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LA FLAUTA MÁGICA, mero entretenimiento

por Jorge Barraca Mairal

Música de Wolfang Amadeus Mozart.
Libreto de Emanuel Schikaneder.
Dirección Musical: Marc Minkowski.
Dirección de escena: Alex Ollé, Carlos Padrissa, La Fura dels Baus.
Proyecto escénico: La Fura dels Baus, Jaume Plensa.
Iluminador: Albert Faura.
Escenografía y vestuario: Jaume Plensa
Director del coro: Jordi Casas
Intérpretes: Daniel Borowski (Sarastro), Toby Spence (Tamino), Erika Miklósa (La reina de la noche), Marie Arnet (Pamina), Brett Polegato (Papageno), Markus Brutscher (Monostatos), Emmanuelle Goizé (Papagena), Ana Ibarra, Cecilia Díaz, Francisca Beaumont (Tres damas), François Lis (Orador).
Coro y Orquesta Titular del Teatro Real.
Fotografía: Antonio del Real
Madrid. Teatro Real. Funciones desde el 5 al 18 de julio de 2005.
La Flauta Mágica

La Fura dels Baus ha presentado en el Teatro Real una producción de La flauta mágica que, a los ojos profanos, puede impactar por su atrevimiento. La obra de Mozart se replantea estéticamente y se libera de toda su tradición escenográfica; desaparece el declamado en alemán y, en cambio, se proyectan visual y auditivamente unos textos en español ajenos por completo al libreto de Schikaneder, aunque los directores han debido de juzgarlos útiles para interpretar "en lo profundo" el célebre Singspiel . Por desgracia este énfasis de la escena desplaza mucha atención de la parte musical.

La verdad es que uno puede acabar por entender que se ofrezcan únicamente las partes cantadas si se desea presentar un espectáculo dinámico y si se parte del supuesto de que todos los espectadores conocen ya el desarrollo de la historia y cada uno de sus avatares; esto es, si se prescinde de la parte didáctica que todo montaje debe poseer en algún grado. Con todo, es una pena, pues los textos originales tienen su gracia y hasta su belleza, y la prosodia de la lengua alemana es muy hermosa cuando se logra una buena pronunciación; además, para el melómano que realmente conoce la página acaban por formar parte inseparable de ella. Pero lo que carece de interés y de sentido es incluir unas parrafadas en español que, según el momento, interpelan al espectador para, por lo que parece, hacerle reflexionar sobre lo que ve, involucrarle, epatarle, etc. En fin, por decirlo más rápidamente, en los textos españoles no se dice nada ni novedoso ni interesante, por mucho que haya sido Rafael Argullol quien haya metido la mano en ellos. Además, ¿nos parecería lógico al escuchar cualquier zarzuela (no se olvide que eso es más o menos el Signspiel alemán) el que tras la romanza correspondiente los protagonistas se pusieran a hablar en alemán? ¿El que tras oír "¡Ay mi morena! Morena clara..." siguiese un texto en sueco? La música de Mozart, y, desde luego, su Flauta mágica , no necesita precisamente de explicaciones.

Esto no quita que la presentación escénica de las situaciones, de los cantantes y de los figurantes que ha ideado La Fura no tenga su atractivo. Es cierto que a veces se quedan en un puro entretenimiento estético, en guiños ocurrentes o en curiosidades, que no revelan nada importante de la página. A veces, son puros brindis al sol de un momento: ¿por qué Papageno hace su aparición como si fuese una loca cuando es un personaje esencialmente masculino y con una preocupación constante por liarse con alguna chica? ¿Sólo por el detalle de que tiene plumas ? La idea de presentar todo lo que sucede como un sueño de Tamino, idea, parece ser, de Jaume Plensa, tampoco es precisamente una novedad, y no sólo en esta obra de Mozart (otro tanto hemos visto para montajes de El rapto en el serrallo ). Esa idea del sueño da pie en la escenografía de este montaje a colocar al protagonista durmiendo en unos enormes volúmenes en forma de colchones gigantes que van transformándose en diversas formas con diferentes funciones conforme surgen las necesidades del argumento. Naturalmente, aunque esto no sea frecuente verlo en un montaje en Madrid, no lo han inventado los directores de La Fura des Baus: era una de las sugerencias de Meyelhold a principios del siglo XX, lo mismo que esa estilización y ese esquematismo, que ese cuidado por dinamizar la escena cuidando su tempo y su tiempo, y que el uso de las proyecciones cinematográficas, aunque el modo de hacer esto último se parezca más a las propuestas de Brecht, y de Brecht sean, sobre todo, esos cambios escénicos a la vista del espectador, ese esfuerzo por impedir que la participación del que asiste a la representación suponga una identificación y no una crítica reflexiva. También Piscator está en el fondo de la concepción de este montaje, en la pretensión de vivificar una obra clásica.

