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Ángel Padilla: Funerales del caballo


La Garúa Libros. Barcelona, 2008. 71 págs.



Por Alberto García-Teresa


Estéticamente, Padilla se ubica dentro de un surrealismo de gran fuerza expresiva, que pretende crear un nuevo universo sinestésico en el cual reflejar la multiplicidad, la potencia y la inabarcable inmensidad de nuestro planeta. Técnicamente, el poeta ofrece una poesía de gran potencia y densidad, debido a la espesura y fuerza metafórica, a su incontestable intensidad, utilizando siempre exclusivamente referentes sencillos y cercanos.

Funerales del caballo se convierte en su poemario más conseguido, donde demuestra una brillante madurez expresiva. Con su voz, la Naturaleza salvaje cobra armonía, supera sus contradicciones, mantiene postulados gaíaiticos ("Madre / Tierra" o "Padre / Cielo") y la plasma con una desbordante integridad, belleza, cooperación y sentido.

Usa la pesadilla surreal para mostrar el horror de la desolación ("mordazas de asfalto silencian tu verde canto"). Resulta violentamente expresivo con todo ello. En ese sentido, presenta a la ciudad como el máximo símbolo de destrucción del ser humano, que está frontalmente enfrentada a la Naturaleza ("las ciudades frenan tu oleaje de árboles", le dice).

Funerales del caballoPor ese motivo, como discurso negativo, Padilla se centra en el ansia destructora del ser humano, especie ésta capaz de ofrecer, indistintamente, amor y muerte sin límite, pues lo enfoca desde esos dos perspectivas distintas. Lo redime a través, precisamente, de sus actos de amor, a través de la claudicación del odio, del abandono de la voluntad de matar ("y le canto, soldado, / a tus labios blancos de besar enemigos"). El poeta lo interpreta como un ser vivo más ligado al resto de Naturaleza, lo disuelve en ella, tal y como se funde toda la vida entre sí, como realiza en su propia práctica poética (sostenida, como he apuntado, con sinestesias).

Sin embargo, plantea como salvación el amor ("para en medio de la batalla un beso"), la solidaridad ("unamos nuestras manos"). A pesar de todo, opone, canta y ensalza a la esperanza. De este modo, obtiene y mantiene un tono de exaltación, denuncia y resistencia sin rebajar ni un ápice el nivel lírico (el cual, indudablemente, lo potencia, pues apela también a un nivel emocional). Con él manifiesta una profunda reverencia a la Naturaleza (de hecho, transforma el "Padre Nuestro" en "Hierba nuestra que estás en la hierba..."). Recoge en ella, la asocia, todos los valores del humanismo y del amor. No en vano, exclama "verdead conmigo".

Padilla no renuncia a la muerte, aunque la repudie, porque sabe que es imposible. Siguiendo postulados taoístas, entiende que está irremediablemente unida a la vida, que ambas se encuentran "abrazadas" (incluso en estos conceptos sigue anteponiendo el amor y la fraternidad por encima de todo). De esa base parte el largo poema "Canto funeral de los nacimientos".

Por tanto, Padilla ofrece una poesía celebrativa de la unidad, de la armonía de la Naturaleza y de la vida practicada acorde con ella. No canta a vivir, sino a la vida; al concepto, a sus implicaciones; no a la acción: "vida perpetua vida siempre en este canto", revela. Además, por otra parte, en unos pocos poemas rompe la lógica sintáctica, amalgama y yuxtapone, o superpone, sintagmas, y logra también así, por tanto, un ente compacto a nivel formal.

En definitiva, podemos afirmar que Funerales del caballo posee una desbordante fuerza lírica, una serie impresionante de bellas, impactantes y expresivas imágenes y una filosofía que lo empuja abierta, transparente, solidaria y fraternal realmente maravillosa y cautivadora por sus postulados y su reveladora forma de expresión.

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Nº 45 - Mayo de 2009

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