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Eduardo Milán: Querencia, gracias y otros poemas

Selección y prólogo de Nicanor Vélez.
Galaxia Gutenberg/ Círculo de lectores 360 pp.

Los peligros de la luz verdadera

PorGilberto Prado Galán

Eduardo MilánLos poemas de Milán -abundantes en menciones de pájaros- han de leerse como retazos iluminadores donde el escritor indaga, espeleólogo de paisajes aéreos, para interrogarse en la operación misma con que su herramienta cala a fondo la mina de los significados (significa hados, diría el poeta con un calambur). Varios poemas de la antología, que comprende piezas de los principales poemarios del escritor uruguayo y el libro inédito Querencia, gracias, han sido imaginados obedientes a la dialéctica que encuentra su opuesto en el seno mismo de la hechura poética y donde la fisiología retórica está cifrada en una suerte de imantación metonímica. Por ejemplo en el río verbal que inicia con el verso “Una corona para el sentimiento”, la voz se desplaza por contagios semánticos y sonoros: corazón-corazonada-nada de corazones-cartas. Y a través de referencias a lugares comunes enmascarados por ardides paronomásicos: “hoy no se finge,/ mañana sí”, expresión que remite a su ascendente: “hoy no se fía/ mañana sí”, rótulo que advertimos en numerosas tiendas mexicanas.
El poeta busca la luz a pesar del oscuro dolor, como ocurre en “Oscuro el dolor, oscuro”, uno de los más logrados e incluido en la franja crepuscular del libro: “Oscuro el dolor, oscuro/ y en tinieblas. Me pregunto si hay un dolor claro./ Ni la chispa que se frota lejanísima/ se acercaría con su generosidad/ refrescante a dar agua” (p. 333). Hay alusiones que apelan al marco de referencia cultural del lector: “pastar fembra placentera” (Arcipreste de Hita), palabras que descubrimos en el penúltimo verso de “Ahora que no hay yo, vamos al yo general” o, por ejemplo, la frase del Göethe agónico “luz más luz” (p. 66).
Quizá la constante más lúcida y fecunda de la poesía de Milán es la exploración respecto de la naturaleza del poema y de su función en el mundo: como salvavidas (p. 115), ventana abierta a la realidad (p. 121), fruta sin precio (p. 124), inocencia que vuelve (p. 315), nobleza contrapuesta a la sinrazón del mundo (p. 322) y, en fin, como solicitud de lo invisible (p.94): “El poema no es nada si no pide que lo invisible sumerja, basta”.
            Debo señalar el riesgo que implica la busca esforzada de este quehacer animoso: en la realización de los trucos el ademán del mago habrá de ser invisible. Hay en múltiples poemas de Milán una vistosidad estridente inducida por la gratuidad de los juegos de palabras que no favorecen la libre fluencia, sino que funcionan como cuerpos extraños, distractores lingüísticos o ruido semántico en el texto: “Esto debe haberlo dicho Lacan/ o la selva Lacandona...”, “se detiene, tiene sed” (p. 209), “dando pie, donando andar, es” (p. 249) y muchos más. Sin embargo, en algunos poemas las argucias silábicas funcionan e, incluso, fortalecen el efecto perseguido. Quizá el mejor ejemplo de esto sea “Por escuchar un mirlo, por oírlo, oírlo mar”: paradigma metalingüístico, uroboros cuya reflexión sobre su propia naturaleza es un examen espejo de sus propios ingredientes: “Por escuchar un mirlo, por oírlo, oírlo mar,/ el oleaje: un brillo de crestas de cristal./ Y de pronto todo es roca, resiste/ como roca, el hueco es la ausencia de una roca,/ y de pronto todo es una rima rica en eco hasta la cima,/ imantada. Solo y de pronto, como un pájaro resiste” (p. 60). Las transiciones semánticas, la metamorfosis del mirlo en mar y del mar en roca y de la roca en rima que es canto de pájaro ¾de mirlo¾ son sutiles y progresivas. Y la intención lúdica es, porque su explicitud confirma lo que anuncia, convincente. En este poema la revelación del lado secreto de la lengua es sorprendente porque, sin aspavientos ni deslices, consigue la equivalencia entre la mostración y la demostración, entre el decir y el hacer, en un juego de correspondencias y de analogías sólo posible por medio de la poesía, puente entre el hombre y el mundo.
            ¿Cuáles son los poemas más redondos (donde redondez es congruencia temática, semántica y tonal) de la antología? Citaré algunos que prefiero porque en ellos las palabras poseen una combustión distinta y porque el poeta ha puesto al margen la busca del efecto fácil, la pirotecnia verbal o el guiño seudofilológico que a veces deviene rima interna de sonsonete (“producto, ducto, nunca de petróleo”, p. 342): “Señora de los dormires”, “Oscuro el dolor, oscuro”, “En un lugar del jardincito”, “La presencia es como un viento”, “Habrá un tiempo, música o palabra”, “Y el dolor apretándose solo”, y muchísimos más que no cito pero sí recuerdo.
            Querencia, gracias y otros poemas es una antología que invita al paseo por una de las estaciones más llamativas de la poesía hispanoamericana de los últimos años: la obra de Eduardo Milán, avezado buscador de claros que, en la gritería espesa de nuestro idioma, se deja deslumbrar a ratos por las falsas irisaciones que producen las palabras en su fricción y en su incandescencia.

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Nº 9 - Marzo de 2006

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