La Flauta Mágica

Claro está que para el público habitual pueden resultar chocantes detalles como la partida de ajedrez de figuras humanas (por cierto, incorrectamente jugada). En cambio, otros detalles como las proyecciones de vídeo de la serpiente o el retrato de Pamina se convierten en soluciones acordes con el contenido musical. Las virtudes la producción, en fin, se circunscriben a que es un espectáculo que mantiene entretenido al público. La constante contemplación del movimiento preparatorio, de los cambios de escena a la vista, de las poleas y cuerdas, del recoger y desplegar los elementos escénicos, de los trucos de prestidigitador con el Orador o Sarastro vuelven todo desenfadado, aunque también despojan de trascendencia a muchas de las escenas dramáticas que acaban banalizadas. La flauta mágica es un cuento, sí, pero también una obra con momentos de profunda emotividad y de hondo humanismo.

La parte musical de la producción es mucho más interesente pese a quedar en un segundo plano por la preponderancia de la puesta en escena comentada. Para empezar, la dirección de Marc Minkowski sí que resulta fresca y original. El director saca a relucir su estilo galvánico, dinámico y preciso y así logra convocar un Mozart cercano, vivo, nada encorsetado (lo mismo que ha conseguido con sus interpretaciones de autores barrocos). La dirección de los cantantes es espléndida, así como el oficio del que hace gala al acomodarse tan correctamente a las servidumbres de la puesta en escena. Fenomenal, en consecuencia, es la respuesta de la Orquesta del Real (la Sinfónica de Madrid) y también del coro.

Los intérpretes vocales también se pliegan a todas las exigencias de la singular escenificación (cualquiera puede imaginar lo difícil que resulta cantar un aria llena de exigencias sobre una grúa o haciendo equilibrios en un colchón de aire). Toby Spence es un
Tamino ideal en la apariencia y valiente también por su manera de cantar, sin perder nunca la elegancia en el fraseo ni la musicalidad, cualidades esenciales para su lírico papel. Marie Arnet encarna a una Pamina igualmente perfecta en el aspecto físico y correcta en su línea vocal, aunque, tal vez, un punto monocorde. El Papageno de Brett Polegato se sirve de su dinámico concurso actoral. Su voz es agradable, aunque algo limitada para partes de más enjundia dramática. Mucho más desdibujado es el Sarastro de Daniel Borowski, muy lejos de la rotundidad que exige su parte. Bien la reina de la noche de Erika Miklósa, que no es el típico jilguero elegido para abordar esta parte, sino una cantante con tonos dramáticos y buena técnica, aunque pasa algunos apuros en la coloratura de su aria de arranque.

De entre los secundarios podemos citar a las bien concertadas Tres damas que corresponden a Ana Ibarra, Cecilia Díaz y Francisca Beaumenot. Decepcionante, en cambio, el Orador de François Lis; y graciosa la Papagena de Emmanuelle Goizé. Un punto de calidad lo da el Monostatos de Markus Brutscher, fantástico en su caracterización. Para terminar hay que mencionar la calidad de los Tres niños, solistas del Tölzer Knabenchor.

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Nº 3 - Agosto / Septiembre de 2005

 

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