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DESDE LA CASA DE LOS MUERTOS

por Jorge Barraca Mairal

Música de Leos Janácek.
Libreto de Leos Janácek, basado en Recuerdos de la casa de los muertos de F.M. Dostoievski.
Dirección Musical: Marc Albrecht.
Dirección de escena: Klaus Michael Grüber.
Escenógrafo: Eduardo Arroyo.
Figurinista: Eva Dessecker.
Iluminador: Vinicio Cheli.
Director del coro: Jordi Casas Bayer.
Intérpretes: José Van Dam (Alexander Petrovich Gorianchikov), Gaële Le Roi (Alieia), Hubert Delamboye (Luka Kuzmic), Bojidar Nikolov (El prisionero grande), Ludek Vele (El prisionero pequeño), Jirí Sulzenko (El comandante de la prisión), Miroslav Svejda (El prisionero viejo), Jerry Hadley (Skuratov), David Bizic (Chekunov), Johan Reuter (Siskov).
Coro y Orquesta Titular del Teatro Real.
Fotografía: Antonio del Real
Madrid. Teatro Real. Funciones desde el 30 de octubre al 15 de noviembre de 2005.

Nuevo estreno de Janácek en Madrid

Aunque es indudable que las óperas más importantes de Janácek forman ya parte imprescindible del repertorio de los grandes coliseos líricos del mundo, sólo en los últimos años el público de Madrid ha podido descubrir la genialidad de partituras como Jenufa , La zorrita astuta o El destino (Osud) . Ahora, desde finales de octubre hasta mediados de noviembre, se presenta otra de sus creaciones más importantes: Desde la casa de los muertos . Su estreno -una coproducción del Real con la Ópera Nacional de París- ha revelado que la última obra de Janácek alberga una música sorprendente, y hace aumentar el deseo de que pronto se representen las no menos fundamentales Katia Kabanova o El caso Makropulos .

Nacido en Moravia en 1854 y muerto en 1928, Janácek es un compositor que no sólo ha impuesto su producción operística: en realidad, es toda su música la que ha ido ganando un puesto entre las grandes creaciones del siglo XX. En su obra sinfónica, coral y de cámara se encuentran auténticas piezas maestras -sirvan como ejemplo la Sinfonietta o la Misa Glagolítica -. Todas ellas poseen una originalidad y una intensidad dramática sin parangón entre los compositores de su entorno. Por una vía propia, con un lenguaje personal, Janácek se distinguió de sus contemporáneos sin romper el entramado armónico tonal; no obstante, su audacia sonora es tal que, en muchas ocasiones, creemos hallarnos ante el más vanguardista de los maestros, al tiempo que, en otras, distinguimos los ecos del canto popular y del folklore más genuino.

Por eso, al enfrentarse a la primera audición de Desde la casa de los muertos el público queda algo desconcertado por los efectos sonoros con que se topa. A la orquesta se añade como otro instrumento cadenas reales (evocación de los grilletes de los prisioneros), un solo de violín lucha con una música esperanzada contra una masa orquesta desoladora, continuamente se patina al filo de la asonancia... y, sin embargo, entre medias de estos sonidos, surge una rítmica clásica, unas células melódicas de gran belleza, música de circunstancias (para la pantomima) y un desarrollo climático convencional. Seguramente, la muerte del compositor antes de poder efectuar la revisión de la partitura (algo que siempre llevaba a cabo y con minuciosidad), provocó que la música conservada sea sólo la esencial, el entramado desnudo, sin envoltura; no obstante, es probable que este despojamiento otorgue a esta página de tema tan desolado la atmósfera más conveniente.

