Artes Hoy
 

Diab El Dick. Realismo en paisajes de nostalgia


Por Julia Sáez-Angulo

Habla arameo, la lengua de Cristo, además del árabe y el castellano, Diab El Dick (Malula, Siria, 1946), con aspecto de profeta, ha vivido desde muy niño en el Líbano, país del que tuvo la nacionalidad, se sintió muy pronto atraído por la pintura y sus profesores, entre ellos Antonio López, elogiaron sus dotes; siempre creyeron que llegó con un gran bagaje de maestría de su país de origen.

Diab El Dick no olvida la afirmación y el consejo del maestro Antonio López: "Tienes capacidad para hacer lo que quieras así que atrévete con todo". El mismo profesor tuvo la deferencia de comprarle dos cuadros en su primera exposición. Después vinieron otros coleccionistas de los que no se atreve a dar nombres: políticos, cineastas, senadores y sobre todo banqueros, uno de ellos en Madrid le adquirió de golpe seis grandes cuadros por lo que tuvo que retrasar su exposición.

El artista libanés gusta de la luz tenue del ocaso del día, por eso cuenta con numerosos nocturnos que apresan los atardeceres, la luz del crepúsculo que le atrae como a una falena. "He sentido el misterio de esa luz y trato de apresarla en los paisajes de mis cuadros, donde doy cabida a las grandes montañas de roca que rodeaban el pueblo de Malula y los ríos sirios encajonadas entre los desfiladeros. Se trata, en definitiva, de paisajes imaginarios, inventados con recuerdos, que voy construyendo a base de pintura, de capas de óleo".

Reconoce que la pintura es su medio de expresión silenciosa y que nunca piensa en el mercado cuando compone una obra. Es incapaz de utilizar la fotografía como medio auxiliar, porque necesita la realidad para plasmar las texturas y transmitirlas.

Diab El Dick juega con los diferentes planos del horizonte, necesita la salida de la ventana al paisaje y buena parte de sus composiciones sitúan en primer plano unos objetos o unos textiles para descontextualizar desde el alfeizar de una ventana el paisaje solitario. Una visión onírica, surrealista se posa así sobre el paisaje de fondo y lo hace inquietante, turbador. Su precisión de mirada y pincelada sobre los textiles resulta asombrosa. Trabaja y dibuja directamente con el óleo sin pasar por el boceto previo.

Ha llevado a cabo numerosos retratos y autorretratos o plasma la figura, casi siempre con tema literario como "Ofelia" (1,16 x 89 cm), un pretexto para representar la visión de una joven que acaricia el agua y las flores. También ha llevado a cabo algunas obras de pintura religiosa que le encargan determinadas iglesias o conventos.

Admira al Greco, a Rembrandt, a Solana y a Antonio López. Confiesa que visita más el museo del Prado que el Reina Sofía, seguramente porque su pintura conecta más con la gran pintura del pasado. Se detiene ante los cuadros del Greco –cuya influencia es clara- o en los pocos ejemplares de Poussin; también en los paisajes de Claudio de Lorena, en el tenebrismo de Ribera o en las visiones de Zurbarán.

Las obras de Diab El Dick traen a la memoria "El paso de la Laguna Estigia" de Patinir o los paisaje románticos del decimonónico Modest Urgell. La nostalgia del origen, del pasado, de su país y del Museo del Prado, le llevan a una pintura grande con acentos oníricos o toques surrealistas. Un pintor fiel a sus pulsiones, a sus gustos, que sigue el código de coherencia sin mirar con el rabillo del ojo lo que hacen los demás o lo que se lleva en el mercado. Algunos coleccionistas lo siguen con fidelidad.




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Nº 12 - Junio / Julio de 2006

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