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José Emilio Pacheco: La edad de las tinieblas


Colección Palabra de Honor. Visor. 114 págs.


La edad de las tinieblas o la geometría del asombro



Por Gilberto Prado Galán


Tres son los ejes temáticos de este atípico poemario andante: la certidumbre del inminente acabamiento o consunción, el agobio del hombre inmerso en banalidades que le impiden ver su dimensión minúscula en el universo ("Reality show" es, acaso, el mejor ejemplo) y, por último, la recuperación o reviviscencia de momentos gratos que regresan al presente con una pátina de insalvable nostalgia ("La casa (una estación de amor)", "Una tarde", "La calle de Alcalá", son tres muestras claras).

José Emilio PachecoDestacamos, asimismo, la estratagema retórica que anima estos organismos verbales y les confiere un aspecto disímbolo: la desfamiliarización de la realidad, esto es, la percepción del mundo desde ángulos inéditos o desde sus objetos y minucias ("Elogio del jabón", "Ácaros o la guerra de los mundos", "La dorsa", entre otros). Este ardid desfamiliarizante que invita a una lectura de la realidad a contracorriente o contrapelo es acaso más evidente en el poema "Desorden de los factores": "Les digo buenos días a las tinieblas. A lo que ya se va le ruego tomar asiento en los salones más recónditos de la intemperie. Envío pésames a los recién nacidos y felicitaciones a los muertos. Arrojo fuego al agua" (p. 33).

El poeta logra iluminar con su mirada aristas de la realidad no advertidas en un primer e insuficiente acercamiento. Esta iluminación posibilita el despliegue de las alas de la lectura en ámbitos no convencionales y, sobre todo, como ejercicio lúdico alejado de la solemnidad y de la tiesura impuestas por las previsiones al uso. El escritor se asemeja, de este modo, al niño que emprende una busca incesante del tesoro a partir de la mirada del arco iris: "No obstante, un arco iris lo lleva a otro. Él sigue buscando aunque sepa que lo aguarda siempre el desengaño. La esperanza, por absurda que sea, triunfa siempre contra la experiencia abrumadora" (p. 35). El poeta es ese niño inquisidor que escruta la realidad con ojos frescos, de recién nacido.

La edad de las tinieblasHay, es cierto, poemas en donde los ejes temáticos son vectores orientados hacia una misma y sola resultante: la incertidumbre radical de nuestra posición en el mundo, la fragilidad de nuestros pasos, el creciente desasosiego ante la inminencia de la devastación final. Un poema ejemplar en este sentido es "Otro espejo". Baste transitar por sus líneas para experimentar esa angustia quemante, urente, de quien percibe la propia casa en ruinas: "Duelen los pozos por la noche erizada de destrucciones, pero al menos una vez dentro del año debo poner los pies en la propia tierra, ir con riesgo de la vida (que ya está en peligro dondequiera) a los lugares que nadie quiere ver de frente" (p. 75). Paradigmática es la aseveración de que la vida está "en peligro dondequiera". Ya nada es seguro ni confiable. El planeta se desmorona a nuestros pies y la existencia es una bomba de tiempo: "Su fealdad externa e interna (se refiere a la ciudad de México) es el reflejo de la nuestra. Su corrupción es nuestra podredumbre. Su desorden responde a nuestro íntimo caos. Abomino lo que este vil azogue me devuelve. Yo también me parezco a la caricatura insultante grabada en el espejo del odio" (p. 76). Como se puede ver, la prosa respira con ambición poética.

Algunos poemas giran sobre el gozne de una sola palabra, de un solo concepto. Así leemos "Invencible". Una pieza retórica que se mueve con el aliento de la prosopopeya o personificación y que logra sembrar la sorpresa desde la primera línea: "Nadie te pide que regreses pero estás aquí siempre" (p. 89). En el crepúsculo del texto advertimos que la protagonista del poema es la Desdicha; así, con inicial mayúscula.

Diré, por último, que La edad de las tinieblas abunda respecto de obsesiones temáticas del autor en libros precedentes (imposible no pensar en No me preguntes cómo pasa el tiempo o en Morirás lejos), pero con una mirada y un registro distintos: la voz de quien se sabe en plenitud y madurez creativas, el pulso y el tacto de quien observa cómo la vida se desliza, para siempre, entre sus dedos: el azogue que habita la geometría del asombro.

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Nº 54 - Febrero de 2010

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