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José Emilio Pacheco: La edad de las tinieblasColección Palabra de Honor. Visor. 114 págs.La edad de las tinieblas o la geometría del asombroPor Gilberto Prado Galán Tres son los ejes temáticos de este atípico poemario andante: la certidumbre del inminente acabamiento o consunción, el agobio del hombre inmerso en banalidades que le impiden ver su dimensión minúscula en el universo ("Reality show" es, acaso, el mejor ejemplo) y, por último, la recuperación o reviviscencia de momentos gratos que regresan al presente con una pátina de insalvable nostalgia ("La casa (una estación de amor)", "Una tarde", "La calle de Alcalá", son tres muestras claras).
El poeta logra iluminar con su mirada aristas de la realidad no advertidas en un primer e insuficiente acercamiento. Esta iluminación posibilita el despliegue de las alas de la lectura en ámbitos no convencionales y, sobre todo, como ejercicio lúdico alejado de la solemnidad y de la tiesura impuestas por las previsiones al uso. El escritor se asemeja, de este modo, al niño que emprende una busca incesante del tesoro a partir de la mirada del arco iris: "No obstante, un arco iris lo lleva a otro. Él sigue buscando aunque sepa que lo aguarda siempre el desengaño. La esperanza, por absurda que sea, triunfa siempre contra la experiencia abrumadora" (p. 35). El poeta es ese niño inquisidor que escruta la realidad con ojos frescos, de recién nacido.
Algunos poemas giran sobre el gozne de una sola palabra, de un solo concepto. Así leemos "Invencible". Una pieza retórica que se mueve con el aliento de la prosopopeya o personificación y que logra sembrar la sorpresa desde la primera línea: "Nadie te pide que regreses pero estás aquí siempre" (p. 89). En el crepúsculo del texto advertimos que la protagonista del poema es la Desdicha; así, con inicial mayúscula. Diré, por último, que La edad de las tinieblas abunda respecto de obsesiones temáticas del autor en libros precedentes (imposible no pensar en No me preguntes cómo pasa el tiempo o en Morirás lejos), pero con una mirada y un registro distintos: la voz de quien se sabe en plenitud y madurez creativas, el pulso y el tacto de quien observa cómo la vida se desliza, para siempre, entre sus dedos: el azogue que habita la geometría del asombro. |
Nº
54 - Febrero de 2010 |
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