Juan Manuel Rodríguez Tobal. Grillos
Ediciones Rialp S.A, Madrid 2003.
Persistir. Paradójicamente, persistir
por Mª Ángeles Maeso
Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, 1962) es profesor de latín, traductor de autores
clásicos (Anacreonte, Ovidio o Safo) y es, sobre todo, poeta. Con su libro anterior "Dentro del
aire" (Algaida, 1999) consiguió el premio Ciudad de Badajoz. Con su segundo libro, este "Grillos",
el premio internacional San Juan de la Cruz 2003, editado recientemente.
Las citas que lo abren indican el sentido de la poesía al que se acoge Rodríguez Tobal:
cantar como la chicharra a la que alude Miguel Torga, creer en la vida, aunque al lado la muerte
esté a la espera; gozar en la agonía, como dice Teresa de Jesús. En uno y otro
caso, cantar. Cantar con el mayor deleite. Y cantar es la propuesta de este poeta que sabe, como
la chicharra, que el canto salva de la muerte y que sabe, como Torga, que la muerte espera.
De la consciencia de esa paradoja surgen sus Grillos que, a sabiendas de los límites,
en medio de la noche, cantan. El propio poeta ha justificado la originalidad del título,
poniéndolo en relación con la "constatación de una impotencia, la de la
palabra". Así pues, el canto del poeta, el canto del grillo, que viene por debajo de
las flores, que agranda la negrura de la noche y que no deja eco ni abre camino... Son las imágenes
de este poeta para nombrar la insuficiencia. Porque los grillos también saben la canción
que no cantan .
El libro se divide en cuatro partes sin título que responden a cuatro saltos en la escala del
anhelo. El lenguaje al servicio de cuatro modos de ver, cada una de ellos con su exigencia en ascenso.
Con su insaciable sed.
La primera responde a la visión del mundo que se obtiene mirando a ras de suelo. Visión
del mundo propia de la percepción por los sentidos. El poeta comparte la experimentación
propia del grillo, en la medida que comparte con él el territorio de la oscuridad. De esa
visión, la elaboración de un lenguaje rico en imágenes sensoriales.
En la segunda parte hay una exigencia de altura y los poemas conllevan las imágenes del aire,
la luz, el frío, la nieve; la simbología de lo inmaterial también es reclamada
por el grillo. La tercera parte se abre con un magnífico poema que supone la designación
de una nueva escala: el mundo configurado por del lenguaje. Apenas promesa, apenas sonido. Una precariedad
para acceder a lo real que no puede renunciar al saber que facilitan los sentidos. De ahí que
aparezcan nuevamente las imágenes corporales de la primera parte. Ahora, puestas en contraste
con lo inmaterial (cuerpo/sonido) adquieren gran fuerza emotiva. La realidad, percibida como antitética,
halla su cauce en la expresión paradójica. La parte final del libro acota el espacio
para el decir de Grillos , para la palabra poética: lo leve, la sombra, el aire, lo
no nacido: el espacio de la sed.
Los poemas de Grillos se ajustan a una noción de canto que se hace con las manos, como
diría Valente. El poeta ha reclamado con fuerza la palabra corporal, de ahí que el
trazo abstracto de su lenguaje no pierda emoción, y ha vuelto a mirar con humildad a los
grillos. A los que ven un mundo que celebrar y un mundo que custodiar en la memoria. Persistir,
dice la voz del poeta. Cantar y, al hacerlo, desvelar si acaso la nada soñadora.
Bellos poemas para bajarle los humos, más que a la poesía, a los poetas.
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