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“Universo Ripollés”

por Mariano de Blas

Ciudad de las artes y las Ciencias de Valencia. Del 3 de diciembre de 2010 al 30 de marzo de 2011.

He de manifestar desde el principio, que la obra del artista Juan García Ripollés, también conocido como Ripo o Beato Ripo (Castellón de la Plana,  1932),  que ahora expone en Valencia, no es la razón última de este artículo. Lo que realmente me interesa resaltar, es la figura del personaje, adoptando una cierta versión del rol supuestamente paradigmático del hipotético artista. Desde luego que Ripo es todo un personaje, escribo después de oírle en Radio Nacional, en un entretenido programa de las mañanas del fin de semana, “Hoy No es un Día Cualquiera”, dirigido por Pepa Fenández.

Ripollés vivió generacionalmente, las duras condiciones de la posguerra española que le obligaron a trabajar desde niño. Su afición al arte le acercó a dibujar en Artes y Oficios, en su Castellón natal, a unas edades (de los doce a los veinte años) en las que tendría que haber estado estudiando y no haber necesitado trabajar para ganarse el sustento. Quizás esa afición al arte le mueve marcharse a  vivir en París a los 22 años, y no sólo como uno de tantos emigrantes por necesidad, de la época. Allí se hace artista profesional, sin bagaje formativo previo, después de trabajar como pintor industrial y de varias vicisitudes, que Ripollés quizás exagera, cuando relata tan increíble historia de que tan sólo por contemplar el escaparate de una galería, el galerista sale, literalmente, ¡a preguntarle quién es, porque asegura que debe ser un pintor! No invito a que ningún artista espere a que ningún galerista salga de esta guisa a preguntarle a la calle, por muy “apariencia” de artista que supuestamente tenga. Ripollés sigue el relato relacionándose a sí mismo con Picasso, puesto que al comunicar el mismo Ripollés que es español, en la conversación anterior, se le contesta “otro español”,  concluyendo, que él, “como Picasso”, nunca firmó contrato alguno.

De cualquier manera, parece que Ripollés resulta un personaje interesante, que no solamente merece el aprecio de una embelesada locutora, sino que llamó la atención de Manuel Vicent, que en 1980 publicó la novela «Ángeles o neófitos» a modo de devocionario del Beato Ripo, libro “en cuatro jornadas de perfeccióńn y un horóscopo para incrédulos”, metamorfosis del pintor Ripollés en el Beato Ripo. Incluso un año después Jorge Berlanga realizaría un cortometraje basado en la novela.

La exposición de ahora en L’Umbracle de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, ha de enmarcarse en la evolución que arranca en 1979, cuando Ripollés pasa de trabajar en la pintura a  la cerámica, la escultura con metales reciclados y el “grabado matérico”. Iconográficamente estas veinte esculturas que se exponen, realizadas entre 2006 y 2009, hacen referencia a ciertas formas antropomórficas, lúdicas e infantiloides.

El material empleado es, en primer lugar, el bronce, muy querido por el artista, que recubre a menudo con color, desde el dorado del Hombre con Mariposa, a la patina verde de Generosa, también hay piezas sin pintar, y por lo tanto metálicas, como Tumbado, Toro o La Reina, hasta completar doce piezas. En segundo lugar, en las  ocho piezas restantes, emplea fibra de vidrio recubierta con partículas de cristal de Murano, produciendo un efecto muy colorista y que se presenta como la imagen corporativa de la originalidad técnica de Ripollés. Las formas y motivos de las esculturas se relacionan con la actitud vitalista, alegre e ingenuista del artista en su identificación con la naturaleza.

En la obra que acoge L’Umbracle se ha señalado la identificación del escultor con la naturaleza, con el hombre y la complejidad de su relación con el entorno, descrita en formas escultóricas arbitrarias e ingenuas, pero que el artista reformula con la actitud vitalista y optimista de cada figura. Su colorismo y supuesta fantasía, se ha descrito como una relación positiva del hombre con la naturaleza, lo que se puede poner de manifiesto cuando recibe un caluroso homenaje en el Hospital Provincial el 26/11/2007 de Carlos Fabra, un personaje distinguido por intervenciones “urbanísticas”.

