Eddie (J. Bermúdez): «Ombra»
por Mª Angeles Maeso
(Ed. Huerga y Fierro, 2015. 80 págs)
El valor al que nos convoca esta Ombra es al de mirarnos desde un cristal hecho añicos y resistir en el insomnio, en el tenso cable que soporta la sombra; resistir en un lenguaje, apoyado en la orfandad que dan las aliteraciones, como recurso poético capaz de engarzar otras voces, otras manos. Así avanza la tensión de un decir fragmentado, sin que el sentido de todo el conjunto pierda su equilibrio: dar cuenta del abismo donde nos hallamos, lo que implica resistir en ese último hilo capaza aún de sostener lo posible y lo imposible.Una voz que renuncia a la linealidad, a favor de una coherencia comprometida con la sombra. Ahí, donde nace el grito y, dedo a dedo, hilo a hilo, avanza como en el rezo que no acaba en oración de Juan Gelmán; la que tiene que ver con el derrumbe vislumbrado y no se miente. “Sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo”, nos dijo Ciorán, uno de los autores que acompaña a este poeta para designar el hondo aquí donde nos encontramos.
De ahí, el escribir como cribar de este poeta. Medirse ahí, porque “algo siempre/ conduce a algo”, donde al cepo de la pregunta ¿por qué escribir a sabiendas del abismo?, asoma la duda y con ella la respuesta: porque, acaso, arder no fue el único destino. Ahí, en el hilo del trapecio, sin dar paso a la queja y a la palabreja que brota de la jauría de la noche; donde no hay nada que narrar, late belleza de resistir en el trazo del poema, en el gemir, en el grito a secas, en equilibrio de flor (a flor de piel) como pide Celan (Habla-Pero no separes el No del Sí./ Y da a tu decir sentido:/ dale sombra.) a quien escucha este poeta. Eddie Bermúdez sabe bien que ni el decir es hacer, ni la palabra es la cosa, por eso el acto, no su nombrar: su grito, su gemir. De ahí su modo de cuidar la mínima pavesa con luz, la que en el poema aletee como insecto o ave recién nacida.Acompañamos a este poeta de palabra deshuesada a encarar el abismo sin bajar la vista: “alguien espera bajo el nogal” y resistimos ahí como él nos pide: “acercarse/ a quien espera bajo el nogal”. Fondeamos entre voces que preguntan ¿quién eres? Y seguimos, ya sabiéndolas como un idéntico gemido; voces comunes obligadas a compartir un mismo mutis por respuesta, donde el poema se detiene: “convocarnos para”. Tal vez para saltar a otra pregunta compartida ¿es esto vivir? Y dejamos que siga en alto el hilo, hilvanando todo lo que asomó entre paréntesis, en los márgenes, en las metáforas de la urdimbre en los puntos suspensivos… Todo lo que ayude a preservar la certeza del abismo, todo lo que hubo de grito o dedo que señale el vacío y la escisión. Resistimos ahí, en la consciencia de una luz en desdicha, que es luz, también plenitud de vida. Aunque el sueño de cambiar la historia persista.
Uno de los últimos poemas concluye:
Si la palabra no nos sirve para narrar el vacío de Dios
-que será o debe ser mucho más que silencio-
no estará de más rozar la escritura
aunque sea levemente con nuestra verdad:
la de saber que se escribe única y exclusivamente para hablar de ese silencio.
Eddie Bermúdez no nos abandona en la sombra, su apuesta se dirige a rescatar, entre los fragmentos de ceniza, la designación del nosotros, igualmente atrapado en la musitación, en la palabra que no alcanza dirección unívoca, pero que resuena y hace un eco de esperanza. El mismo que resiste aquí, en la relectura de esta Ombra que nunca es recta, de la que no podemos salir indemnes, sin acusar recibo: La luz que también nos permite oír a Heandel.