Juan José Becerra: «El espectáculo del tiempo»
por Mercedes Martín
Candaya, 2016
Dicen que las memorias son un género mentiroso, un género en que, entre la exculpación y el olvido, todo lo que se cuenta son más o menos mentiras, porque el recuerdo en sí es una invención, por muy buena intención que se tenga. Concretamente, dice el narrador: “¿Qué son los recuerdos sino maniobras de retención cada vez menos eficaces?”. Me parece que es un tópico que le hace poco favor al género de moda en los últimos años. Al contrario, las memorias son un género en el que uno cuenta la verdad con cierto adorno. Pero más interesante aun son las memorias que declaran ser ficticias o las novelas autobiográficas. A esta última parece pertenecer El espectáculo del tiempo si no fuera porque todos los capítulos de la vida están desordenados y se narran a diferentes velocidades. Cada detalle se ralentiza o se pasa por alto cuando el narrador abre el foco para abarcar, por ejemplo, la historia del sistema solar. Abriendo y cerrando ese foco, se nos ofrece una joya narrativa sin igual, una especie de experimento que aplica a la narración la teoría de la relatividad.
Afortunadamente, no se trata de un experimento árido en el que el lector advierte por todas partes la mecánica del ensayo, la farsa del experimento. Al contrario, se trata de una novela realmente interesante donde se narra una vida a la vez que asistimos a los encantos de la manipulación cronológica en su irremediable conexión con el punto de vista. El autor consigue interesar con la historia que cuenta dispersa y también logra interesar a los lectores filósofos, aquellos que van detrás de las paradojas que renuevan la percepción adormecida de todo lo circundante. Este libro está lleno de paradojas. De hecho, para algunos de nosotros, esta renovación de la percepción es lo más interesante.
En cuanto a los personajes, sin ser extraordinarios, alimentan nuestra curiosidad porque resultan “reales”. El autor consigue que la vida de personas cualesquiera se convierta en algo prodigioso. El protagonista es un hombre de mediana edad —o de distintas edades, según se sitúe en el relato— obsesionado con el sexo y con el paso del tiempo, y su alter ego —su padre— un hombre impotente e indolente de todas las maneras posibles, un hombre anacrónico, que vive fuera del tiempo porque no actúa a su alrededor y como mucho hace que actúa. Un hombre que solo se dedica a contemplar y juzgar a los demás. Por encima de ambos, el personaje principal es el tiempo, cuyo paso se manifiesta no solo en la pérdida sino también en la conservación, no solo en los años de una vida, sino también en los segundos que dura un momento que ahora se expande en nuestro recuerdo. Es la lucha entre el recuerdo y la palabra, la emoción y la abstracción. Además, el narrador está dividido, hay un narrador obvio, el que cuenta la historia, y otro que lee y corrige, porque, con el paso del tiempo, uno siempre quiere corregirse, ser más preciso e incluso, contradecirse, pues su punto de vista ha cambiado. Y en esa lucha de narradores el tiempo se dilata y se contrae.
Para aquellos lectores que disfrutan de las paradojas y de la filosofía que hay en toda buena novela, este es su libro. Una pequeña muestra: “La posibilidad de lo que estaba ocurriendo había sido para Marcaccio tan remota durante tanto tiempo que solo podía ocurrir mientras se pensaba en ella: nunca mientras sucedía”.