"Picasso. Tradición y Vanguardia" 
     El Retorno de Picasso Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y  Museo del Prado. Madrid. Desde el 6 de junio al 3 de septiembre de 2006
 
     Por Mariano de Blas Ortega 
	   Las 
        obras de arte no son eternas, ni por su permanencia material, ni por los 
        mensajes y conceptos que aportan acerca de la realidad. Las obras de arte 
        dependen del tiempo en que se hacen y de las personas que en cada momento 
        histórico las contemplan. De hecho, como decía Cortazar, 
        "el tiempo nace en los ojos". Sirva esta introducción 
        para alejarse, desde el principio, de conceptos maximalistas que esconden 
        una utilización conservadora del arte.  
        Las obras de arte del pasado nunca conservan la relevancia del presente 
        en que se las creó. Se contemplan y se aprecian desde otro presente, 
        más adelantado en el tiempo, que permite no sólo reconstruir, 
        en cierta medida, el pensamiento de las personas que las hicieron, sino 
        que se recrean en la mirada del espectador contemporáneo para reinterpretarlas 
        de otra manera. En cierta medida, es una "reconstrucción", 
        concepto acuñado por Derrida, De Man, Bloom, y otros, cuyo antecedente 
        se puede cifrar en la idea nietzscheriana de que no hay hechos, sino sólo 
        interpretaciones. Aquí, se podría señalar, como Vatimo, 
        que la reconstrucción a menudo se parece a la realización 
        virtuosa del arte. En este punto se introduce el goce estético 
        de las obras maestras del pasado, acotándolas en su relevancia 
        temporal.  
        El uso conservador es pródigo en epítetos laudatorios, todos 
        carentes de compromiso, porque apelan a obras ya aceptadas e integradas 
        en la historia. Epítetos inversamente proporcionales con relación 
        al arte contemporáneo moderno, cuando no, esos epítetos 
        sirven para vincular de una manera interesada, ese arte del pasado con 
        el irrelevante arte que repite, sin el contenido previo, los esquemas 
        del arte del pasado, el de los "maestros" que tanto se loa, 
        empleados instrumentalmente para elaborar un arte reaccionario.  
        Expuesto lo anterior, se puede afrontar la maravillosa exposición 
        de Picasso relacionando sus obras con otras de otras épocas. Se 
        puede así apreciar la relación iconográfica y conceptual 
        en muchos de los temas, por ejemplo el del rechazo y desmitificación 
        de la guerra, pero también las diametrales diferencias estéticas 
        que animaron a las diferentes obras, y de paso, la separación de 
        sus conceptos estéticos de los que sustentan el arte del presente. 
        En la Galería Central del Museo del Prado se puede apreciar la 
        relación de Picasso con grandes artistas del pasado. El concepto 
        de "maestro" que tanto se ha empleado, no hay que entenderlo 
        en este caso en cuanto su habilidad técnica (uno de  
        los desagües por donde se escapa la crítica conservadora), 
        sino en cuanto su capacidad expresiva, de imprimirle una fuerza comunicativa 
        y simbólica a una imagen. Picasso no quería pintar con la 
        "maestría" de pintor barroco que exhibe Velásquez, 
        ni la de un prerromántico como Goya. De hecho, una de las cosas 
        que más le interesaba al Picasso jovencito era el Greco, para espanto 
        de su padre, José Ruiz Blasco, artista en sí muy conservador. 
        Así, la inclusión de "La Trinidad" del cretense, 
        al comienzo del recorrido en la Galería Central del Prado, es de 
        lo más acertada. . Al principio del siglo XIX, el Greco era sospechosamente 
        heterodoxo, Velázquez y Goya (exceptuando sus Pinturas Negras), 
        por el contrario, parecían gozar del gusto convencional. Después 
        de haberse celebrado en 1899 y con todos los honores el tercer centenario 
        de Velázquez, cuando Picasso regresó a Madrid en enero de 
        1901 para trabajar en la revista Arte Joven, pudo reencontrarse con la 
        obra del artista sevillano en toda su majestad. No en vano, junto a "Las 
        Meninas" se había colocado una placa con la siguiente leyenda: 
        "Obra Cumbre de la Pintura Universal". Para el joven rebelde, 
        ese uso intencionado de un maestro para sostener un discurso reaccionario 
        hacía que se rechazara a Velázquez por lo que éste 
        implicaba. Esa es la tragedia de esa manipulación, la destrucción 
        del contenido de un artista, que después de manipulado, se convierte 
        en algo de lo que él no fue partícipe. Esto es más 
        doloroso si cabe, con artistas que realizaron grandes sacrificios en medio 
        de grandes tragedias personales, los Impresionistas, los Van Goghs, los 
        Goya de las Pinturas Negras, los homenajeados por los burgueses conservadores 
        y la aristocracia caduca, cuyos antepasados tanto les despreciaron e ignoraron. 
