GEORGE MACDONALD : LA PRINCESA Y CURDIE
Editorial Siruela. Las Tres Edades. Madrid 2005, 258 páginas.
(A partir de
12 años).
Por Arancha Oña Santiago
Ópera simbólica
George MacDonald es y ha sido considerado junto a Lewis Carroll, uno de los mejores escritores
de la época victoriana en literatura infantil y juvenil. Este libro, continuación
de La princesa y los trasgos, es capaz de trascender a todas las edades en la medida
que éstas confíen en el poder de la fantasía, como creación y representación
de la existencia. Su obra ha influido en autores como J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis.
Obertura
Dos claves lingüísticas armónicamente orquestadas, una común y otra
cifrada a través de imágenes arquetípicas que desafían la racionalidad,
ayudan al autor a componer una prosa fabulística que enlaza realidad y fantasía,
en un crisol de símbolos, colores, dualismos y contrarios.
El argumento, unidad imaginativa y dinámica, se desarrolla sin sentimentalismos exagerados,
atrapándonos entre el bien y el mal, lo humano y lo animal; dualidad de voces que se
alternan jerárquicamente, en una fantasía polifónica con adornos simbólicos
y trinos morales. Sutiles y agudas ironías sobre un individualismo egoísta, un
desconcertante progreso social y algunas falsas virtudes, acompañan la seriedad imaginativa
de diálogos y juicios.
MacDonald juega en serio, presentándonos un mundo jerárquico y fantástico
de personajes descritos en cuerpo y espíritu: algunos dotados con la cualidad de la
bondad y la prudente facultad de su lógica, otros poseídos por la maldad y la
osada avaricia. Bajo un espíritu descubridor y a ritmo de novela de aventuras, los dirige
a través de un viaje en el que se suceden diferentes escenarios: desde la montaña
a la ciudad, mediante formas, colores y símbolos de regeneración y caos.
Acto I
La historia comienza en la opulenta y mística montaña, donde se presenta la - gran - más - que - abuela,
personaje femenino que adopta ambivalencias formales y cromáticas en una única
esencia espiritual. Encarna el leitmotif del bien y la sabiduría ; se identifica
con la luna, la verdad de la plata y la lógica hebra de la rueca. Su luminosidad y resonancia
se expande hasta las concavidades internas donde trabaja Curdie, quien representa la elevación
del juicio hacia el bien, la credulidad, la honestidad y la valentía; sus sentidos no
se conforman con armónicos lejanos y sus manos, manifestación corporal del espíritu
de los personajes, son purificadas y regeneradas como visionarias de la verdadera identidad.
Acto II
Entre símbolos áureos y plateados, con férrea voluntad, rememorando melodías
interiores y acompañado de una fiel criatura con cuerpo animal y sensible alma humana,
llegó Curdie a la ciudad; lugar donde la decadencia del pasado es prueba de prosperidad,
donde intereses económicos, vanidades y egolatrías identifican a algunos personajes
con forma humana e identidad de bestia que, además de haber olvidado la historia, tropiezan
hasta tres veces con la misma piedra.
Acto III
Enigmas, intuiciones, augurios y presagios personificados en espíritus humanos y también
animales bajo la apariencia de personas, interpretan melodías de destrucción
y regeneración a través de síntesis simbólicas, en un reino donde
la mentira no deja ver la verdad, la justicia no se reconoce entre la maldad, , un individualismo
egoísta se ahoga en la confusión y, una religión utilitarista concluye
en soluciones exorcistas.
Una transición deductiva y racional dentro de la lógica de la narración,
susceptible de matices desde otras perspectivas, conduce a Curdie y a los suyos, a la conclusión
de que, el orden final justifica su lógica restauradora.
Final
Una justicia que actúa sobre la base de un cierto pesimismo antropológico en determinadas
naturalezas, dicta su sentencia. La regeneración y la metamorfosis cumplen sus ciclos
y donde hubo roca ahora hay un río.
¿Da capo?
¿Hacia la misma esencia con otros adornos?
Coda
Las invitaciones al espíritu crítico y la reflexión están servidas
en bandejas de oro y plata.
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