Olafur Eliasson, comprometido con la naturaleza
por Alberto López Echevarrieta
(Museo Guggenheim Bilbao, del 14 de febrero al 21 de junio de 2020)
El Museo Guggenheim de Bilbao presenta la singular obra del artista danés Olafur Eliasson (Coopenhague, 1967) como uno de los acontecimientos de la temporada. Bajo el título genérico de En la vida real se recoge una amplísima selección de la labor llevada a cabo desde 1990 a 2020. La muestra, patrocinada por Iberdrola, ha sido comisariada por Mark Godfrey, de la Tate Modern de Londres, y Lucia Aguirre, del Guggenheim Bilbao.
Dos apuntes para el comienzo: Eliasson es todo un showman, como lo demostró en el acto inaugural de la muestra haciéndose selfies e invitando a participar a cuantos estábamos presentes, tal vez con la intención de incluir la grabación en un próximo trabajo. El segundo apunte lo advierte el espectador en cuanto empieza a recorrer las salas que ocupa: El amplio espacio que precisa para materializar su labor.
Me atrevo a señalar también el gran compromiso que el artista tiene con la Naturaleza, posiblemente nacido del largo tiempo de permanencia en Islandia, un país del techo de Europa donde se viven con gran intensidad los problemas climáticos y la influencia de los deshielos.
Expone un enorme mural compuesto únicamente por liquen, esa mezcla de hongo y alga que constituye una de las comidas preferidas de los renos. Entiendo que se trata de una llamada de atención ante la posibilidad de que las variaciones de clima que está sufriendo el planeta terminen por eliminar el principal alimento de esos cérvidos que habitan en el septentrión de nuestro continente y que constituyen la base de la vida de los lapones. Posiblemente las largas noches islandesas y la soledad de la tundra han servido para que Eliasson estudiara a fondo el efecto que la luz y los espacios pueden causar en una obra artística. También para tomar conciencia en torno a los desastres ecológicos que se dan en el Ártico y su repercusión.
“La Naturaleza tiene los mismos derechos que el ser humano y debemos respetarla”, dice en plan declaración de principios. Otra de las obras más curiosas que encontramos en el recorrido por el museo bilbaino requiere la participación de los espectadores. Unas cámaras de diferentes colores situadas a ras del suelo proyectan en la pared contraria sombras en movimiento que constituyen todo un espectáculo, como lo es la cascada de once metros de altura montada en el exterior del museo.
La idea que tiene Eliasson de que la vida discurre por una espiral se materializa en el túnel metálico por el que permite -ruega- que pasen los curiosos formando así parte de la propia obra. Otra constante del artista es su poco menos que obsesión por las formas geométricas. “No lo apreciamos, pero estamos rodeados de ellas. Si examinamos una mota de polvo encontraremos formas como la que presento en ‘Partícula de polvo de estrellas’. Son infinitas las caras que se pueden encontrar en cada una”, dice.El asombro del espectador adquiere notable dimensión cuando se accede a una habitación en la que una especie de vaho de color rosa invade todo el espacio hasta vernos rodeados de tal forma que uno se pierde en un universo sumamente curioso. Tanto, que más de una persona gira sobre sí misma tratando de buscar la salida. Es un perfecto laberinto para Dédalo.
Sin duda, la exposición de Olafur Eliasson es espectacular, precisando en muchos de los casos de la colaboración del público. Sólo así las obras cobran vida.