        Desde luego, la supuesta vinculación con la rancia "tradición" 
        se reduce a los primeros apuntes que tomó de algunas obras de Velázquez 
        (Bufón Calabacillas y El Niño de Vallecas) en su primera 
        visita al museo con 15 años, junto a otros testimonio conservados 
        de sus impresiones durante su estancia como alumno de la Academia de Bellas 
        Artes de San Fernando entre 1897 y 1898, por cierto, de la que huyó 
        espantado y aburrido después de cursar sólo el primer curso. 
        Ese es el mejor ejemplo paradigmático del inevitable fracaso de 
        la reacción artística española conservadora, por 
        mucho que se trate de fagotizar ahora oficialmente al nuevo gran maestro 
        bajo las redes de otros tantos maestros por ella momificados y manipulados. 
        Por otro lado, el Picasso maduro albergaba un prurito de emulación 
        y comparación ventajosa frente a los "maestros" del pasado, 
        aquí estaría la vena histriónica del artista malagueño. 
        Pues si le atraía Velázquez en el terreno de los dilemas 
        artísticos contemporáneos, al mismo tiempo deseaba formar 
        parte de ese gran museo, como así deseaba que fuera la residencia 
        del Guernica, el Museo del Prado. Un deseo que se convertiría, 
        con el paso de los años, en verdadera obsesión para Picasso: 
        lejos de querer rom per 
        con la historia, lo que ansiaba era convertirse en su último eslabón, 
        culminando la genealogía que pasaba por el Greco, Velázquez 
        y Goya y que tenía su sede en el Museo del Prado. La confrontación 
        con Velázquez, de hecho, fue lo primero en venir a la mente de 
        muchos comentaristas y críticos cuando, en 1936, Picasso recibió 
        del gobierno de la República el nombramiento de Director del Museo 
        del Prado. Era un nombramiento de gran importancia simbólica, pues 
        unía el nombre del más conocido artista español vivo 
        con la más sagrada institución cultural del país. 
        Comenzada ya la guerra, ni Picasso llegó a incorporarse a su despacho 
        en Madrid, ni tampoco fue publicado después su cese. Pero el impacto 
        de este nombramiento en la mente de Picasso es fácilmente imaginable: 
        se encontraba al frente de aquel lugar al que su padre le había 
        llevado, por primera vez y con actitud reverencial, en 1895. Estaba ahora 
        al cargo de la obra de aquellos grandes maestros que, después de 
        la lógica rebeldía juvenil, quería considerar como 
        sus legítimos antepasados, como ha señalado María 
        Dolores Jiménez Blanco. Otro ejemplo de esta argumentación 
        sería la única condición que puso con motivo de la 
        donación que efectuó al Museo de Arte Moderno de París 
        en 1947, la de poder ver durante una noche una selección de diez 
        de sus obras en las salas de pintura española del Museo del Louvre. 
        Pero la Exposición se desarrolla en un segundo espacio, en el museo 
        Reina Sofía hay un claro planteamiento ideológico. No sólo 
        cómo se entiende la guerra, sino en qué postura ideológica 
        se posicionaron los artistas. El comisario de las exposiciones (junto 
        a Carmen Jiménez) y a su vez antiguo director del Museo del Prado, 
        Francisco Calvo Serraller ha exclamado: "Me emociona ver cómo 
        Picasso asume la guerra como una reflexión y cómo se enfrentan 
        sus pinturas a las de Goya. Esto sólo podía permitírselo 
        España". Para comenzar, hay un hecho que se vincula a la diplomacia 
        política, el Guernica no se ha trasladado, ni tan siquiera al Prado, 
        prefiriéndose mover a los Fusilamientos de Goya al Reina Sofía. 
        Suceso que sirve de referencia a la ministra de Cultura, Carmen Calvo, 
        para poner de manifiesto que al país vasco se trasladarán 
        para una exposición sólo los bocetos y cuadros alusivos 
        al Guernica, pero no el Guernica mismo. En todo esto laten muchos sucesos 
        históricos. Que el Guernica fuera consecuencia de un encargo de 
        la República Española a Picasso. Que el entonces Lendakari 
        Aguirre exclamara al ver el cuadro que era "una mierda". Que 
        tanto Goya como Picasso, murieron en Francia sin poder regresar a su país. 