Janácek se encargó por sí mismo del libreto de esta ópera, siguiendo la novela de Dostoievski Recuerdos de la casa de los muertos lo más fielmente que le permitían las exigencias del género musical. La falta de una acción principal en esta novela, la amalgama de historias que la componen no parece en principio inadecuada para sacar de ella una ópera, puesto que en este tipo de espectáculo importa menos la trama que la exposición emocional de los personajes por medio del canto. Janácek, naturalmente, hubo de reducir el enorme número de personajes que vertebran la narración original, pero aprovechó el molde estructural y compuso su música de modo que no resaltara por encima de los otros componentes del espectáculo sino que enmarcara, apuntara e iluminara el tema literario.

El montaje del Teatro Real también parece fiel a esta concepción. Ahora bien: el espectador podía temer que la escenografía guardara fidelidad a lo sombrío y opresivo del tema y a lo grave, triste o trágico de las historias que aparecen, y que, en consecuencia, iluminara apenas el escenario con esas luces frías e insuficientes que ha tenido que soportar en otras ocasiones, o destacara unas paredes grises, desiguales o agrietadas, o vistiera a los cantantes una vez más con ropa remendada y tosca, como parece requerir la lectura de las cartas y de la novela de Dostoievski (el barracón donde se apelotonaban los presos en el frío invierno ruso, la suciedad, la falta de ropa adecuada, el peso de las cadenas, los insultos, por no descender a aspectos más soeces). Por el contrario, en este montaje, el equipo de Eduardo Arroyo, Eva Dessecker y Vinicio Cheli ha optado por reflejar el espíritu con que Dostoievski escribió la obra, la esperanza y la ilusión por vivir intensamente cada minuto que el escritor aprendió a apreciar sobre todo allí, el regocijo por un mínimo momento de asueto o de alegría. Janácek, además, se fijó especialmente en el teatro dentro del teatro que suponían las pantomimas representadas por los presos de la novela de Dostoievski en un día de fiesta, y que adquiere un puesto primordial en la ópera como símbolo de la actuación humana y como símbolo de las ilusiones en las que se vive cuando se carece de libertad. Es un cuadro que completa el todo de la vida de presidio.

Por eso pueden juzgarse un acierto los tonos blancos y amarillos elegidos para el atrezzo , el robusto árbol que aparece en el centro del escenario, árbol como símbolo de la vida, aunque no tenga la frondosidad de las hojas. El barco roto es como la vida de Gorianchikov, el protagonista trasunto de Dostoievski, roto como rota parece la vida del joven por la prisión, como el águila de la obra sin duda es también un trasunto del escritor que mira con la distancia del que escucha y observa para captar la realidad y escribirla. Herida durante la obra, finalmente esta águila, igual que el protagonista cuando es perdonado y sale de la prisión, sanará y saldrá volando.

A pesar de su juventud, Marc Albrecht demostró que es una batuta conocedora de la música del compositor checo. No hay prácticamente cabida para la lírica en esta obra, y Albrecht sabe transmitir a la orquesta la dureza y frialdad de la partitura sin necesidad de sobredimensionar el volumen; acompaña a los cantantes envolviéndolos con el sonido de la Sinfónica de una manera precisa.

En una partitura en la que la declamación de los cantantes es más importante que la emisión de sonidos bellos, destaca el equilibrio del elenco. Sin estridencias y armonizando perfectamente, todos desarrollan un trabajo canoro excelente y un correcto acomodo a la dirección escénica. Aunque el papel protagonista corresponde a Gorianchikov, sus partes cantadas son menos extensas que las de Luka o Siskov. José Van Dam encarnó al caballero encarcelado de forma muy convincente, sobre todo por su gran presencia escénica, que se antepone a la rotundidad de su canto. La voz femenina de Alieia supone el contraste perfecto para un mundo de rudos forzados. Gaële Le Roi la plasma con la inocencia adecuada, sin perder realismo. Excelentes por su dramatismo el Luka de Hubert Delamboye y el Siskov de Johan Reuter. Genial en su caracterización del mezquino comandante Jirí Sulzenko.

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Nº 5 - Noviembre de 2005

 

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