H.C. Westermann, Volver a casa
por Julia Sáez-Angulo
(Museo Reina Sofía. Madrid. Del 6 de febrero al 6 de mayo de 2019)
Claro que el arte es un cordón umbilical que se prolonga hasta Altamira, que nihil novum sub sole, nada nuevo bajo el sol, pero ¿qué quieren que les diga?, al escultor norteamericano H.C. Westermann (1922 -1981) lo he visto tan ecléctico y referenciado, que no me ha interesado en exceso.
Un primer paseo por sus esculturas, objetos de madera, artesanías y trabajos manuales –véanse si no las botellas de Coca Cola pintadas y otras lindezas- me ha parecido algo tedioso. La esculturas de Joan Miró y las cajas de Joseph Cornell latían demasiado cerca de esta obra de Westermann, escultor que estudió Bellas Artes en la Escuela de Chicago y se dejó empapar por cierto surrealismo, sin que ello lo haga adscribirse con fuerza a este movimiento ni al pop, como algunos lo han hecho.
Westermann es un ecléctico sin aportación formal alguna, simplemente nos ofrece su biografía y su mundo a base de piezas bien acabadas, pero no especialmente novedosas y un tanto trilladas. Poco importa que Donald Judd (1928 – 1994), minimalista de pro, lo haya elogiado –no es un argumento-, tampoco él es una autoridad sobre el arte curiosamente tan alejado del suyo, como es el de Westermann.
Para colmo, la exposición es larga, laberíntica y extensa en el Museo Reina Sofía, como no se recordaba desde los tiempos de la exposición de Alberto Giacometti, en la que se ofrecían decenas de cabezas, casi en serie del escultor hasta aburrir, destrozando la imagen del autor suizo. En las exposiciones no hay que olvidar el aforismo de que lo mejor enseña más que lo mucho. La exposiciones inmensas ya no se hacen en el Centro Georges Pompidou de París, desde la gigantesca en dos sedes titulada Qu´est ce que c´est la sculture, en que los visitantes acababan exhaustos y dejando de asistir a una de las dos sedes.
Ciertamente H. C. Westermann tiene un mundo, su mundo, aunque a un espectador distante no entusiasme. Fue un artista que estuvo en dos guerras, la II mundial y la de Corea, que dibujaba mucho y escribía cartas con dibujos, que su artesanía es pulcra, algunos de sus “objetos específicos” lúdicos, mironianos y cornellianos., que toma referencias del arte vanguardista y de lo popular para construir sus artefactos, que con frecuencia resulta un autor demasiado artesano y popular…. prolífico como él solo, pero su obra podría resumirse en dos salas. Tiene cierto talento, pero no es un primera serie, al menos para Europa, por eso quizás resulta un tanto desconocido y mucho menos para una muestra gigante.
En arte hay que cuidar más y mejor para no hacer mitos con árboles que impidan ver el bosque.
Borja-Villell y Beatriz Velázquez (muy aplaudida –algo que no deben hacer los periodistas, según los manuales de Escuela, aunque había gente de otras procedencias-) han sido los comisarios de esta exposición e insistieron en la presentación sobre el humor, la artesanía y el habitar; de continuos “objetos enigmáticos” o “trozos de realidad muy objetuales”, así como su lema implícito de Vivir es obrar. Ya lo dijeron hace siglos los latinos: la vida es tempus agendi.