        El primero por liberal frente al absolutismo de esa acémila cruel 
        y malvada que fue el rey Fernando VII. Mientras que el segundo apoyó 
        a la república española destruida por ese movimiento cruel 
        y malvado que fue el nacional catolicismo, encabezado por el dictador 
        Francisco Franco Bahamonde, al que algunos y alguna organización 
        to davía 
        se niegan a condenar en los foros internacionales, aunque se embelesen 
        por las obras de arte de los "Maestros Españoles". Puesto 
        que ellos mismos alardeen de su "españolidad" por encima 
        de las de otros, hay que recordar que durante muchos decenios Picasso 
        fue acusado de antiespañol. En una de las escasas declaraciones 
        de Picasso acerca del Guernica, realizada cuando aún trabajaba 
        en él, decía: "La guerra española es la lucha 
        de la reacción contra el pueblo, contra la libertad. Toda mi vida 
        de artista no ha consistido en otra cosa que en una lucha incesante contra 
        la reacción y la muerte en el arte... Cuando comenzó la 
        reacción, el constitucional y democrático gobierno de la 
        república española me nombró director del Museo del 
        Prado, puesto que acepté inmediatamente. En el mural en el que 
        estoy actualmente trabajando y que titularé "Guernica", 
        y en todas mis obras artísticas recientes, expreso claramente mi 
        horror por la casta militar que ha sumido a España en un océano 
        de horror y muerte". Al final se puede apreciar el mismo diagnostico, 
        tanto en Goya como en Picasso, como ha señalado Calvo Serraller, 
        "todas estas obras proclaman que las "víctimas son las 
        vencedoras morales" de todas las guerras y representan los diferentes 
        modelos de guerras que han ocurrido a lo largo de la historia: guerras 
        fratricidas, guerras coloniales, imperiales y el holocausto". En 
        este punto habría un desmarque en el "Fusilamiento de Maximiliano" 
        de Manet, incluido en la exposición, que trata de un suceso que, 
        si no fuera porque costó tantas víctimas, la intervención 
        francesa en Méjico con su impuesto Emperador belga Maximiliano, 
        podría calificarse de patético. Así, los fusilamientos 
        de los españoles aparecen como una tragedia frente a la opereta 
        maximiliana. Por cierto, quizás habría oportuno incluir 
        en la exposición los "Fusilamiento de Torrijos" de A. 
        Gisbert, en donde se ilustra la ejecución de Torrijos y sus compañeros 
        liberales en las playas de Málaga en 1831, además el cuadro, 
        como obra de arte, lo merece, aunque no esté a la altura de un 
        Manet.  
        El que Picasso no figure en el Prado puede entenderse como una justa razón 
        cronológica, pero también, por otras razones, por lo que 
        todavía pudiera representar ideológicamente Picasso. Sin 
        haber caído todavía en el olvido del liberalismo de un Goya, 
        su hipotética inclusión en el Prado rompería toda 
        esa demagogia que usa al arte como el mejor exponente de una tradición 
        reaccionaria que en sucesivos periodos se ha y se muestra tan beligerante 
        ¡Picasso recordaría que estaría del mismo lado que 
        Goya! Un arte que parece pertenecer a unas ciertas "esencias" 
        inmovilistas, cuando precisamente fue ese arte motor de cambios y movimientos 
        culturales progresistas. Hasta ahora Picasso sólo había 
        figurado en el Prado en la exposición dedicada al Retrato, con 
        algunas pìezas, como el retrato de Benedetta Canals o el de Gertrude 
        Stein.Se puede afirmar que una de los aspectos que la doble exposición 
        pone de relieve es que los grandes artistas de la cultura española 
        del pasado dejaron sus obras en España, incluso cuando algunas 
        de ellas están fuera, en más de un caso, se debió 
        más bien al expolio, por ejemplo, de los generales napoleónicos 
        o la "generosidad" cretina del rey Fernando VII con el casi 
        tan reaccionario Duque de Wellington. Sin embargo, la mayoría de 
        la obra ingente de Picasso está repartida allende al territorio 
        español, a excepción principalmente de la suite dedicada 
        a "Las  Meninas" 
        (1957), hoy enteramente conservada en el Museo Picasso de Barcelona y 
        del Guernica, en cuya gestación, encargo y esfuerzos para traerlo 
        a España fue toda una empresa colectiva de los españoles, 
        inclusive los vascos asesinados en Guernica que involuntariamente le aportaron 
        un motivo al especial cuadro de historia que andaba pergeñando 
        Picasso. Es decir, la España del siglo XX no fue capaz de retener, 
        de interesar, de amamantar, las inquietudes creadoras de uno de los mejores 
        artistas de su siglo. Y quizás sea significativo que la efímera 
        República fuera la única en tratar de atraer al artista, 
        con nombramientos colmados de honor y respeto, el de Director del Museo 
        del Prado, y con un encargo como que el dio fruto al Guernica. Esta España 
        cainita, casi suicida, esos hombres a garrotazos goyescos, aparecía 
        en los pabellones españoles de la Exposition Internacionale des 
        Arts et Techniques dans la Vie Moderne de Paris en 1937, la Republicana 
        con el Guernica, la Nacional Católica con Zuloaga (sin que Zuloaga 
        fuera desde luego responsable de su uso).  
