Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny
por Jorge Barraca
La Fura presenta una Mahagonny con detalles escenográficos de interés, pero sin una dirección de actores jugosa. El concurso vocal y actoral de estrellas realmente en ascenso (y sin caída) como la magnífica Brueggergosman pusieron la nota de calidad a las representaciones.
La obra de Weill-Brecht —que es una sátira sobre el capitalismo salvaje y su falta absoluta de principios— sigue resultado de completa actualidad. Algunas de las frases que se oyen sobre el consumismo, las ciudades, el deseo de los hombres o la manera de ‘ganarse la vida’ (“es más fácil sacar el oro a los hombres que a los ríos”) son, qué duda cabe, lúcidas e inspiradas. Por eso, no es difícil dar con detalles de hoy en día para trasladar su mensaje. Y la música de Weill, con su presentación por escenas, con su variedad, con el recurso al jazz, al cabaret y al musical ayuda a hacerlo.
La Fura localiza toda la acción en un enorme basurero o escombrera. Mahagonny se funda, por tanto, sobre los desechos humanos; y los figurantes serán también una parte de estos. Hay una lectura lineal: con dinero eres alguien, sin él sólo basura, lo que —hay que reconocerlo— resulta un planteamiento coherente con la página. Pero quitando esta idea básica y algunos detalles divertidos y felices (en especial, la escena de hacer “el amor” con todos los figurantes coordinados), se echa en falta una mayor imaginación y variedad en los movimientos de los protagonistas, en su desarrollo, su discurso y sus motivos.
Más allá de la explicitación del contenido sexual y violento, en Mahagonny se canta también al cambio de los tiempos, al vacío existencial, a la búsqueda del amor, incluso, pero eso no aparece reflejado en el montaje. Se apuesta por la imagen de conjunto, por una pintura global, no por una con protagonistas. Es una opción, por supuesto; pero podría complementarse.
Vocalmente la página fue muy bien servida por unos cantantes de calidad. En particular debe destacarse la extraordinaria Jenny de Measha Brueggergosman que con una vocalidad versátil (no importaba que cantase una canción popular, un número jazzístico, un aria o un charlestón) y una auténtica recreación del personaje dio el toque escénico que ofrece la auténtica figura de su personaje.
Junto a ella, los tres pícaros —Leocadia, Fatty y Trinity— tuvieron muy buena encarnación en Henschel, Kaasch y, sobre todo, White. Contar con un bajo tan reconocido para un papel, en principio, de menor calado fue todo un acierto del Real.
Algo limitado fue, en cambio, el concurso de Michael König como Jim, un personaje interesante y con más enjundia del que se vio, tanto por su poco brillante canto como por su estereotipada actuación. En cambio, el Jack de John Easterlin resultó toda una revelación por la cantidad de detalles canoros y de caracterización que supo incorporar.
La dirección del joven Pablo Heras-Casado, atenta a cada detalle, fue muy eficiente, aunque habrá que esperar a juzgar su trabajo en una ópera de distinta naturaleza. Buena labor de la Orquesta Sinfónica de Madrid y, particularmente, del Coro Intermezzo, fielmente plegado a las indicaciones de la dirección escénica.