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Dulces sueños...(A propósito de la adaptación al cine de la novela de Dalh, y de los niños que aparecen en ella)Por Sergio Fernández Pinilla y Natalia Ruiz Martínez
En este sentido, hay que señalar que Burton apenas ha cambiado nada del texto original, aparte de desarrollar más el personaje de Willy Wonka y de actualizar un poco a los niños. A lo largo de la película se trata de mantener una cierta atemporalidad, que sería parte de su condición de cuento. Wonka y Charlie parecen salir de un mundo más antiguo, pero Mike y Violete vienen a encarnar a los chavales americanos de hoy en día. El enigmático Willy Wonka, que en la novela queda algo desdibujado, aparece en la película como un neurótico excéntrico, en un papel muy en la línea de las interpretaciones extremas de Johnny Deep que vuelve aquí a colaborar con Burton para dar vida al genio de las golosinas, cuya carrera descubriremos ha sido impulsada por un trauma infantil (y quién no lo tendría de haber sido hijo de un Christopher Lee dentista) y que ahora no sabe cómo dar salida a su crisis creativa. Respecto a los chicos, Burton ha captado perfectamente qué era lo que Dahl quería mostrar como niños repelentes: así mantiene al glotón y a la niña rica mimada, a la adicción a la televisión de Mike le suma la del videojuego, y respecto a Violete, la incansable mascadora de chicles, añade la obsesión por el triunfo a su vulgar desfachatez. No es ninguna tontería lo que Dahl y Burton hacen con esta caracterización, no son sin más cuatro niños "malos" (de hecho frente a los ilustradores del relato de Dahl, Burton no los pone feos) y uno "bueno", sino que Charlie representa lo que ambos más aprecian en la infancia que es la capacidad de ilusionarse; y se merecería ganar aunque sólo fuera porque es el único para el que, no ya la fábrica, sino una chocolatina representa algo verdaderamente especial. Charlie sueña con lograr el billete dorado que le lleve tras los misteriosos muros que nunca ha visto traspasar en su corta vida, en la que la pobreza le ha hecho ser muy pronto responsable; en cierto modo, es mucho más niño su abuelo Joe, que alimenta sus fantasías en torno a la fábrica, siendo quizá el personaje más encantador de la película. Charlie es pobre pero es feliz, son los otros elegidos los que viven eternamente insatisfechos en medio de un hartazgo en el que han perdido la ilusión. Y es esta capacidad de soñar lo que a fin de cuentas se ensalza en esta historia, una cualidad que como demuestra el abuelo Joe, no depende de la edad, y que tienen tanto Charlie como su creador y por supuesto, Tim Burton. Burton no es el mejor director que existe, pero sí es el único que actualmente sabe llevarnos de nuevo al mundo de los cuentos, de introducirnos en unos pocos minutos en un espacio mágico donde las cosas ya no funcionan por la lógica cotidiana.
Natalia Ruiz Martínez ...Y PESADILLAS NO TAN MOSTRUOSAS..."Se apremia a los niños a que se conviertan en adultos, lo cual, sin duda, es un error análogo a esa idealización de la infancia en la que caemos con el paso de los años. Nadie es capaz de tanta crueldad como un niño... pero tampoco quiero, por ello, negar mi infancia, sencillamente deseo mantener una actitud activa frente a ella." Jan Svankmayer El estreno de la nueva película de Tim Burton, Charlie y la fábrica de chocolate, debe celebrarse como lo que es: un peldaño más en la carrera del talentoso cineasta de Burbank, y la confirmación de que quizás sea el único que existe en la actualidad capaz de generar por sí solo un mundo de maravilla visual que proporciona además desde la metáfora una lectura transversal de la sociedad contemporánea en general, y de la infancia y del freakismo en particular. Los antecedentes de películas como la que nos ocupa, y de otras tan importantes o más, como Eduardo Manostijeras (1990), Pesadilla antes de Navidad (1993, que produce y escribe), Sleepy Hollow (1999), y los cortometrajes que hizo al inicio de su carrera, han de buscarse sobre todo en la literatura infantil y juvenil de autores con altas dosis de malditismo en su vida profesional o privada, como Lewis Carrol, L. Frank Baum (Edward no es más que una prolongación del Hombre de Hojalata de El mago de Oz ), James Matthew Barrie, Perrault, el Dr Seuss o Roald Dalh, y en los grandes cuentistas del Romanticismo Hans Christian Andersen y Los Hermanos Grimm. Cinematográficamente hablando, en inventiva sólo puede ser comparado con el checo Jan Svankmayer (los cortapisas creativos de Terry Gilliam son más plausibles en cada nueva película que hace), y con algún que otro maestro de la animación marginal y de la mainstream. Sin embargo, sus fuentes son más remotas: retrospectivamente, el terror de la Hammer, los monstruos de la Universal, ciertas películas de la RKO, y sobre todo el juego de las luces y las sombras que se iniciara en el Expresionismo alemán con Paul Wegener y Carl Boese, Fritz Lang, F.W. Murnau, y George W. Paubst, entre otros. Digamos que de