        El extraordinario poder expresivo de Picasso demuestra ser capaz de reenfocar 
        el no menos extraordinario poder expresivo de los artistas con los que 
        él relaciona su trabajo, especialmente Velázquez y Goya. 
        Picasso, a lo largo de su carrera ha tenido diferentes muertes y resurrecciones. 
        Cuando se empezó a exponer el Guernica en USA, durante la segunda 
        guerra Mundial, las críticas fueron terribles, el Chicago Herald 
        and Examiner publicó a toda portada "ARTE BOLCHEVITA CONTROLADO 
        POR LA MANO DE MOSCÚ". Y si bien la exposición en el 
        Museo de Arte Moderno de Nueva York de 1939, "Picasso: Cuarenta Años 
        de Su Arte" fue indiferente al gran público, un banquero, 
        Nelson Rockefeller y su protegido, el Director del MOMA, Alfred Barr, 
        apoyaban esta exposición, por entonces significativamente sabiendo 
        superar incluso las muchas oposiciones a la adquisición de las 
        "Señoritas de Aviñón" en 1937. Después 
        de esto, un artista enamorado de la obra de Picasso (aunque nunca correspondido 
        por el malagueño), Jackson Pollock, pudo construir su revolucionario 
        trabajo desde los cimientos picassianos. En la primavera de 1980 el MOMA 
        realizó "Picasso: una retrospectiva", quizás la 
        última oportunidad de ver tantas obras reunidas del artista. La 
        crítica por entonces más moderna, apegada el arte conceptual 
        y al minimalismo, le tachó de "artista que chocheaba". 
        Ese otoño moría Philip Guston, de los dos emergería 
        el retorno al expresionismo, a la pintura, a la textura, al arte de los 
        ochenta, con los Kifer, Polke, Schnabel, Koons, Basquiat, etc. No es cuestión 
        de tratar todas las grandes exposiciones alusivas a Picasso, sino a dos 
        hitos en Nueva York, sede en donde se fraguaron muchos movimientos artísticos 
        en la segunda mitad del siglo XX.  
        Ahora cabe preguntarse si lo más interesante está por venir, 
        a saber, qué repercusión va a tener esta exposición 
        en la cultura española contemporánea. Hasta ahora es una 
        gran exposición de historiador del arte, un gran trabajo de los 
        comisarios, un esfuerzo ingente del Ministerio de Cultura, pero una crónica 
        del pasado, aunque con un empeño y un resultado digno de los mejores 
        museos del mundo. Una exposición que sigue dos criterios muy contemporáneos 
        que se aprecian en casi todos los grandes museos del mundo de arte moderno 
        y contemporáneo. Uno, la confrontación de diferentes obras 
        con diferentes premisas y resultados obviando sus cronologías. 
        El resultado es una relectura, una reconstrucción, una nueva aproximación 
        a la obra. En este caso, el atrevimiento llega a realizar este mecanismo 
        llevando al Museo del Prado, a uno de los santa sanctorum del mundo artístico, 
        el trasiego de la Modernidad. Pero además, se desplaza "al 
        más viejo" en vez del "más joven". Es el 
        "Tres de Mayo" el que visita al "Guernica", y no al 
        contrario. El otro criterio es el de la exposición como suceso 
        mediático, la del triunfo de visitas por el gran público. 
        En donde aparece la paradoja del "descubrimiento", de lo que 
        siempre ha estado allí, pero que en otras circunstancias, sin el 
        concurso de la incitación mediática pasaría desapercibido. 
        Tan sólo por eso, merece la pena que Goya, Velázquez y el 
        Guernica vuelvan a recobrar su capacidad y de generar interés. 