La exposición “Universo Ripollés”, se inició también en Valencia, en la Gran Vía, en 2007 para pasar por Córdoba, Sevilla, el Parque del Retiro de Madrid, Alicante,  Estoril y Lisboa. Se inauguró ahora con una “sesión artística” en el Ágora de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el 27/12/2010, pintando  a dos manos con el artista colombiano, Willy Ramos, un cuadro de “temática libre”, seguido de uno por cada autor sobre una “interpretación artística” de una fotografía de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Las tres obras fueron donadas a la Casa de la Caridad de Valencia para su posterior subasta. El resultado de la obra en común  habría resultado familiar al último Picasso, tanto en la forma como en el contenido, una mujer con un gran ramo de flores, fundiendo el amor por las flores del colombiano y el de Ripollés por las mujeres, según se declaró a los medios. En la foto de prensa aparece un Riollés con un blusón manchado profusamente de rojo color vino, remiendos pareados a modo de bolsillo en un rojo subido y en azul, alternados. Finalmente, el artista está “coronado” por un gorrito parecido al que antes se ponían los albañiles, hecho por aquellos con un pañuelo anudado en las cuatro puntas, pero que el artista culmina con dos antenas o pequeños cuernos. Atuendo que se parece al que se describe en la entrevista de Radio Nacional, sólo que con bolsillos verdes. El peculiar gorrito cubre calva también lo llevaba con Fabra, pero en este caso sólo con un blusón y pantalón en blanco impoluto.

La entrevista con Pepa Fernández, arrancó con una pregunta al artista: “¿Qué es el arte para Vd.?”, contestado como, “Es mi vida”. A lo que siguió un manual del artista “espontáneo” con los más ortodoxos tics de esa etiqueta. Ripollés trabaja “con lo que le sale”, reconoce su falta de formación, de tal manera que, viendo un Van Gogh, exclamó que “ese artista le imitaba”. El tópico de que el artista es pura “intuición” sin necesidad de formación, ha producido las más ingenuas y torpes imitaciones y redescubrimientos consecutivos de “la pólvora”, desde el comienzo de la Modernidad. Todavía estos artistas no se han enterado que ya no es necesario luchar contra una academia inexistente. Esa labor de demolición ya la hicieron desde los impresionistas hasta Picasso, remachada por los movimientos de los años cincuenta abstractos, contra los últimos resquicios de la menor referencia a la figuración como paradigma de la pintura y la escultura. Desde entonces, el arte ya no puede relacionarse dialécticamente con ninguna Academia, porque todo ese discurso supuestamente contestatario está absolutamente superado y carece de sentido.

Hay dos deformaciones de la historia de las artes. La primera hace suponer al artista como un efluvio de ciencia infusa genial, que no necesita cultivo alguno. Este  mito arranca con las leyendas del Renacimiento del artista pastor, descubierto en su genialidad virginal rodeado de ovejas por el maestro que lo descubre.  La intuición verdadera es la que surge de plantear a la mente un problema y ésta, después de procesarlo inconscientemente, aporta una solución al consciente. Pero para ello se requiere conocimiento y el esfuerzo por resolver un problema. Por eso, hasta que el doctor Fleming tuvo la intuición que unos hongos podrían vencer a una infección, nadie la había tenido anteriormente, al menos en el sentido científico de la penicilina. Todos los artistas han tenido alguna suerte de formación que siempre ha correspondido a un conocimiento y una destreza adquirida socialmente. La soledad de algunos en los periodos de madurez, sólo podía darse después de formados, sea el caso de las reclusiones en el sur de Francia de Van Gogh, Cezanne, Bonnard, Picasso, y más lejos, de Gauguin.

