Sargent / Sorolla
Madrid: Museo Thyssen-Bornemisza
y Fundación Caja Madrid. Del 3 de octubre de 2006 al 7 de enero de
2007
Paris: Petit Palais - Musée des Beaux Arts.
Del 12 de febrero al 13 de mayo de 2007
Por Carmen González García-Pando
Pasión por la pintura
Unidos por la luz
La
exposición Sargent/Sorolla se ha planteado
como una yuxtaposición de dos muestras antológicas personales
que, sin llegar a juntarse -excepto en momentos muy concretos-, se entrecruzan
y corren paralelamente. El espectador descubre dos personalidades muy
singulares pero que presentan varios puntos en común. La primera
coincidencia que encontramos es la exclusión de ambos pintores
en el circuito vanguardista de su época. Ninguno de los dos encajaba
en el esquema impresionismo-postimpresionismo, lo cual les relegó
a la categoría de pintores tradicionales y conservadores. Ambos
contemplaron la sociedad tradicional bajo un prisma moderno, se aproximaron
más o menos al impresionismo pero para ninguno fue un factor decisivo.
Rechazaron el simbolismo y optaron por lo que se llamó luminismo,
una corriente profunda y cultural, que en el campo literario, tiene consonancia
con la novela naturalista.
Otra coincidencia es la temprana edad en que les llegó la fama
y el prestigio internacional. La fortuna económica fue igualmente
generosa para ambos pues, no habían alcanzado la madurez, cuando
sus cuadros alcanzaban cotizaciones muy elevadas. La pasión por
la pintura y la búsqueda de referentes entre los maestros antiguos,
son también rasgos que comparten ambos artistas. Los dos encontraron
en Velázquez la fuente de inspiración para recrear la oscuridad
y la sensación de atmósfe ra,
la recreación del espacio y los trucos necesarios para conseguir
una iluminación matizada. Finalmente fue la técnica del
retrato la elegida por los dos artistas para aunar los conocimientos propios
y ajenos.
Existe también otra concordancia aunque ésta es de carácter
negativo: el fracaso de ambos artistas en la decoración de espacios
públicos. En el caso de Sargent para la Boston Public Library y,
en el de Sorolla, para la sede de la Hispanic Society. Unos trabajos muy
complejos y ambiciosos; de estilos y características bien diferenciadas
por los que ambos artistas se sintieron muy motivados. No obstante el
resultado final es sencillamente, mediocre. Ni el simbolismo épico,
en el caso de Sargent, ni ese realismo añorante del Siglo de Oro
español, en el de Sorolla, hacen honor a la maestría artística
de estos grandes pintores.
Diferencias creativas
La formación pictórica de Sargent - amén
de las raíces geográficas y culturales - fue radicalmente
distinta a la del pintor español. Aunque de origen norteamericano,
Sargent nació en Florencia siete años antes que Sorolla.
Tuvo una educación cosmopolita y refinada de la mano de pintores
ingleses, germanos e italianos. En París conoció a Monet
y Rodin, y en España copió a Las Meninas por las
que sintió una fuerte admiración. Sorolla, en cambio, se
educó bajo la influencia de una ciudad provinciana en la que vivió
los primeros años de formación. Mientras que Sargent estaba
perfectamente integrado en el París de los años setenta,
el joven Sorolla tuvo que l uchar
muy duro para forjarse una carrera. Todo ello nos lleva a la conclusión
que, aunque estamos ante dos pintores que conciben la pintura de manera
muy parecida, tienen muy diferentes formas de pintar.
Fijémonos en el cromatismo y veremos como es totalmente antitético.
Más luminoso y audaz en Sorolla, más apagado y teatral en
Sargent. El dibujo y la pincelada también presenta diferencias
muy notables: suelto y libre en el caso del español, muy trabajado
y teatral en el del norteamericano. La fotografía, que tanto impacto
tuvo en los naturalistas a la hora de componer y cortar la imagen, está
presente en los dos artistas; no obstante se siente más poderosamente
en Sorolla.
