Artes Hoy
 

Boris Godunov


Concentrarse en la música


Por Jorge Barraca Mairal


Música de Modest Musorgski.
Libreto de Modest Musorgski (basado en el drama homónimo de Alexander Pushkin).
Dirección Musical: Jesús López Cobos.
Dirección de Escena: Klaus Michael Grüber.
Escenógrafo: Eduardo Arroyo.
Figurinista: Rudy Sabounghi.
Iluminador: Dominique Borrini.
Intérpretes: Samuel Ramey (Boris Godunov), Maria Gorstsevskaya (Fiodor), Marina Zyatkova (Yenia), Raquel Pierotti (la nodriza de Yenia), Stephan Rügamer (El príncipe Chuiski), Vasily Gerello (Andrei Chelkalov), Anatoli Kotscherga (Pimen), Misha Didyk (Grigori), Vladimir Matorin (Varlaam), Alexander Podbolotov (Misaíl), Itxaro Mentxaka (la tabernera), Dmitri Voropaev (El inocente).
Coro y Orquesta Titular del Teatro Real (Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid).

Madrid. Nueva Producción del Teatro Real, en coproducción con el Théatre de La Monnaie de Bruselas y la Opera National du Rhin.

Funciones del 29 de septiembre al 17 de octubre de 2007.

Fotografía: Javier del Real


Sin duda, resulta difícil hoy en día ofrecer un Boris libre de tópicos, capaz de aportar nuevas perspectivas para el protagonista (sobre el que gravita casi todo el peso de la obra, no lo olvidemos) y, además, en que se presenten detalles que vivifiquen la escena. Dado que la acción se sitúa realmente en el alma atormentada de los protagonistas y se transmite a través del declamado dramático, lo esencial es contar con un trabajo de los cantantes que ahonde en la psicología de los personajes. Es posible que esa sea la vía que salve esta producción del Real, pues la kinésica planteada para los protagonistas, el movimiento coral o los trabajos de vestuario, iluminación y atrezo han defraudado al público.

Boris GodunovGrüber ha optado por ofrecer un escenario prácticamente desnudo, en el que sólo se muestran algunos elementos difíciles de interpretar (mosca gigante) o pueriles, aunque de lectura más nítida (caballito). Es cierto que aquí y allá se dan breves secuencias algo más vivas, como el momento en que el zarevich entona una alegre canción, pero son pequeñas excepciones. Con salvedades para el caso de Boris o del príncipe Chuiski, los ropajes son paupérrimos, y la mezcolanza general de vestuario no es lógica. Son también contados los aciertos luminotécnicos. Pero, sin duda, lo menos conseguido radica en la falta de movimiento de los cantantes y del coro, que vuelve todo el espectáculo algo pesado y aburrido. El mismo Samuel Ramey, en una entrevista a un periódico de tirada nacional, ha dejado caer un comentario sobre el montaje que permite entrever su opinión, siempre desde la cortesía: estoy más acostumbrado a otro tipo de montajes, dice, éste permite concentrarse en la música.

Y es que, por fortuna, es justamente el concurso de este intérprete —el que pueda cantar con libertad— lo que acaba interesando a los espectadores. El instrumento del americano no está ya en condiciones óptimas: un vibrato excesivo afea la emisión, tarda en calentarse y no se mantiene la perfecta homogeneidad, que antes era "marca de la casa", a lo largo de todo el registro. Pero, frente a estos inconvenientes, posiblemente ineBoris Godunovvitables por el paso de los años, continúa la innegable belleza del timbre y, sobre todo, la recreación del personaje es más profunda, más delicada, transciende la mera vocalidad. Más aún: dadas las características del protagonista de la ópera que encarna —un Boris agotado, aplastado por la responsabilidad, la culpa y el remordimiento— los defectos señalados se convierten en virtudes por la verosimilitud que otorgan a su trabajo. Igualmente, hay que reconocerle una autoridad escénica, un buen hacer general y una gestualidad comedida pero exacta de la que el resto de los intérpretes queda muy lejos.

Esto no quita, no obstante, que en conjunto el elenco —mayoritariamente ruso— funcionase también de forma adecuada. El algo limitado en su emisión príncipe Chuiski de Stepahn Rügamer se compensó con una espléndida actuación. Muy bueno fue el Pimen de Anatoli Kotscherga, lleno de nobleza y autoridad. Misha Didyk dio cuenta de un Grigori excelente tanto vocal como actoralmente. Didyk pintó bien la transformación del personaje desde el joven monje apenado por su vida limitada hasta el ennoblecido falso Dimitri. Además, papeles secundarios tan importantes como el de Varlaam, el inocente o el de la nodriza, fueron muy bien servidos por Vladimir Matorin, Dmitri Voropaev y Raquel Pierotti, respectivamente.

Boris GodunovEl coro del Teatro Real declamó el ruso con notable perfección, aunque no siempre reguló bien las dinámicas y mostró un cierto desequilibrio entre los momentos líricos y dramáticos. Las voces infantiles del Coro de Niños de la Comunidad de Madrid cumplieron perfectamente con su cometido.

Aunque no se ha comentado hasta ahora, la dirección musical de Jesús López Cobos también resultó un acierto y permitió apreciar el esfuerzo que se ha puesto en estas funciones. El director de Toro se identificó bien con los pentagramas de Musorgski y dibujó unas dinámicas eficaces dramáticamente. Es verdad que no se acabó de oír ese "color ruso" desde los atriles de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, pero sí pulso, fiereza, melancolía y dramatismo cuando lo exigía la partitura.

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Nº 27 - Noviembre de 2007

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