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Vicente Valero, Libro de los trazados

Tusquets, Barcelona 2005, 96 págs

El nombre exacto de las cosas

por Ángel Luis Luján

Vicente Valero - Libro de los trazadosVicente Valero es un poeta de los sentidos. El paisaje mediterráneo, desde Herencia y fábula (1989) ha sido el fondo y el motivo de su poesía. Pero no se trata sólo de los sentidos externos. En su poesía lo externo y lo interno no se pueden desligar, como en todo poeta con tendencias místicas.

La plasticidad, la inmediatez de lo percibido sirve para poner de manifiesto todo lo que está detrás de aquello que se nos impone demasiado cerca. La espesura que empuja esa superficie hasta nuestros ojos es lo realmente convocado para la visión. Si Teoría solar (1992) era un libro diurno y Vigilia en Cabo Sur (1999) su reverso nocturno, el Libro de los trazados se puede considerar en esencia como el paso de un tiempo a otro. Es el libro del movimiento y el tránsito. Los "trazados" del título nos remiten tanto al camino como a su exploración pictórica y visual. Pero el problema que plantea el libro no es el movimiento, que se da por supuesto, como un dato inevitable y primero. El problema es el del lenguaje: cómo nombrar el camino y su meta, o en términos plásticos, cómo hacer expresión el trazo, que es un movimiento hacia el cuadro total. "Para decir por fin la primavera" es el primer verso del libro y el que plantea de entrada esta cuestión. Las cinco partes de que consta el volumen son otros tantos intentos de búsqueda de la expresión en ámbitos distintos, pero todos fuertemente enlazados con lo paisajístico. "La subida" es el relato de una ascensión hacia el nombrar esecial; "Taller de paisajistas" es un intento de explicación para enseñar a captar el paisaje; "Curva en el camino del bosque" indaga sobre la manera de expresar el dolor de la muerte; "Voces para una danza infinita" indica desde el título el deseo de encontrar el cauce de expresión para una música que supera cualquier límite; por último, "El río" asume una búsqueda total que nombre el origen y lo que lo une a la meta, "el hilo secreto / entre la fuente única y el mar" (90). Esta disposición en cinco partes responde a la vez a una estructura musical que alterna partes con poemas extensos y unitarios (I, III y V) y partes constituidas por una serie de poema breves (II y IV), como si se sucedieran movimientos lentos y rápidos en una composición musical.

El planteamiento del problema del lenguaje y el nombre retoma, si no exactamente en la letra al menos en el espíritu, la formulación juanramoniana: "Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas". Asistimos a ello no sólo en las menciones explícitas, sino principalmente en el énfasis que señalan las cursivas (estrategia que ya había usado Valero en Vigilia en Cabo Sur ) y que nos sitúan a otro nivel discursivo, el nivel en que la palabra no se dice, sino que se muestra. A veces es un pronombre, que alcanza así valor simbólico, a veces una frase entera: " árbol lleno de estrellas muchas veces " (13), con recuerdo de Octavio Paz, y que se convierte en motivo: " siempre lleno de estrellas " (16); a veces es una cita: " tú también tienes música " (20) de Keats; a veces son expresiones simbólicas: " respiración de abril " (22), " mi territorio del dolor " (61), pero muchas veces se trata de un demostrativo, de una locución adverbial que quedan así elevadas a otro nivel de significación que contrasta con su escaso peso semántico habitual. De esta manera, " después de todo " (18) alcanza un significado inédito que repristina su significado original de totalidad acabada y conseguida, o de un después de la totalidad. O el énfasis en " también " repetido en las páginas 83 y 84. La necesidad de haber visible el lenguaje no se limita a los subrayados en cursiva. Todo el libro se dirige a la necesidad de que el lenguaje recupere su inocencia, su sencillez, su nombrar las cosas directamente. Ocurre así una curiosa negación de lo simbólico o, por mejor decir, una renovación del simbolismo a través de la meditación en el lenguaje mismo que construye los símbolos. Se consigue de esta manera que el símbolo deje de ser un modelo interpretativo de la realidad para convertirse en la realidad misma una vez expresado en un lenguaje esencial. De ahí que el libro se sitúa bajo la advocación de dos poetas superadores del simbolismo: Rilke y Laforgue. Fundar la realidad sobre una base lingüística significa hacer que el nombrar sea un nombrar verdadero y no un mero conocer las cosas. No hay soluciones sino plasmaciones.

Se trata a fin de cuentas del eterno conflicto, en el ámbito místico, entre el nombrar y el conocer, planteado aquí en términos sencillos, con un lenguaje que tiende a la oralidad en ocasiones, y con una valentía que no renuncia a la elección, como punto de partida, de motivos tradicionales muy transitados por la poesía, como la ascensión, la primavera o el río. La capacidad del autor para dar nueva vida a estos símbolos viene a demostrar el poder de su poesía, que toma los nombres como lo que hay que saturar hasta que engendren su propia realidad esencial, hasta que regresen de la inocencia del nombrar del que surgieron. Una poesía que no queda cerrada con una sola lectura o una sola crítica, una poesía para volver como en ese incesante ciclo de subida y descenso, o de ir y venir de las aguas del río.

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Nº 2 - Junio / Julio de 2005

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