otra nueva plaga se hizo fuerte entre la población homosexual. Nos referimos a la epidemia del SIDA, un mal aterrador que, por la delgadez extrema de los enfermos, estigmatizó a una comunidad ya de por si discriminada. De nuevo el arte volvió hacer visible el drama de los afectados a través, por ejemplo, de las icónicas figuras de Keith Haring, las instalaciones del artista puertorriqueño Félix González-Torres o la famosa fotografía de Therese Frare sobre el activista David Kirby en el lecho de muerte, recibiendo el cariño de su familia.

Si las pandemias son motivo de dolor y miedo también es justo reconocer los sentimientos positivos que generan de superación, empatía y gratitud. Frente al horror aflora una fuerza salvadora que nos une y hace fuertes. Sólo esa unión nos permitirá sobrevivir y comprobar que necesitamos otro mundo más equitativo y respetuoso. Es labor de todos. Un reto que hay que afrontar con humildad y esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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