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Serge Joncour - ULTRAVIOLETA

Madrid. Siruela, 2005. 136 págs.

por Iván Gallardo

Todo parecía indicar que era una de esas gratas novelas que propicia la amena lectura en las vacaciones estivales. La foto de una piscina en la portada, un título canicular, el libro enfajinado con uno de esos llamativos panegíricos que garantiza el suspense hasta el último momento -un "depurado thriller posmoderno" dice el editor-, un lomo adelgazado que promete un escaso número de páginas... Breve y contundente, podría pensar el curioso lector, como los buenos tequilas. Pues no se engañe, mas bien resacoso y peleón, como el whisky de garrafa.

Pero es que además, este mastuerzo verbal adecentado por la mercadotecnia ha ganado el premio France Télévisions 2003, lo cual certifica dos vectores de ignorancia literaria: la del jurado y la de los televidentes.

La cosa -el término está utilizado adrede- es más o menos la siguiente: los Chassagne son una adinerada familia. Indolentes, abúlicos y bronceados disfrutan como siempre de las vacaciones en su mansión al borde del mar de Bretaña. Papá es varón de ley, mamá tiene una pamela y un pareo y las nenas se tuestan vuelta y vuelta en las tumbonas. Una de ellas está casada con un calzonazos insufrible, pero que dirige bien el negocio de la familia. Todos esperan a Philip, retoño díscolo, hermano querido, que suele aparecer por allí el 14 de julio para organizar los fuegos artificiales con los que en Francia se celebra la toma de la Bastilla.

Esta pax burguesa se ve truncada cuando una mañana aparece Boris, que dice ser un amigo de juventud de Philip. Será el hijo perfecto que no tuvo para papá, el conversador ingenioso para mamá y el semental desbocado que se trajinará a las nenas. Pero claro, en todo esto hay gato encerrado, como se encarga de sugerir el autor zafiamente casi en cada página.

La cosa , pretende sustentarse en tres pilares arrasados por la escasa pericia del autor para manejar una narración verbal.

Primero. Existe un desequilibrio en la construcción del ambiente. Pretende ser minimalista y sugerente, pero tanto las situaciones como su desarrollo son de cartón piedra. Previsibles, manidas y carentes de interés.

Segundo. El personaje de Philip aspira a ser un remedo de Godot o de Kurtz. Una ausencia que se va cargando de significado a medida que los personajes intentan aprehenderlo. Pero cuando aparece en los últimos capítulos -el gran error de la novela- no está a la altura de las expectativas que se habían generado alrededor de él.

Tercero. Boris, la distorsión en esa plácida vida. Boris, con sus Ray-Ban y su traje blanco. Boris, que se supone que es un misterio en bruto... Pues bien, el autor tiene la ocurrencia de trabajar con un narrador que se introduce en la mente del personaje, con lo cual desbarata cualquier conato de intriga ya que el lector conoce, en tiempo récord, todos y cada uno de los pasos de sus malvados planes.

En fin, si lo que de verdad busca es "suspense hasta el último momento" vea una película de Hitchcock y utilice esta novela como posavasos para un buen gintonic.

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Nº 2 - Junio / Julio de 2005

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