De haberlo tenido en cuenta, Ripollés podría haber sido capaz de explicar por qué  pinta siempre las “caras dobles”, y no por la aclaración del artista, en cuanto que según él lo hace porque es una persona “libre”, sino porque Picasso ya lo había hecho antes que él. Todos los artistas tienen influencias, por ejemplo, Velázquez y Rubens de Tiziano, sólo que éstos lo reconocen y saben manejarlas para su evolución, y no se quedan en mecanos, suma de  caras y formas del último Picasso, junto con las benevolentes formas flotantes de Chagal. Efectivamente en la pintura de Ripollés se reconoce a estos artistas, como en sus esculturas a Calder, en revuelta mezcla con el Miró mediterráneo de sabia desinhibición, en su madurez de sonrisa de niño y mente genial. No es el momento de juzgar la obra de Ripollés,  pero tampoco de aceptar una obra como emanada de la creación (lo que se hace de la nada), bajo los etéreos supuestos de la “libertad” que siempre ha disfrutado un ser”especial” que hace o que “le sale de dentro”, como si su interior fuera un mágico laboratorio de inéditas ideas. Los genios no suelen aparentar que lo son, no lo necesitan, todos los demás nos damos cuenta, aunque a veces se requieran una o varias generaciones para el descubrimiento.

El segundo tópico es atribuir ignorancia (el pensamiento salvaje que decía Levi Strauss) y bajo nivel intelectual y formativo al artista, como si el conocimiento profundo de su momento cultural fuera en menoscabo de la creatividad del artista. Ripollés abjura del conocimiento en aras de una búsqueda de la “frescura” y espontaneidad de los niños, en su ignorancia del mundo de la cultura. Freud se sintió interesado por el mecanismo del fingimiento “esquizofrénico” de Dalí cuando el artista le visitó, y Dalí no tenía nada de ignorante. La historia del arte informa tozudamente de una realidad diferente de la que Ripollés alardea. Dos genios que nacieron en un entorno humilde y cuya niñez lo fue en talleres de pintura, Velázquez y Goya, se hicieron personas cultas y sofisticadas que buscaron el conocimiento tenazmente. Con Picasso, conjurado en el rol de artista apasionado, su falta de aplicación escolar, no se correspondió con su profundo conocimiento de los fenómenos artísticos, y desde luego culturales, cuando vivía en Paris. Por no hablar de los estupendo textos de Saura o Tapies, de una gran altura intelectual y discernimiento.

En el programa radiofónico citado, intervienen personas que no necesitan disfrazarse de “artistas” para serlo, en los modos y en las formas. El carismático cantautor Labordeta (que en paz descanse) no era un bufón, si acaso un viril valiente juglar; el  genial dibujante Forges (Fraguas) no necesita ser un payaso para hacer un muy inteligente humor; finalmente, el filósofo José Antonio Marina no necesita descender de una columna y vestirse con andrajos peripatéticos de estilita, para realizar un creativo discurso, ejemplo de claridad e inteligencia. Los tres son críticos con el pensamiento establecido y son un halago para la inteligencia. Dalí se convirtió en un estrambótico personaje, que llegó al patetismo con su adulación al franquismo y su disfraz de “artista”, sin embargo tenía una sólida formación, con un trabajo que, sobre todo  en sus primeros momentos surrealistas, correspondían a un extraordinario creador. Fue él el pionero en el uso y desenvolvimiento de los medios de comunicación, que luego habrían de seguir Warhol, Koons, Hirst y otros muchos. De cualquier manera, el artista bufón se convierte al final en un apología del poder establecido, ya que le emplea para reafirmarse precisamente porque se referencia con la estupidez, la que no formula una cuestión o una crítica, sino que tan sólo hace “gracietas”. Y ya llegando al esperpento, bufones que llegan a creerse ser realmente príncipes del pueblo y se atreven a “amenazar” con presentarse a las elecciones, tentación para cualquier oportunista demagogo aproveche a estos voceros bocazas y se nos ofrezca, una vez más, a salvar a la Patria.