LA MUJER SIN SOMBRA
Plástica Oriental
Música de Richard Strauss.
Libreto de Hugo von Hofmannsthal.
Dirección Musical: Pinchas Steinberg.
Dirección de escena: Ennosuke Ichikawa.
Escenógrafo: Setsu Asakura.
Figurinista: Tomio Mohri.
Iluminador: Sumio Yoshii.
Intérpretes: Robert Dean Smith (el emperador), Eva Johansson (la emperatriz), Julia
Juon (la
nodriza), Alan Titus (Barak), Luana DeVol (la mujer de Barak).
Coro y Orquesta Titular del Teatro Real, Coro de Niños de la Comunidad de Madrid.
Madrid. Teatro Real. Funciones desde el 15 de abril al 9 de mayo de 2005.
Fotos: Javier del Real
por Jorge Barraca Mairal
Gracias sobre todo a su subyugante puesta en escena, La mujer sin sombra ha conseguido un éxito
notable en su presentación en el Teatro Real. La escenografía, los figurines y la
gestualidad de los personajes, que se construyen a partir de la estética del teatro tradicional
kabuki, junto con una iluminación hermosísima, han demostrado que el maridaje entre
la ópera de raigambre europea y el universo teatral del lejano oriente no sólo es
posible, sino que proporciona una vía de revitalización y frescura para las puestas
en escena. Sin necesidad de utilizar mezcla de épocas, anacronismos, simbolismos ininteligibles
(y absurdos) o, sencillamente, experimentos cuyo único fin es escandalizar al público,
los responsables estéticos de esta producción, original de la Bayerische Staatsoper
de Múnich, han brindado un espectáculo de color, armonía, imaginación
y gran belleza plástica.
Tradicionalmente, La mujer sin sombra ha sido considerada una ópera complicada de montar;
y, de hecho, tras su estreno vienes de 1919, no encontró acomodo estable en los teatros hasta
mediados del sigo pasado. Se ha achacado esta circunstancia a varios factores, como la oscura simbología
que se encierra en los versos de Hofmannsthal, lo enrevesado de la trama o la imposibilidad de reunir
un elenco vocal con la calidad suficiente como para presentar la obra con garantías. Sin
embargo, es muy posible que también esta "hija predilecta" -como la denominara el propio
compositor- tropezara en su día, no obstante la brillantez de la partitura, con la falta
de receptividad del público dada la dificultad de ubicar en unas coordenadas precisas este
cuento que no es ni del todo fantástico ni del todo humano, en el que casi todo el tiempo
hay un exceso de elementos (incluido en lo musical) y en el que se aprecia un desequilibrio entre
lo que el poeta parecía querer transmitir y las imposiciones musicales del compositor. No
obstante, para ser justos en este último punto, hay que decir que la colaboración
entre Strauss y Hofmannsthal, si bien se tensó durante la elaboración de La mujer... ,
siguió fructíferamente con el trabajo conjunto en Helena egipcíaca y Arabella .
Pero el público de ópera moderno se encuentra mucho más acostumbrado al juego
simbólico y entiende que la sugerencia, la mención velada o la "cita" es algo esperable,
tanto en el contenido de la obra como en su puesta en escena. Por esa maduración ante el
hecho teatral y el acostumbramiento a la simbología a través de muchos montajes, La
mujer sin sombra ha dejado de considerarse como una obra incomprensible y ha hallado un público
que la disfruta y la demanda. De hecho, el significado esencial de esta obra es accesible ya a todo
el mundo: la mujer que carece de sombra, esto es, que no se proyecta, es la estéril. Su falta
de sombra -de alargamiento de su persona- convierte en piedra a su marido: lo petrifica, lo hace "cosa" (también
estéril). Pero al sentir pena por otros y estar dispuesta, a causa de ello, a renunciar a
su felicidad personal, la mujer se trasciende y, de este modo, se humaniza (recupera su sombra;
o sea, la posibilidad de tener hijos).
Transmitir estas ideas de forma bella y, a la vez, sugerente es lo que se ha conseguido con el trabajo
del equipo japonés. La dirección de escena de Ennosuke Ichikawa ha sido particularmente
meritoria pues, además conjugar con maestría toda una serie de elementos dispares,
ha logrado que los cantantes se acoplasen a la peculiar kinésica de su teatro y que su prefijada
expresión no verbal acompañase al canto operístico (en alemán, no lo
olvidemos) sin resultar forzado, algo que a priori cualquiera puede juzgar casi imposible.
La delicada iluminación, el colorido del vestuario y los decorados, a la vez tradicionales
y modernos, acabaron de redondear la más artística puesta en escena que se haya visto
nunca en el Real.
El trabajo de la Orquesta Sinfónica de Madrid también estuvo a la altura de las circunstancias.
Guiada por un Pinchas Steinberg no siempre sutil ni refinado, pero sí ordenado y coherente,
la agrupación proyectó un sonido hermoso, bien acomodado al denso estilo de Strauss.
Steinberg, además, acompañó a los cantantes con corrección y logró lo
más complicado: sostener la tensión dramática a lo largo de toda la extensa ópera.
Un único borrón que cabe señalar a su dirección residió en la
confusión, aunque sólo en determinados momentos, entre intensidad y volumen sonoro
en una obra donde el tejido orquestal debe ser mimado de forma permanente.
El concurso del equipo vocal resultó algo desigual. Para empezar con lo más granado,
habría que mencionar el humanísimo, aunque quizás en exceso solemne, Barak
de Alan Titus. Por medios canoros y dominio de la escena, la participación del bajo-barítono
fue la que otorgó más entidad al elenco. Encarnando a su mujer, Luana DeVol, ya bastantes
veces oída en el Real gracias a su participación en El Anillo , exhibió sus
dotes de cantante intensa y dramática -más que sensible-, de gran entrega y medios
saneados cuando no se sobrecarga de funciones. El emperador fue un Robert Dean Smith algo monocorde,
aunque delicado y, eso sí, dotado con una voz de calidad. Su pareja, Eva Johansson, demostró una
mayor pasión y defendió con dignidad una parte infernal, en la que los saltos de graves
y agudos resultan casi imposibles; por tanto, meritorio trabajo el suyo. Por último, el otro
gran personaje de este quinteto, el de la nodriza, fue acometido por Julia Juon, que brilló más
como actriz que como cantante, aunque en ésta supo sacar todos los matices posibles a su
complejo y modernísimo papel. Los cantantes secundarios cumplieron adecuadamente, así como
los dos coros. Y un apunte final para la participación de los figurantes, que en esta puesta
en escena tuvieron un papel destacadísimo, y que funcionaron siempre con una precisión
y eficacia propia de una "huelga a la japonesa".
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