Con un bagaje artístico tan diferenciado es fácil deducir
que cada cual iba a tomar rumbos muy distintos. Sargent decidió
ser el retratista de la elite norteamericana en Europa y, con la precocidad
que le caracterizaba, comenzó triunfando con pequeños e
íntimos formatos. Sin embargo Sorolla se inició, muy avanzada
la década de 1890, con una pintura de denuncia; unos lienzos de
gran formato, nada espontáneos y deudores del realismo social que
le supusieron los primeros éxitos internacionales.
Las obras de inspiración mediterránea y veneciana que Sargent
realizó en esta época, tienen cierta conexión con
la pintura de género del pintor valenciano pero, mientras en Sargent
la pincelada se vuelve delicada y flamenquizante, en Sorolla se transforma
en gestual y barroca. Sirva de ejemplo de este momento las composiciones
de bailes, gitanas y vendedoras de Sargent, frente a las escenas de mujeres
y niños bañándose en un luminoso mediterráneo.
Observamos cómo las composiciones españolas poseen una sensualidad
y exhuberancia, una inmediatez y frescura, que carecen las del artista
norteamericano.
La faceta mejor analizada en la exposición es la dedicada al retrato.
Primero bajo el prisma de la individualidad y posteriormente con los retratos
de grupo que son, en mayor medida, los que les aproximan más. El
retrato es para Sargent un ejercicio de virtuosismo plástico. La
facilidad que posee para construir geometrías, para utilizar los
recursos compositivos y crear la sensación de atmósfera,
le colocan en las más altas cimas como especialista en este género.
Contribuye a ello la meditada preparación y la habilidad del pintor
para "absorber" las enseñanzas de los maestros antiguos.
A Sargent le atraen los modelos sofisticados, de personalidades poco comunes.
Le cautiva lo singular y refinado, la elegancia y serenidad. El retrato
de Lady Agnew of Lochwaw (1892) es un compendio de estas habilidades
expresado en la cautivadora figura de esa mujer joven que, desde su sillón
nos observa con mirada seductora. Se trata de un retrato poco convencional
en tonos lilas, turquesas y blancos que recibió algunas críticas
adversas. Tal vez molestó la pose innovadora con que el artista
representa a la nueva mujer. Esa mujer que participa de la elegancia clásica
pero a la que dota de un aire sensual.
Para Sorolla este género no significó lo mismo. En primer
lugar el mismo negó ser pintor de retratos salvo "por casualidad"
como irónicamente comentó una vez. Una afirmación
un tanto extraña si tenemos en cuenta que, de una producción
de dos mil doscientas obras, casi quinientas fueron retratos. Lo que si
parece cierto es que no le atraía demasiado esta actividad pero
que la utilizó, entre otras cosas, para conseguir unos beneficios
muy sustanciosos. Desde los primeros retratos de estilo velazqueño
hasta los últimos de grupos familiares, Sorolla evoluciona progresivamente
hacia la modernidad. La pincelada se vuelve más rápida y
libre, las composiciones no respetan convencionalismos y los personajes
muestran al desnudo s u
condición más humana. La razón de ello es que Sorolla
pinta de una manera inmediata y al azar lo que facilita la expresión
de las emociones, aunque también se debe al conocimiento íntimo
de los modelos. A este respecto hay que destacar los retratos de su esposa
Clotilde y de sus hijos y el espléndido Autorretrato (1904)
del autor, con el que se presenta la muestra y el catálogo. El
rostro del autor, apenas realizado con una reducida gama de grises y pardos,
transmite una profundidad paralizante.
Cuando acaba el recorrido el visitante lleva en la retina un arco iris
de formas y, en el alma la sensación de haberse colado en la intimidad
de un deslumbrante Sargent y un genial Sorolla.
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