todas estas producciones recoge el concepto visual, el entramado artístico, pero proponiendo una reinterpretación basada en el Romanticismo pictórico. Se puede decir que Burton abandona el claroscuro, el territorio de la pesadilla y reinterpreta ésta en acusados contrastes cromáticos, baña sus cuentos góticos de luz y color, y proporciona con ello una nueva lectura del territorio de la infancia y de la fantasía, y de la otredad de los marginados socialmente. Niños: en su adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate (no hay que olvidar que éste es un cuento infantil), Tim Burton traza una diáfana línea divisoria de comportamiento moral entre lo que considera la bondad del protagonista en contraposición con los vicios que desdibujan el retrato de los demás infantes, poseedores de la más diversa gama de "pecados capitales" contemporáneos, y acreedores para el demiurgo Willie Wonka- Burton de los más insólitos y humillantes castigos (es el californiano un artista justiciero que nunca esquiva su férrea predilección moral hacia los "diferentes", séanse monstruos, marginados, enanos, hechiceras, reyes góticos de ultratumba, o niños pobres y generosos como es el caso de este dickensiano Charlie, personajes todos en los que se manifiesta la quiebra con la realidad, y el recurso a un mundo paralelo de ilusión y fantasía). Willie, el dueño de la fábrica, es un personaje equidistante de lo bello y lo siniestro, capaz de disfrutar tanto en la elaboración del chocolate como en la destrucción de lo construido (la secuencia inicial en la que los autómatas introducen a los niños en la fábrica) y la "eliminación de los competidores" (es el relato una especie de Gran Hermano en un parque temático de caramelo y cacao, que recuerda uno de los pasajes de Carlo Collodi, y su Pinocho , otra obra de referencia para el universo burtoniano, también para el de Roald Dalh). Todos estos niños, freakies o monstruos, se caracterizan porque "aquello que llamamos realidad está en su cerebro subdesarrollada", como se dice en un pasaje de Eduardo Manostijeras .
Monstruos: en los cuentos infantiles clásicos se produce el miedo por una acumulación
de circunstancias adversas o por la fealdad, que se identifica además con la maldad.
Burton subvierte esto en la mayoría de sus películas y relatos, y se confiesa
enamorado de la diferencia, de la asimetría. Sus "patitos feos" (que jamás podrán
convertirse en cisnes, de la misma manera que no transmutarán en príncipes después
de haber besado a la princesa) convierten con sus acciones lo monstruoso en algo bello (como
paradigma las manostijeras de Edward creando esculturas a partir de la masa informe vegetal).
Y es que para Burton lo hermoso está en la otredad. Sus películas son cuentos
morales sobre la aceptación (o no) del diferente, del monstruo, del genio. Descrito como el vértigo consciente ante la confusión entre lo imaginario y lo
real, el miedo ha estado históricamente confrontado al Racionalismo Empirista ( Sleepy
Hollow expresa esta lucha). Miedo a lo desconocido, pero también a lo que se conoce
y se aborrece, a lo que se rechaza (el Das Unhheimliche de Freud). Al sacar este miedo
de la oscuridad, al dotarlo de luz y color, Tim Burton nos manifiesta su revolucionaria
concepción sobre la belleza, y lo que es más importante, sobre lo real .
Con lo que, y volviendo a la idea nuclear, saca a los niños y a los monstruos de las
tinieblas (a las que han sido relegados por la tradición cultural y la ciencia moderna)
y les atribuye una entidad real superior a la que les proporcionaba la Mitología y el
propio cine hasta entonces (en la que todo fenómeno sobrenatural se explicaba con reglas
naturales, o se dejaba en el territorio de lo imponderable, de lo desconocido). El mundo de
brujas y ultratumba despertado en Sleepy Hollow y Pesadilla antes de Navidad ,
el paralelo de fantasía en Eduardo manostijeras y en Charlie , incluso
el recorrido odiseico en la menor Big fish , es tan real como la vida misma, aunque
sometido a unas reglas y lógicas propias (el jinete sin cabeza sólo dejará de
matar cuando le devuelvan su calavera). Dice Johnny Deep/ Ichabod Krane en Sleepy Hollow (la
para mí cumbre, junto con Eduardo , del cine de su autor) que "es verdad, pero
la verdad no es siempre lo aparente", y además en Burton la apariencia sólo es
una máscara. Al proyectar estas sombras, al hacérnoslas visibles, descubrimos que el niño, el otro, el monstruo, no sólo es que tenga per se una entidad real, es que además lo que tiene de diferente les hace bellos cuando se les acoge y respira, y su "otredad" es significativa, auténtica y familiar, aunque en principio nos sea desconocida. Su tragedia no es la de existir o no (ya que sin dudarlo existen), sino la de que los demás comprendan y asuman su existencia. Y esta es la mayor encrucijada en la que se encuentra ahora el cine de Burton, la de seguir perpetuando esta diferencia como garantía de progreso, y de talento. |
Nº 4 - Octubre de 2005
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