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Sarah Waters: Afinidad
Editorial Anagrama. Barcelona, 2005. 432 págs.

Foucault para señoritas

por Xavier Ariza Pujol

Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. Si ustedes deciden lanzarse a la lectura de la última obra publicada en España de Sarah Waters, se encontrarán no pocas sorpresas.

La primera y más gratificante es, sin duda, la de tener entre manos una excelente novela moralizante sobre el uso de los placeres, un dejà vu foucaltiano para lectores/as amantes de lo sáfico.

La segunda sorpresa será, que sin darse cuenta traspasarán la puerta de la Historia, y se situarán en la Inglaterra decimonónica, esa Britania dickensiana que Sarah Waters conoce como la palma de su mano, y que ha sido la fuente de inspiración de todas sus novelas. Parece que el espíritu del autor de David Copperfield persigue obsesivamente a la escritora, igual que los fantasmas acometen a la protagonista de la novela. Pero no adelantemos acontecimientos.

Sarah Waters, especialista en temas de sexualidad no reproductiva, feminismo y género, se lanza a la aventura de desgranar en un decorado victoriano una historia de culpa y perdón, de vigilancia y castigo, de identidad y alteridad para acabar demostrando que el orden moral no siempre prevale sobre el placer y el goce.

Se nota que Sarah Waters, ha leído con atención a los hijos del postestructuralismo francés. Para que luego digan que la novela actual ha rechazado las nuevas aportaciones ideológicas.

Eso sí. La novela mantiene en todo momento las formas y maneras clásicas para que el lector/a pueda hilvanar los acontecimientos sin empacho. Ideología sí, pero no panfleto, cosa que el atento lector agradece sobremanera.

Pero entremos sin vergüenza en los intestinos de la propuesta que nos ofrece Sarah Waters. Parece, esta es la primera impresión, que uno está frente a una obra menor, a una lectura que se resuelve de forma urgente, que no necesita de clínica y que al final, la memoria no dará cuenta de lo que hemos leído más allá de un corto plazo. Pero no es así.

Afinidad es el diario de una enferma. O mejor aún, es el diario de dos enfermas. Y es a la vez la historia de un encuentro. El encuentro desesperado de dos mujeres que se necesitan. Una para identificarse y otra para desaparecer. Y de ese encuentro, Waters escribirá un apasionante relato, donde mezclará fantasmas, intentos de suicido, apariciones, sesiones de espiritismo y otras cosas que no señalo para que resuelvan el misterio, como la inocente Margaret Prior (aquí en funciones de protagonista) debe hacerlo.

Y lo mejor viene ahora. La autora coloca a todos los protagonistas en una cárcel. En una horrible cárcel que hubiera hecho las delicias de Leopold von Sacher-Masoch. Y aquí otra vez el tinte foucaltiano. Unas dentro de la cárcel y otras fueras. Unas vigilando y otras castigando. Unas moralizando y otras expiando. Pero, llegado el momento, la débil frontera se rompe, el cristal que protege la inocencia de la culpa se fragmenta en mil pedazos, no sabiendo cuál de ellos refleja la Verdad. Y otra vez se inicia la fascinación. Como la que sentimos ante las detalladas sesiones de espiritismo que Margaret Prior recoge en su diario.

Fascinación parecida a la que siente por Selina Dawis, la presa, la cautiva, el objeto del deseo, la culpable. Y en este ir y venir, en esta turbulenta tempestad de deseos ignotos, de silencios y miradas, las dos mujeres tejerán un complot que las arrastrará a un final inesperado. Y la novela crecerá lentamente ante nosotros, colocando su mejor perfil, el de la ideología: el que se reconoce en los textos de Foucault. El que se inspira en Bataille, en Louÿs, en Sade. "No sabría decir cúal de las tres cosas me asusta más: que sea una médium, que sea una reclusa o que sea una chica" , exclama Margaret Prior. Quid pro quo. Lo que tú tienes yo lo quiero, lo que yo tengo tú lo necesitas. Y de este deseo culpable, que se sabe negado, nace la afinidad. Lo afín convulso. Pura filosofía de tocador.

¿Problemas?, preguntarán ustedes. Los hay. No voy a engañarles. Precipitación, urgencias, recreaciones. A veces la autora nos engaña, nos ofrece panoramas que son decorados trompe-l'oeil , cartón y sedas. Las protagonistas hablan como personajes de un folletín de la BBC. Y eso les resta credibilidad. Nos hubiera gustado ver la lucha entre lo " posh " y lo " cockney ". Y eso no se da. Se evita, se sublima, incomoda a la autora. Es evidente que la lengua es una patria. Y aquí Sara Waters vaga errabunda en tierra de nadie. Necesitamos más lenguaje y menos filiación. Pero aun así, la novela nos alumbra caminos, nos acoge y nos sorprende. Léanla. Les devolverá a esa edad húmeda de donde jamás hubiéramos tenido que huir. Pero ya lo escribió Freud: El niño es el padre del hombre. y de alguna mujer.

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Nº 1 - Mayo de 2005

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