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Adolfo Schlosser. 1939-2004

Museo Reina Sofía. Madrid. Del 7 febrero al 22 mayo de 2006

Por Ángela Rubio Rojo

Adolfo SchlosserEl austriaco Adolfo Schlosser fue mucho más que un escultor. Esto es lo que trata de demostrar el  Museo Reina Sofía con una ambiciosa exposición en la que examina todas las facetas de este artista. Así, nos muestra el Schlosser dibujante, creador de tapices, poemas y guiones radiofónicos, montajes fotográficos, instalaciones incluso al protagonista de performances. Es por esto, que resulta difícil someterlo a una clasificación artística o ligarlo a un movimiento concreto.

La vida y obra del artista que nos ocupa se caracterizaron por una actitud apasionada de hombre discreto y al mismo tiempo intenso. Estableció una honda relación con la naturaleza de la que extraía los materiales de sus obras como expresión de la ineludible vinculación del hombre con la tierra, haciéndonos ver que la tierra, la naturaleza son vida y energía. Así Schlosser , construye una de las poéticas más singulares del panorama plástico español del último cuarto del siglo XX.

Adolfo SchlosserEn la sala A1 del edificio Sabatini nos encontramos un espacio sabiamente diseñado por Miguel Berroa en el que se cuidan mucho las perspectivas y los efectos visuales, lo que contribuye a recrear el fantástico y personalísimo universo del artista. Un montaje con piezas colgadas, por las paredes, sobre grandes mesas o en el suelo consiguiendo un rendimiento estético altamente evocador. No es fácil obviar el contraste matérico entre continente y contenido, es decir la frialdad aséptica de los muros de la sala y la cálida expresividad de la obra de Schlosser.

Hijo de un artesano ceramista del que adquiere el gusto por el trabajo con los materiales de la tierra –barro, adobe, madera- pasa por la Escuela de Bellas Artes de Viena donde estudia entre 1957 y 1959. Al mismo tiempo, muestra interés por la escritura  -prosa, poesía y guiones radiofónicos- y la música llegando a formar un grupo musical con el que realizaría acciones-concierto con instrumentos musicales construidos por el mismo. Su vida dio un giro espectacular con diecinueve años cuando viaja a Islandia donde se familiariza e impregna de la cultura nórdica. Esta experiencia influirá notablemente en su trayectoria artística posterior, plasmada en sus obras: Ballena, Foca, Velero, Morkell Many, Moby Dick.

Tras un largo periplo junto a la artista Eva Lootz llega a España a mediados de los sesenta. En este momento recupera la escultura como principal forma de expresión, en ella refleja el interés por el espacio y la tensión, lo que le lleva a introducir en sus obras  plástico, metacrilato y la cuerda o goma elástica. Su proceso creativo evoluciona desde las construcciones geométricas -practicadas ya en los tapices de lana realizados entre 1970 y 1973- en metacrilato, cordón de goma hasta sus famosas “tensiones” de bandas elásticas sobre soportes de varilla de hierro.

Adolfo SchlosserDecide trasladarse a un pueblo de la sierra madrileña donde viviría junto a artistas  como Gerardo Aparicio, Marcos Irisaren. Allí comienza a experimentar con materiales orgánicos que extrae de la naturaleza: piel de cabra y de cordero sobre varilla de hierro, madera pulida y quemada, piedras tratadas con cera o piel, mangos de jara, paja, arpilleras, semillas, troncos… Estas materias apenas son manipuladas ya que siempre pensó que “las formas existían per se  y no había más que descubrirlas”. Es decir, la vida, la energía están ahí sólo hay que hacerlas aflorar.

Resultan especialmente interesantes en la exposición las instalaciones arbóreas Bóveda, Fata Morgana, El cielo sobre la tierra en las que despliega su instinto cósmico. Ya en los últimos años y en colaboración con el fotógrafo Enrique Carrazoni realizó varios montajes fotográficos buscando la ordenación del cosmos.

Juan Navarro Baldeweg se refiere a Schlosser como un artista silencioso que nos enseñó a ver figuras donde hay sólo azar. Esa es la sensación que tenemos al recorrer los sesenta y seis dibujos, instalaciones, fotografías, video y sobre todo las más de cien esculturas en las que reconocemos formas vistas en la naturaleza; esto es porque el artista las ha capturado y nos las ha traído con una particular visión.

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Nº 9 - Marzo de 2006

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