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Abraham La Calle . Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid

ABRAHAM LA CALLE.

por Mariano de Blas

Colores intensos, pinceladas atrevidas, composiciones abiertas, despliegue de sensualidad en las formas y en los tonos, agitación formal por obra de la mano del artista que, sin rubor a parecer anticuado, se le puede calificar de pintor, Abraham La Calle.

El subdirector del Reina Sofía, Kevin Power, que asimismo analiza en un catálogo esta exposición, ha descrito el arte de los ochenta como "la vuelta al placer de pintar. el estallido masivo de neo-lecturas. una tendencia a crear obras o instalaciones para lugares determinados y a explorar la relación entre objeto y espectador.. un sentido reafirmado de la subjetividad", lo que encaja perfectamente con los parámetros de Abraham La Calle, a pesar de que pertenezca más bien a una generación posterior (Almería, 1962).

Esta descripción no nos conduce, en esta ocasión, a un conjunto de obras pictóricas que se cuelgan para después ser comercializadas convertidas ya en objetos valiosos. Su trabajo en el Espacio Uno del Museo Reina Sofía es un proyecto titulado significativamente "Un lugar en donde nunca sucede nada". Consta de seis partes que ocupan una superficie de cinco por diez metros. Se desarrolla en una secuencia más formal que iconográfica, y menos aún literaria. Acorde con el estilo de La Calle, su temática está a caballo entre la abstracción y la sugerencia de formas antropomórficas. Un discurso sustentado en un desarrollo plástico y formal. Pero en esta ocasión, se trata de una obra que es efímera por lo que se la puede vincular a las que inciden en la importancia del proceso y en la intervención como un elemento protagonista del trabajo. La técnica al fresco con que ha sido realizada no permite los retoques y reelaboraciones de otras técnicas, por ejemplo la del óleo, que es la que suele emplear La Calle.

Evidentemente, el fresco se vincula a la arquitectura del espacio, que en el Renacimiento se denominaría decoración, y que ahora se define como "intervención en el espacio". Pero este espacio no ha de devenir en un recinto revalorizado por la consideración de "obra de arte" sino que, al ser destruida la pintura cuando finalice la exposición, hace hincapié en el carácter de acontecimiento, que cuanto más relevante, más efímero. Es decir, todo acontecimiento perdurable pierde su carácter de tal para convertirse en cotidianeidad.

El artista explica que este trabajo es una referencia "al espacio, al sitio", para relacionarlo después a "celdas y aeropuertos". Estas alusiones recuerdan inmediatamente al concepto del "no lugar" de Mac Augué. Así que se podría concluir que el espacio del Reina Sofia es también un "no lugar", el museo compartiendo el espacio anónimo, anodino y despersonalizado del aeropuerto, de la cárcel, de la estación. Con esta última referencia no se puede evitar el escalofrío al recordar la cercanía de la estación de Atocha, asociada ya irremediablemente al atentado del once de marzo. Y es entonces que los "no lugares" de nuevo aparecen, si no habitados, recorridos por personas con nombres y apellidos, o lo que es lo mismo con vidas, con familias, con recuerdos y con futuros.

En este "un lugar donde nunca sucede nada", la conciencia del artista muestra que "sucede lo más importante". Abraham La Calle habla de fracasos personales y de trucos para "sobreponerse al miedo", en una "habitación o el espacio de la conciencia". Es ahí donde reside precisamente la heroicidad del común (generalidad de las personas), en su cotidianeidad, trabajo callado, vida discreta y aparentemente anónima, en anónimas habitaciones. Esas han sido las manos que han construido los grandes monumentos y las grandes ideas y civilizaciones. Pero "aparentemente anónima", porque, como se acaba de decir, todos tenían y tienen "nombres y apellidos", alguien que les esperaba y ahora o entonces, les ha echado de menos. Así pues, hay que hablar de "manos" y corazón y cabeza. Esa alusión a la desaparición queda representada en el concluir final de esta obra de Abraham La Calle, que se puede entender como un ritual en el que el yo, famoso y apreciado, del artista, se convierte en el demiurgo que conjuga la delegación de una suma de palpitaciones colectivas. Exactamente igual a sus colores y formas "palpitando" con la cercana traza del pincel manipulado por una suma de gestos en la fuerza expresiva de este trabajo. Quizás se pueda glosar entonces acerca de una cierta romántica belleza..

Hasta el 8 de mayo de 2005

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Nº 1 - Mayo de 2005

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