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Ignacio Pinazo 1849-1916 . Fundación Mapfre. (Avda. General Perón, 40 Madrid).
Del 3 de febrero al 3 de abril de 2005.

Ignacio Pinazo

por Carmen González García-Pando

Desde 1981, que se llevó a cabo una amplia exposición sobre Pinazo, no se había realizado en Madrid ninguna monográfica ni se había prestado atención al análisis de aspectos parciales de la obra de este pintor levantino. La Fundación Mapfre ha elegido en esta ocasión un artista muy controvertido y enigmático cuyo trabajo incorpora elementos de la futura modernidad. Lo ha hecho desde el estudio pormenorizado de tres facetas concretas: el desnudo, el retrato y la pintura decorativa. En ellas se revisa la pintura de un hombre poco y mal conocido que se movió entre finales del XIX y principios del XX y que, debido a su carácter enigmático e introvertido, no logró el reconocimiento internacional de pintores como sus contemporáneos Cecilio Pla o Joaquín Sorolla.

No pocas veces se ha catalogado la pintura de este grupo de manera simplificadora. A todos ellos se les colocó la etiqueta de miembros de una escuela luminosa y levantina que tenía a Sorolla como máximo exponente. Peligrosa y errónea afirmación cuando, en el caso concreto de Pinazo, su antisorollismo era patente hasta el punto de adoptar una postura "aislacionista" ajena a las modas y gustos del momento. Desde su querida ciudad de Godella, Pinazo llevó a cabo su personal visión de la pintura.

Una pintura a caballo de los postulados academicistas y la vanguardia incipiente que nunca siguió una sola dirección. De hecho no es de extrañar que ante obras de factura expresionista donde la pincelada suelta crea una composición casi abstracta, encontremos otras de corte histórico y naturalista.

La exposición incide en este doble juego de tradición y vanguardia, en las contradicciones e incertidumbres de un hombre que, aún a pesar de su claro rechazo a las propuestas avanzadas del momento, sí estuvo involucrado en las inquietudes regeneracionistas de su época. Es decir, y como apuntaba el crítico Rafael Doménech: "Pinazo, sin tal vez proponérselo, y quizás sin saberlo, ha sido en España un pintor francamente revolucionario". Es esta una afirmación que puede probarse ante el análisis de piezas tan modernas como los lienzos que sirvieron para decorar el restaurante El León de Oro y que, actualmente, se presentan en la exposición madrileña. Tanto en ellos como en la serie "Las cuatro estaciones" o en algunas grandes composiciones como "Tarde de carnaval en la Alameda", el pintor logra una enorme expresividad. La razón radica en el uso de una pincelada suelta y en el empleo de una masa densa de color que se repite en distintas capas confiriendo al cuadro un halo de modernidad más próximo a los pintores matéricos de mediados del siglo XX que a los de sus contemporáneos finiseculares. La sensación que el espectador siente ante el cuadro no es, sin embargo, pesada o recargada sino, por el contrario, ligera y dinámica. El motivo es que Pinazo alterna, en la misma composición, fragmentos muy detallados con otros apenas abocetados.

A la hora de abordar el entorno que le rodea o los familiares con los que convive, Pinazo demuestra una sensibilidad exquisita y novedosa. Sin duda, son los retratos una muestra elocuente de la modernidad de su quehacer artístico. Los autorretratos (especialmente los que corresponden con una edad avanzada) y los de los niños son, sencillamente, magníficos. En ellos emplea, una vez más, esa técnica que consiste en aplicar la pintura con espátulas para someterla, después, a ralladuras e incisiones.

Para la sociedad puritana de finales del XIX, la representación del desnudo sólo podía permitirse como ejercicio meramente académico o si evocaba un motivo literario o histórico. Pinazo supo como pocos, dotar a sus modelos de una fuerza y sensualidad que, difícilmente habrían superado la censura si no hubiera sido porque los "disfrazaba" de diosas, ninfas o amorcillos para adaptarse a los cánones del momento. Sin embargo cuando contemplamos cuadros como ese "Desnudo de frente" de 1888, nos damos cuenta que ese magnífico y sinuoso cuerpo femenino es algo más que un simple ejercicio académico. Es una lección magistral de belleza y erotismo femenino. Ejemplo de sensibilidad y buen quehacer de un artista incomprendido que se adelantó a su época, ¿sin proponérselo?...

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Nº 1 - Mayo de 2005

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