         
        En la exposición están representadas todas las etapas picasianas. 
        Se han ordenado según una rigurosa secuencia cronológica 
        desde el modernismo de las primeras etapas azul y rosa (1903-1906), la 
        radical experiencia cubista (1908-1913), el retorno al orden y al canon 
        clásico en el periodo de entreguerras (1917-1932), los difíciles 
        años de la guerra (1936-1945), hasta sus últimas décadas 
        (1955-1964). El recorrido cronológico queda interrumpido en el 
        centro de la galería para celebrar el encuentro entre Picasso y 
        Velázquez. La serie sobre Las Meninas, pintada entre agosto y septiembre 
        de 1957, por primera vez se confrontan con el original de Velázquez 
        en un hecho sin precedentes. Otros excepcionales relaciones son el del 
        "Gran  Desnudo" 
        con "La Maja Desnuda" de Goya, y las versiones de obras de importantes 
        artistas franceses del siglo XIX como "Las Mujeres de Argel" 
        de Delacroix y "El Almuerzo Campestre" de Manet.  
        Es una ocasión excepcional para contemplar los "Los Tres Músicos" 
        (1921), del Museo de Philadelphia, que únicamente se ha expuesto 
        en Europa en dos ocasiones, la última hace casi cuarenta años. 
        Cabe añadir, "La Vida" (1903) del Museo de Cleveland 
        y "El Niño con el Caballo" (1906) del MOMA de Nueva York; 
        "Panes y frutero con frutas sobre una mesa" (1908-1909) y "El 
        aficionado" (1912) del Museo de Basilea; "Autorretrato con Paleta 
        (1906)" y "La flauta de Pan" (1923) del Museo Picasso de 
        París; "La Alborada" (1942) del Pompidou de París 
        o "Las Meninas" (1957) del Museo Picasso de Barcelona.  
        Por su parte, en el Reina Sofía, la exposición adquiere 
        un carácter monográfico en torno al Guernica y su legado, 
        reunidos ahora junto a otras obras relevantes de la respuesta artística 
        de Picasso a las dramáticas circunstancias de las guerras contemporáneas, 
        como "El Osario" (1945) del MOMA de Nueva York, y la "Masacre 
        en Corea" (1951) del Museo Picasso de París. Asimismo, se 
        han reunido dos obras paradigmáticas del tema del fusilamiento, 
        la "Ejecución de Maximiliano" (1868-1869) de Edouard 
        Manet, del Centro Municipal de las Arte de Mannheim, y "Los fusilamientos 
        del 3 de mayo" (1814) de Francisco de Goya, del Museo del Prado, 
        que junto al Guernica constituye un suceso nuevo en la historia del arte 
        el haberlos reunido. Es de resaltar que, por primera vez, se muestran 
        juntos todos los bocetos de Picasso en torno al Guernica y en el orden 
        cronológico en el que los realizó. Acompañan la exposición 
        otras piezas del Reina Sofía, como las esculturas "Dama oferente" 
        (1934) y "El hombre del cordero" (1943), junto a dos excelentes 
        pinturas "La nadadora" y "Mujer sentada en un sillón 
        gris" (1939). Un esfuerzo extraordinario tan sólo por traer 
        a Madrid semejante cúmulo de obras.  
        Desde luego que ya se había hecho esa "reunión" 
        a lo largo de la historiografía y la iconología del arte, 
        y más especialmente, desde el punto de vista impacto visual, con 
        las modernas técnicas de reproducción. Lo que este hito 
        expositivo apunta es la reunión de las obras trayendo a concurso 
        el concepto de "áurea" de la obra de arte de Walter Bengamin. 
        Ese suceso tan especial de la confluencia de tantas y tan importantes 
        " áureas" es lo que hace tan excepcional la exposición. 
        Lo cual es aun más contrastadamente significativo en una época 
        en donde lo virtual y lo ficticio es tan relevante. 
        Para terminar unas efemérides, se celebra los 25 años de 
        la llegada del Guernica a España y los 125 años del nacimiento 
        del pintor malagueño que hace 70 años fue nombrado director 
        del Prado.
  
        Referencias: 
         
        http://www.picassotradicionyvanguardia.com 
        http://www.museoprado.es 
        http://www.museoreinasofia.es 
         
Para ver las nueve obras nunca vistas en España: 
        http://www.elcultural.es/HTML/20060608/Artes/ARTES17561.asp. 
         
Para una visita virtual  a la exposición:  
        http://www.elcultural.es/news/destacados/picasso.asp#prado  
       
      << 
      |