La página en blanco
por Jorge Barraca
Estreno mundial en el Real de la ópera de Pilar Jurado
Con bastante expectación se estrenó en Madrid la ópera que el Real había encomendado a Pilar Jurado. Se trata de una página absolutamente contemporánea por el planteamiento, el lenguaje musical, y hasta la ambientación y temática. Así, la informática, la realidad virtual, la estimulación eléctrica del cerebro, la cibernética y la manipulación son los ejes del argumento. No obstante, es cierto que el lirismo de muchos pasajes —probablemente los mejores momentos musicales— y cierta convencionalidad en el tratamiento de las voces la hacen una ópera asequible al espectador, que puede llegar a conectar con sus intenciones y su carga emocional.
Pilar Jurado es la artífice tanto de la partitura como del libreto; además, encarna a la protagonista de la obra. Y, adivinamos, debe haber tenido una influencia importante en el planteamiento escenográfico. Este alarde de creatividad y trabajo resulta admirable. Y, sin duda, el conjunto ha sido muy meritorio. No obstante, al ver y escuchar la obra, resulta evidente que su gran inspiración compositiva no ha corrido pareja a su ingenio en el texto del libreto. Éste resulta repetitivo, prosaico y falto de lirismo. Sirve, eso sí, para ayudar a seguir la trama de la obra de forma diáfana, pero no es capaz de sugerir, de ponerse al nivel de la intención musical. Por otro lado, la escena final queda poco explicada y, quizás, no bien justificada.
Por su parte, la dirección escénica, el movimiento de los personajes, los elementos escenográficos —en particular las cuidadísimas proyecciones— reflejan un magnífico trabajo por parte de David Hermann y Alexander Polzin. La compleja maquinaria se movió a la perfección y enmarco inmejorablemente la música de Pilar Jurado. Los ambientes, el encuadre de las escenas, los dos planos en que se desarrolla la ópera se hallan perfectamente justificados una vez que el espectador se adentra en el argumento. Hay un toque brechtiano de separación o distanciamiento con lo que se ve en la escena, que se torna comprensible por los acontecimientos que se suceden. Asimismo, la imaginería de las pinturas de El Bosco encajan idealmente con el trasfondo del argumento. En suma, una escena muy trabajada, eficaz y sugerente.
Las interpretaciones vocales fueron muy buenas, empezando por la misma Pilar Jurado que, como soprano, está a una altura excepcional. Su alarde canoro, su sensibilidad, su encarnación del personaje… todo en ella en este aspecto es inmejorable. A su alrededor, Otto Kazameier, Nicolai Schukoff, Natascha Petrinsky, Hernán Iturralde, Andrew Watts y José Luis Sola compusieron un elenco perfectamente identificado con la obra y las intenciones de la autora. También sirvió a la página con corrección intachable la batuta de Titus Engel, siempre en sintonía con la escena, cómplice con la partitura y con una magnífica dirección del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.